BIENVENIDOS

Bienvenidos a esta sala de profesores. Gracias por compartir conmigo las ganas de pensar sobre educación.



martes, 15 de junio de 2021

Un aprendizaje para este verano

 



Nuestras hijas e hijos traen de fábrica una inmensa confianza en nosotros, que los padres vamos perdiendo a base de mandarlos callar y de no hablar más que para dar órdenes y regañar. También la perdemos a base de criticar sus opiniones con hábitos viejos como el “qué sabrás tú” y ese tipo de frases hechas, que son dañinas y abren grietas de silencio. La confianza se trabaja escuchando: al niño chiquito que nos va contando el mundo (mientras nosotros, conectados al móvil, estamos oyendo un runrún); o al adolescente a quien no preguntamos nunca su opinión sobre las cosas, ni le pedimos consejo, y encima protestamos porque no nos escucha.

 

Lo bueno es que son muy indulgentes con nosotros y la confianza se puede recuperar. ¿Cómo? Hablando nosotros: de cosas que nos preocupan, de cosas que hacemos, de historias antiguas…, pidiéndoles consejo y ayuda, respetando sus respuestas. También mirando a los ojos y mostrando en la mirada todo nuestro cariño- que se nos olvida mirar así-. Incluso el adolescente más airado está deseando recuperar la confianza en nosotros. Fuera redes, fuera móviles y distracciones absurdas cuando estemos con los hijos. Al primer acercamiento del tipo “¿sabes qué, mamá?”, atención completa.

 

Por supuesto, a veces nos ocultan problemas. Suelen callar, paradójicamente, para evitarnos a nosotros la preocupación. Es muy importante decir a nuestro hijo que vamos a querer saber cualquier cosa que le pase, que estamos “por él, por ella”, y siempre vamos a querer ayudar, que no le preocupe preocuparnos, que para eso estamos. Nuestra mirada sobre ellos es un detector de preocupaciones: el cambio de hábitos, de sueño, más silencio del normal, dolores de estómago inexplicables… A veces la intuición nos dice que pasa algo y nos quedamos parados, sin tomar la iniciativa de preguntar, esperando a que nos lo digan. Y mientras tanto ellos piensan: “mi madre no se está dando cuenta.”

 

Por otro lado, ¿por qué dudar de nuestro papel de padres o madres? Ellos ya saben que no somos perfectos y no les importa. Nos conocen bien, tal vez mejor que nosotros a ellos, nos tienen muy observados. Si te muestras tal como eres, si das lo mejor de ti mismo y procuras vivir con coherencia entre lo que piensas, lo que dices y lo que haces, ya eres el ejemplo que tus hijos necesitan.

 

Igual lo que mejor les conviene es que les ayudemos a dibujar el mapa de su vida. Porque les hará más felices manejarse por la vida con un mapa personal, donde estén marcados los límites de las acciones, sus puntos fuertes y sus puntos flacos. Cuando un niño o una niña se sienten seguros de lo que pueden y no pueden hacer, saben cuáles son sus cualidades y conocen la forma de mejorar sus defectos, son más felices porque son más autónomos y superan mejor las dificultades y frustraciones. El ejemplo contrario es el niño o la niña que creen que pueden hacerlo todo y tenerlo todo, que creen que todo lo hacen bien o, por el contrario, están tan sobreprotegidos que ni siquiera saben lo que pueden hacer. En estos niños el golpe contra la vida real es tremendo, y tienen la felicidad más complicada.

¡Pero también les hacemos felices nosotros cuando estamos de buen humor! Estar juntos, reírnos, decirnos unos a otros que nos queremos... Saber que nos hacen felices les hace sentir muy valiosos.

 

Así que, si un hada madrina me quitara de encima treinta años y volviese a ser una madre joven, jamás atendería una llamada de trabajo fuera de horario y estando con mis hijos. Tampoco la atendería, como hice tantas veces, durante los treinta minutos del mediodía en que comíamos juntos. Es que me veo a mí misma levantándome de la mesa y todavía me tiro de los pelos. ¡Si era solo media hora, y ellos tenían ganas de hablar! Les demostraba que elegía el trabajo antes que su presencia, pero las llamadas hubieran podido esperar un ratito, y ellos seguían siendo para mí lo mejor del día. Esta contradicción, esta confusión en mi pódium de lo importante, todavía me duele, aunque ellos me han asegurado mil veces que no se acuerdan. Creo que me lo dicen por lo compungida que me ven.

Y es que el tema del tiempo de calidad es un caramelito que los adultos nos tomamos para suavizar el malestar, pero todos sabemos que cuando no estamos con ellos, no estamos. De ahí que nos planteemos estas cosas. Desde luego, cuando ves a tu hijo o a tu hija poco rato, debes compensar, pero nunca con regalos ni siendo muy tolerante, sino mirándolos mucho, escuchando mucho y actuando con mucha coherencia respecto a las normas y las reglas de casa. Quiero decir que cuando estés tienes que estar “en cuerpo y alma” y tienes que educar.

 

Así que el mejor regalo para este verano post pandemia sería el tiempo en familia. Para hacer algo juntos: acercarse a la naturaleza, a la cultura- la música, el teatro, el cine, un museo, una exposición, las pelis clásicas…-, pasar una tarde en torno a un tablero de parchís, muertos de risa, sin móviles ni redes sociales, compartir una afición…

De entre todo lo que mis hijos me enseñaron cuando eran niños y me siguen enseñando, el aprendizaje más importante para mí ha sido que estar juntos- hacer cosas juntos- produce recuerdos para siempre y muchísima felicidad.

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario