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Bienvenidos a esta sala de profesores. Gracias por compartir conmigo las ganas de pensar sobre educación.



lunes, 26 de octubre de 2015

El Libro Blanco del Profesorado


 

Con el encargo a José Antonio Marina de un “Libro Blanco del Profesorado”, por parte del ministro de Educación, vuelve a la palestra el anhelado Estatuto Docente. Me parece buena idea y, aunque estemos en vísperas de elecciones, buen momento. Abordar las características propias de la docencia como profesión es un asunto esencial, y no debe asociarse ni a un gobierno concreto ni a una legislatura. Por eso, empezar ahora es hacerlo a tiempo. O quizá, hacerlo por fin.

Si somos capaces de trabajar este documento en serio - terminando cuando se termine -por encima de partidismos, el Libro Blanco del Profesorado puede convertirse en el primer capítulo de un acuerdo transversal, social y político, sobre la educación. No es por tanto un tema banal.

Se trata de establecer el marco en el que estarían contempladas las características propias de la docencia, por una parte como profesión en general y, por otra, como función pública en particular. Una suerte de Constitución que marcaría las diferencias sustanciales que tiene nuestro trabajo con respecto a otros, establecería las modificaciones necesarias en el acceso y la formación, marcaría el trayecto de la carrera docente y mostraría claramente el indisoluble componente ético que convierte la tarea de cada profesor en una “forma de ser”.

No obstante, requiere de unos acuerdos previos. El primero debería ser un criterio integrador, por encima del freudiano “narcisismo de las pequeñas diferencias” que lastra tantas decisiones en educación.

El segundo acuerdo debería provenir del respeto a la igualdad de derechos del profesorado español, sea cual sea su lugar de origen o su situación en los distintos Cuerpos docentes y niveles educativos.

El tercer acuerdo debería estar basado en la certeza de que la docencia es una profesión esencial, que merece el máximo respeto y apoyo por parte no solo de la familia y la sociedad sino de los gestores políticos. De ellos han partido en los últimos años los mayores ataques a nuestra dignidad y profesionalidad, en una suerte de “mundo al revés” que no puede volver a repetirse. A cambio, como es lógico, los profesores estamos obligados, profesional y moralmente, a ser ejemplares. Y con esto abro los puntos suspensivos que deben llevarnos, por fin, a la asunción de un código deontológico.

 
Me resulta incomprensible, lo confieso, que no se haya establecido nunca para el profesorado español este elemento de identidad. Lo interpreto como consecuencia de una falta de interés histórica por la educación y sus actores. Los códigos deontológicos de la Medicina, el Periodismo, el Derecho o las carreras técnicas marcan para sus respectivos miembros la frontera entre una labor cualquiera y una profesión- tarea que se profesa, es decir, que tiene unos requisitos muy definidos, de los que cada sujeto puede hablar-. En pocas palabras, constituyen un elemento de autorregulación. El Colegio de Doctores y Licenciados puso en marcha una iniciativa hace años pero apenas tuvo eco. Espero sinceramente que llegue por fin ese juramento hipocrático de la enseñanza, ya que, por sí solo, es capaz de aumentar la consideración social y profesional. Y no hay que temer la ideologización porque los valores de un profesor se fundamentan en certezas muy sólidas, escritas en todas las Declaraciones de Derechos Humanos.

Por último – pero solo por falta de espacio- deberíamos partir de un acuerdo sobre la carrera, el segundo elemento de identidad de cualquier profesión. Más allá de la cuantía de las retribuciones- que son modificables y deben serlo siempre al alza-, se trata del reconocimiento tangible al esfuerzo, la vocación, la generosidad y la energía de tantos miles de docentes.

Animo al profesor Marina a avanzar en este Libro Blanco teniendo en cuenta la realidad de los claustros, en la certeza de que hoy la unidad básica de funcionamiento escolar ya no es el profesor aislado sino el centro en su conjunto. Y también me atrevo a rogarle que no se conforme con la lluvia de ideas de Internet sino que hable cara a cara con grupos de profesores de diferentes características, porque todo lo que debe contener el Libro Blanco del Profesorado lo sabemos los profesores mejor que nadie.

viernes, 23 de octubre de 2015

El debate debe volver a la educación


 
 
Cuenta Stefan Zweig que los compañeros de Vasco Núñez de Balboa, cuando llegaron por primera vez al océano Pacífico, bebieron de sus aguas para probar si tenían sabor salado. He utilizado esta imagen en otras ocasiones pero la empleo de nuevo porque el panorama ante el que se encuentra la educación no puede pintarse con una metáfora más acertada. Y porque me emociona pensar en aquellos hombres en busca de las referencias de un nuevo mundo justo cuando mis nuevos alumnos acaban de entrar en clase.

Para definir la complejidad de la educación en España, basta decir que una ley estatal en desarrollo no se aplica en todos los territorios. La LOMCE no está bien hecha: no ha establecido un consenso sobre la mejora del sistema educativo, ni ha satisfecho las demandas ni ha abordado las soluciones a los problemas. El curso ha comenzado con una sociedad dividida por la intervención política, con problemas para la movilidad del alumnado, con los centros desbordados ante la complejidad de las nuevas demandas y escépticos sobre su continuidad, y las familias sujetas a los vaivenes editoriales. La intervención curativa es urgente pero, de momento, vamos a comenzar un nuevo e interminable periodo electoral. Una vez más nos ahogarán las palabras; una vez más puede pasar de largo la hora de actuar.

Volverá a los titulares, seguramente, el debate sobre un pacto por la educación. Sin duda, los mayores retos en política educativa son el acuerdo general básico sobre los requisitos para la mejora de la educación y mantener la estabilidad cuando dicho acuerdo se alcance. Al menos, la generación que este curso inaugura su vida escolar podría decir que ha conocido una sola ley educativa: la buena. Los gestores deben convencerse de que no saldremos de la crisis sin incidir en la formación de la gente joven, y solamente puede tener éxito con acuerdos entre todos.

Por otro lado, nunca fue más cierto que ahora el aforismo de que educa la tribu entera. Tenemos que convencernos de que la educación implica a todos - familias, escuela, intelectuales, medios de comunicación - porque esta recesión no es lineal, sino que tiene forma de matrioskas. ¿Recuerdan a esas muñecas rusas? Nosotros nos parecemos hoy a ellas.  Escondemos dentro de la crisis económica, la crisis política; dentro de esta, la social y, en el núcleo, una grave crisis moral.  Para remontar, estamos efectuando un viaje difícil, de sacrificio y esfuerzo, del que no saldremos exactamente iguales que entramos y que debemos llevar a cabo de dentro a afuera. No podremos atravesar el desierto para llegar de nuevo al aparente oasis del que partimos, con todos sus espejismos. Nuestro destino deberá ser una sociedad más madura y más justa. Donde fuimos atolondrados, nos tocará ser reflexivos; donde fuimos manirrotos, austeros; donde pasivos, participativos; donde individualistas, solidarios. Hace más de un lustro despertamos del sueño de que vivíamos en el mejor de los mundos posibles, y la madrugada es dura pero puede ser liberadora. Para conseguirlo, debemos convertirnos en una sociedad educativa.

Entre los muchos espejismos del pasado se encuentra una actitud que ya es intolerable: la que ha confundido la política con la politización y, entre otros desmanes, ha contaminado a la educación con eslóganes de campaña y la ha arrojado al ring de la confrontación partidista. Es verdad que la educación tiene un componente político muy importante porque configura a la sociedad, pero la nuestra ya está configurada en sus líneas maestras: la Declaración de los Derechos Humanos,  la Constitución...  Vivimos en una democracia y la tarea es mejorarla. Lo que tenemos que decidir es si vamos o no a formar a la gente joven en las competencias que necesitan para ser ciudadanos de pleno derecho. Y después, establecer lo que tiene que hacer cada estamento para conseguirlo, en el ámbito del conocimiento, de la cultura, de la sociabilidad y de los valores. Por eso hacen falta acuerdos.

Y es que las cosas han cambiado tanto que ya no se trata de decidir si la escuela va a resignarse ante la oscuridad del futuro o va a preparar a los alumnos para el futuro “tal como debería ser”, según la cosmovisión particular de cada opción política. A los autores de este tremendo presente, ¿quién nos autoriza a diseñar el futuro? La tarea de la educación de hoy es armar a la gente joven con sentido crítico, valores empoderantes, conocimientos profundos sobre el presente y el pasado, y apertura mental para que ellos mismos, en medio de cambios vertiginosos, puedan diseñar el futuro que quieran. Para que entren sin miedo pero con referencias en el océano y así se atrevan a probarlo, a descubrirlo, a darle nombre.

Por eso, a partir de ahora, los debates sobre educación deberán abordar estrictamente la educación. Y tener en cuenta al profesorado.

Es curioso que, en cualquier estudio, el trabajo de campo cobre un protagonismo fundamental, y que a partir de las experiencias obtenidas con él se alcancen conclusiones y se establezcan propuestas. Pues bien, los docentes son quienes realizan el trabajo de campo en educación, quienes saben si funcionan o no las disposiciones teóricas y las normativas.  Si yo afirmo ahora que no hay mayor experto en educación que un docente experto en su aula, ¿se tambalearía alguna institución? Pues bien, lo afirmo. Los profesores saben de educación, es su vocación, su responsabilidad y su trabajo. A ella le dedican la vida entera, no solamente la cantidad establecida de horas laborables. En las reformas que se realicen a partir de ahora habrá que escucharles en primer lugar.

A ver si así somos capaces de devolver al primer plano de la actualidad los asuntos verdaderamente importantes: el abandono escolar, la autoridad y la convivencia, el desfase entre el esfuerzo del profesor y los resultados del alumno – que me parece el primer factor de desmotivación de ambos-, la sociedad de la comunicación y sus retos, para qué necesita la escuela medios y dinero, cómo debe configurarse la autonomía de un centro, qué enseñamos, cómo y por qué, la implicación de las familias, la formación de los futuros profesores... Abandonemos la discusión sobre el número de horas que se pueden impartir y establezcamos las que se deben, con la calidad de la atención a los alumnos como indicador.

Nos toca ser intolerantes a partir de ahora con la politización. Se acabaron las peleas inducidas entre pública y privada, obligatoria y superior, universitaria y profesional, padres y profesores. Ha llegado la hora de la colaboración. Los docentes no quieren ver a la educación convertida en pelota de ese partido de ping-pong autista que ha sido la política hasta hoy. No quieren que se la use como acaparadora de titulares en la campaña electoral para luego ignorarla a la hora de gobernar. No quieren ser trending topics ni vídeos de You Tube sino latidos del corazón de la sociedad a la que sirven.  Y me parece que la propia sociedad comparte estos deseos.

Estamos a punto de ver por primera vez un océano desconocido e inmenso y lo que nos jugamos aparece ya en los titulares del telediario. Es hora de que los debates sobre educación vuelvan a la educación.

 

miércoles, 7 de octubre de 2015

Natu y Soci



 
Curso tercero de primaria en un colegio como cualquier otro. La quinta sesión lectiva está destinada a las Ciencias Naturales, según el horario del curso; la sexta, a las Ciencias Sociales. Son Natu y Soci, la división establecida en la LOMCE para el clásico de primaria que antes se denominaba Conocimiento del Medio.

Esa jornada, la programación de Naturales incluye el tema “Los seres vivos”; la de Sociales, el tema “La Tierra, sus componentes.” Así, en la quinta sesión, los alumnos de ocho años comienzan a clasificar a los seres vivos. Hoy tocan animales: mamíferos, peces, aves, insectos… Con sus características de especie y las de sus distintos ecosistemas. Son aprendizajes interesantes y significativos para los niños pero incluyen una buena cantidad de vocabulario, así que los profesores debemos ir despacio, afianzando bien los nuevos conceptos. Antes de que nos demos cuenta, en mitad de una clasificación, comienza la sexta hora y, con ella, la asignatura de Sociales. Y sin solución de continuidad, nos vemos elaborando un esquema sobre la estructura de nuestro planeta: manto, núcleo, anfibios… ¿O era hidrosfera?

Hace ya muchos años, cuando yo era una maestra joven, desembalé ilusionada las cajas rojas de la Logse. En cuanto la pusimos en práctica, a los quince días más o menos de comenzar a trabajar con ella, los profesores detectamos ya sus desajustes. El “café para todos” no funcionaba bien, desanimaba a los alumnos y retrasaba los avances. Nadie escuchó la voz de las aulas y el modelo Logse siguió vivo muchos años. Aún lo está en esta nueva ley elaborada como modificación puntual de la anterior.

Pues bien: no llevamos aún un mes implantando la LOMCE en los cursos pares de primaria y ya hemos detectado que el sistema “metodología de bachillerato para todos” es un desajuste considerable.  En los primeros cursos resulta prácticamente imposible aumentar al doble conceptos de ciencias naturales y sociales sin relación entre sí; es más, intentarlo es absurdo. Cualquier profesor sabe hacia dónde va hoy la vanguardia educativa: hacia lo global, holístico, significativo para el alumno, que toma los conocimientos previos como punto de partida. Mamíferos y magma en la misma jornada crean en los niños pequeños desánimo y confusión. Y en los profesores, un estrés parecidísimo al de hace treinta y cinco años. ¿Para cuándo lo de escuchar la voz de las aulas?