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Bienvenidos a esta sala de profesores. Gracias por compartir conmigo las ganas de pensar sobre educación.



sábado, 6 de julio de 2013

Vivir

 
Bienaventurado aquel verano de la infancia en que el sol agostaba el campo y nosotros, niños, echábamos la vida a volar. Bienaventurados aquellos amiguitos con los que compartimos las risas, la mirada limpia, el asombro ante el mundo. Bienaventuradas aquellas vacaciones de pueblo, el pan crujiente y los guisos lentos. Bendita sea aquella casa grande de los abuelos, benditos los chichones de la frente y los moratones de las piernas; benditos misterios de brujas y duendes, benditas historias contadas al caer la tarde por los más viejos porque construyeron un eslabón sólido entre nuestra presencia y el mundo que nos esperaba;  benditas alegrías de la niñez que dejaron en nuestra vida el modelo de la más pura felicidad.
Bienaventurada aquella primera maestra, aquel maestro sencillo y sin carisma porque ellos abrieron para nosotros las ventanas del mundo, hicieron brotar nuestra curiosidad y supieron descubrir para qué servíamos
Bienaventurado aquel amor de adolescencia que hizo latir nuestro corazón con toda la fuerza de los dieciséis años, porque nos dejó en el alma la medida de nuestra capacidad para sentir. Benditos sean quienes nos miraron con afecto porque ellos nos permitieron decir “yo”.
Bienaventurados aquellos seres queridos que se fueron antes de tiempo porque ellos nos pusieron de frente ante el misterio de nuestra presencia en el mundo y nos permitieron rezar desde el fondo del alma.
Bienaventurada aquella canción alegre, aquella melodía que nos llegó al corazón. Bienaventurado el bailarín que nos llevó a danzar con él, el actor que nos hizo reír y llorar al compás de su talento. Bendita sea la primera vez que contuvimos el aliento frente a una catedral, una pintura, una escultura, una obra literaria. Bienaventurados los artistas y los sabios que iluminaron nuestra esperanza en todo lo bello que el ser humano puede hacer.
Bienaventurados aquellos que nos hicieron daño con su rencor o su envidia porque el dolor que nos causaron nos ayudó a crecer y a comprender.
Bienaventurado aquel dolor profundo de una ausencia porque nos invitó a unir nuestras lágrimas a todas las de quienes gimen y lloran en este valle, y consiguió que nos sintiéramos hermanos de la humanidad.
Bienaventurado el ayer que nos permitió llegar a hoy; el hoy que nos ha enseñado algo nuevo; bienaventurado el mañana que quizá no veamos, porque él contendrá todo lo que nosotros habremos aportado.
Bienaventurada la vida entera que vinimos aquí a vivir.
                                                                                         Artículo escrito para la revista 21 RS