Nos hubiera gustado mucho que el movimiento 15-M hubiera sido un botellón. Nos tranquilizaría más que estuviera orquestado por una conspiración política. La actitud violenta hubiera encajado mejor con nuestras predicciones. Pero no ha sido así. Razonadores y pacíficos, los jóvenes nos han obligado a pensar. Nos han ayudado a realizar una verdadera jornada de reflexión antes de votar. Y nos han leído el pensamiento, porque nosotros, los viejos, también estamos indignados. Claro que sí. Nosotros tampoco aguantamos más banalidades ni abusos. Por eso sería una pena que cuando los jóvenes españoles se determinan por fin a actuar en el mundo los etiquetásemos como “antisistema” solamente para sentirnos más seguros.
A la gente joven le damos ya hecho el mapa de la vida. Les decimos que sus coordenadas son fijas y que no llevan a ninguna parte. Sois la generación perdida, los ni-nis, les decimos. Por supuesto, no asumimos ninguna responsabilidad sobre el mundo que les hemos preparado ni sobre la educación que les hemos dado. Pero en la Puerta del Sol y en el resto de las plazas, aunque se han escuchado mensajes muy ingenuos, también se han dicho grandes verdades. Y de repente, el autismo de los partidos políticos - ese partido de ping-pong obsesivo que se juega de espaldas a todo y en mitad de la nada - se ha vuelto algo muy caduco.Los jóvenes tienen razón. Hay que regenerar la democracia, aliviar la dependencia de los poderes económicos, aumentar la participación ciudadana, acabar con la corrupción. Siento mucho que la reforma de la educación no haya ocupado un lugar eminente en estas protestas, porque es uno de los pilares del futuro.
Es evidente que a estas alturas hay que devolver la normalidad a las plazas pero también es evidente que lo que hemos sentido estas semanas se llama hambre y sed de justicia. Los poderes tienen que escuchar esta voz ciudadana porque las cosas tienen que cambiar. Está pasando algo. Hay esperanza.