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Bienvenidos a esta sala de profesores. Gracias por compartir conmigo las ganas de pensar sobre educación.



jueves, 7 de enero de 2016

ESCUELA ADENTRO


 
 
Comienza un trimestre que, por capricho del calendario, será muy corto. Los alumnos llegan de nuevo, como las olas tras las olas, para renovar el milagro que cada jornada amanece escondido, escuela adentro.

Los profesores nos saludamos con alegría. El síndrome postvacacional no es –salvo en ciertos casos- demasiado dramático en la docencia: “¿Has pasado buenas fiestas? ¿Cómo ha ido todo?” Nos ponemos al día someramente, antes del timbre o a la hora del recreo, y vamos hablando de esto y lo otro: de todo menos de política. En parte, para mantener una neutral concordia entre nosotros; en parte para devolver a la clase dirigente su silencio sobre los temas educativos y la indiferencia – cuando no el desprecio y la ignorancia- que ciernen sobre nosotros.

Hace ya años se empezó a clamar por la necesidad de un pacto en educación.  Posiblemente, la idea surgió a partir de la certeza de que o había acuerdos, o cada cuatrienio estrenaríamos una ley educativa nueva, cada vez más restrictiva- por ajustada al criterio de un solo partido- que la anterior. En este tiempo ni los sindicatos, ni los sabios, ni la prensa, ni los profes hemos logrado que se establezca algún acuerdo. Incluso ahora que los políticos se ven obligados a dialogar para constituir Gobierno, cunde el desánimo ante la certeza de que la educación no está entre sus prioridades. Desde el comienzo de este siglo, solo en la vocación de los docentes y en su empeño por mantener la moral alta ha sido la escuela constante. En todo lo demás, hemos vivido cien vidas distintas. Como nadie en Europa y como nunca en la breve trayectoria de nuestra enseñanza reglada.

En las cuatro últimas legislaturas, la política de educación ha sido errática: leyes elaboradas contra reloj y derogadas en el primer acto de otro gobierno; la muerte prematura de una propuesta de pacto que hubiera podido rearmar a la comunidad educativa cuando ya golpeaba la crisis; ajustes del presupuesto indiscriminados, especialmente duros con lo más valioso, como si en vez de recortar, amputaran; una LOMCE fabricada por algún experto en otra cosa; el enfrentamiento intencionado entre redes educativas para que cada iniciativa a favor de la escuela concertada, que goza ya de muchos privilegios, implique perjuicio para la pública… En resumen, más de quince años de incapacidad en la gestión; intereses ocultos y discordia. Los políticos siguen atrapados por la agonía de un presente que deben aprovechar al máximo; tal vez por eso no saben hacer planes de futuro y les resulta tan difícil mantener la honestidad.

A día de hoy, la única salida a la situación que algunos denominan banalmente “el problema educativo” está en la escuela misma. Los docentes ya se están dando cuenta, de ahí las iniciativas que comienzan a despertar. A favor de ellas, yo lanzaría un único ruego a los políticos que toman su lugar en el nuevo escenario. Es un ruego concreto, nada complejo de efectuar: por favor, mientras ustedes abordan los grandes temas y deciden lo que van a hacer, suspendan la burocracia que asfixia las escuelas. Repito: cancelen el papeleo, por favor. Eso de momento. Luego ya vamos hablando.

Es que empieza a causarnos desesperación lo de escribir pormenorizadamente folios y folios que nadie va a leer. Los profesores tenemos muchísimo trabajo y queremos realizarlo con autonomía y libertad, en el marco de nuestros centros. La burocracia es un esfuerzo inútil, y esta certeza se edifica sobre una reflexión profesional. Porque, en el paisaje modesto de las aulas, bajo la pizarra digital o la pizarra verde, todos sabemos que las leyes, con su cohorte de papeleos,  constituyen buena parte del “problema educativo”. Y que la matriz real de la educación se encuentra en la actitud de los alumnos, la capacidad, iniciativa y formación de los docentes, la unión del claustro y la colaboración de las familias.

Escuela adentro, enero trae consigo a pesar de todo una inagotable fuente de esperanza: la gente joven que empieza a pensar y sentir - como nosotros a su edad- que todo es posible. Son los alumnos quienes poseen la fuerza para encarar el futuro. Somos los profesores quienes nos rearmamos cada mañana para enseñar lo mejor que sabemos y trabajamos en la construcción de un gran legado. Y es la comunidad educativa plena quien mantiene el ánimo alto con el roce de la juventud y es capaz de llevar a un centro en volandas durante cada curso.

Así que, a riesgo de resultar tan machacona como una maestra, repito: señores políticos, sus dictámenes y leyes son solo una parte pequeña de la vida de los centros. En lo que queda de este curso, el que viene y siempre, dejen hablar libremente a las aulas. Y si dentro de unos meses han sido capaces de establecer los primeros pasos para un acuerdo en educación alejado de lo inmediatamente político y cercano a las necesidades de las aulas, tal vez incluso puedan dejar, ustedes también, un legado reconocible.