BIENVENIDOS

Bienvenidos a esta sala de profesores. Gracias por compartir conmigo las ganas de pensar sobre educación.



miércoles, 18 de enero de 2017

Cosmovisiones



Los hermenéuticos alemanes denominan “cosmovisión” – Weltanschauung, en su forma original– a la imagen o figura general de su existencia que cada persona, cada sociedad o cada cultura reconocen como propias.
La cosmovisión está compuesta por las percepciones, los conceptos y las valoraciones que uno hace sobre su entorno. Un poeta podría explicarlo mejor si nos dijera que la vida no es como es sino como nos la contamos.

Si una determinada cosmovisión marca la postura ante todo lo existente, y si define las nociones que un individuo aplica a los diversos campos de su vida: política, economía, ciencia, religión, ética, filosofía…, entonces, sin lugar a dudas, define también la postura de un profesor ante sus alumnos. Por supuesto, sin una cosmovisión determinada no habría valores que transmitir, conceptos que descubrir, normas que aplicar, premios que otorgar. Educar es traspasar de una generación a otra el modo de empleo de la vida, y este modo de empleo tiene bases objetivas. Pero tiene también muchas, muchísimas, percepciones subjetivas sobre lo que uno puede o debe hacer. Y ellas se van definiendo a partir de la cosmovisión del maestro.

Acabo de leer, a este respecto, la tesis doctoral de la pedagoga Alied Ovalle. En ella se abordan los diversos estilos, las diversas personalidades parentales y su relación directa con el estilo educativo que aplica cada familia. De alguna manera, la doctora Ovalle pone un espejo ante los padres y, a partir de su reflejo, dibuja un mapa real de los distintos estilos educativos, cuyo resultado, por supuesto, influye de manera inevitable en la escuela. Me ha parecido una aportación muy oportuna porque es evidente que tal como uno se ve en el mundo, así lo transmite.  Lo mejor de esta clasificación es que no hay buenos ni malos. En el amplio catálogo de conductas parentales que presenta la doctora Ovalle no hay compartimentos estancos: podemos reconocer características propias tanto en los estilos educativos de los padres que admiremos como en aquellos que rechacemos.
Inevitablemente, ha asociado esta idea de los estilos personales con la forma en que los profesores entendemos la relación con los alumnos y nuestro propio rol en el aula.  Enseñamos tal como somos, de esto no cabe la menor duda. Transmitimos nuestra pasión, nuestra emoción o nuestro pesimismo, en forma de curriculum oculto; este es un hecho más que documentado.

Pero es que, además, el poeta del que hablábamos antes diría que la vida no es como es sino como nos la contaron. Wilhelm Dilthey, creador del término Weltanschauung, sostenía que la experiencia vital de cada ser humano estaba fundada —no sólo intelectual, sino también emocional y moralmente— en el conjunto de principios transmitidos por la familia, la sociedad y la cultura en que se hubiera formado. Las sensaciones y emociones producidas por la experiencia peculiar del mundo en el seno de un ambiente determinado contribuyen a conformar una cosmovisión individual. Los profesores transmitimos lo que hemos recibido y a su vez preparamos a los alumnos para normalizar comportamientos y actitudes que son de la escuela porque son de la sociedad en que esta se enmarca. Es por tanto una responsabilidad inmensa, otra más en una tarea cuajada de responsabilidades. Por eso me parece necesario que cada uno de nosotros reflexione sobre su desempeño profesional.


Sé como deseas parecer, decía Sócrates. Todos cuantos tenemos el privilegio de vivir una relación educativa, y de formar parte de la cosmovisión de otros seres humanos, deberíamos encontrar las directrices necesarias para reconocer nuestro estilo educativo, reflexionar sobre él y, desde luego, mejorar lo que sea necesario.

martes, 10 de enero de 2017

TESOROS


Yo conozco a un melero. Vive en lo alto de un monte sobre el mar, en la ría de Cedeira, y reparte sus colmenas por los acantilados porque sus abejas liban el jugo del eucalipto y del brezo. Como este apicultor de la fotografía, que vive en Bangladesh, el melero gallego se viste con ropajes raros, rejillas y sombreros, pero aún así está siempre lleno de picaduras. Ambos tienen la misma expresión reconcentrada y seria: son buscadores de tesoros.

Y es que los tesoros escondidos existen, aunque no sean fáciles de encontrar porque están ocultos y custodiados a veces, como en los cuentos, por seres extraños. O porque, como le sucede a la miel, están encerrados en el interior de construcciones perfectas, realizadas por las ingenieras más creativas, hacendosas e insociables del mundo.

Debemos tener presente que todos los tesoros escondidos son auténticos tesoros, realidades maravillosas que modifican la vida, aunque por eso mismo sean esquivos. Lo primero que hay que hacer para encontrarlos es buscarlos. Con paciencia. Con tiempo. El buscador de tesoros debe ser despilfarrador del tiempo, saber dar tiempo al tiempo, esperar siempre. Encontrar el tesoro requiere mucha, mucha paciencia. Tanta como la del melero, que no puede acelerar, ni interrumpir, el proceso natural, la metamorfosis mágica que han aprendido a efectuar las abejas a lo largo de millones de años para obtener, desde el corazón de la flor, una porción de pura miel.

Y ¿dónde encontraremos el escondite de los mayores tesoros? Pues en el alma de cada persona; todos lo sabemos.

Si hay un tesoro en mi interior, si estoy llena de miel, para sacarla a la luz debo ser, al mismo tiempo, el apicultor y la colmena. Necesito   conquistar a sus fieros guardianes –que tienen los aguijones del miedo y la vergüenza- antes de poseerla. Y también necesito prestar atención a los minúsculos guiños de lo cotidiano: el viento en el eucalipto, el salitre sobre el brezo o el amarillo de la flor.

Los tesoros existen dentro de nosotros, como la miel en el interior de las colmenas, custodiados paradójicamente por nuestros miedos y miserias; y existen fuera de nosotros, escondidos en los pequeños guiños de la realidad. Si cada ser humano esconde un tesoro, su valor es extraordinario;  si cada día de una vida corriente está lleno de tesoros, hay que sonreír a esa vida.


En este año nuevo podríamos ponernos en marcha y buscar nuestro tesoro interior. Debe de ser muy bonito saberse hecho de miel y ofrecerla a los demás: ser melero.

Artículo escrito para la revista 21RS