Cuando dialogamos con los hijos e hijas, nuestra actitud se convierte en un elemento de la mayor importancia para que la conversación transcurra por buen cauce. Por eso es tan importante que nunca nos situemos a la defensiva ante ellos, ni estemos pensando constantemente en qué momento dejaron de ser nuestros preciosos chiquitines. ¿No se nos ha ocurrido pensar que ellos también deben de preguntarse en qué momento dejaron de ser causa de nuestra alegría? ¿No se preguntarán por qué nos hemos convertido en padres que regañan a todas horas? ¿Por qué ya no somos felices a su lado? Sin embargo, seguimos siendo felices a su lado, solo es que se nos ha olvidado decirlo. Por eso debemos hacer un repaso general a algunas actitudes que se explican a sí mismas.
Podemos basar la comunicación con nuestros hijos en:
Advertencias: “No te has dado cuenta de la que
te va a caer como no recojas la habitación.”
Culpas: “Si fueses ordenada no estaría así la
casa.”
Amenazas: “Si no recoges, no sales. No hay más
que hablar.”
Ofensas: “Eres caótico, el desorden en
persona.”
Futurología: “Serás un desastre toda la vida.”
Victimización. “¿No ves todo lo que hago por
ti? ¿Qué más quieres?”
Sermones: Aquí imaginemos un párrafo muy largo,
en el cual se desgranen un montón de consejos que se resumirán en una sola
frase: “Mira qué bien lo hago yo todo.”
Órdenes: muchas, constantes, y a causa de
ello, contradictorias.
Comparaciones: con la hermana, con el hermano,
con nosotros de niños, con el vecino del quinto, con ellos mismos a los cuatro
años…
Sarcasmos: “¡La mejor amiga! ¿Qué sabrás tú de
eso?”
Estas disfunciones son inevitables y todos
caemos en ellas. El problema surge cuando se repiten, cuando se nos pasa un día
y otro sin salir de ellas ni haber aumentado la calidad de la comunicación. Si
estuviésemos en su lugar también saltaríamos como un resorte o terminaríamos
desconectando. Quien no sale nunca de esta forma de hablar con los hijos, daña
gravemente la comunicación. Si empleamos toda nuestra artillería para abordar,
por ejemplo, “la habitación desordenada”, las palabras de corrección estarán
desgastadas cuando lleguen asuntos más graves. Y si somos habitualmente
demasiado autoritarios o demasiado permisivos, lo seremos en todo.
Desde luego, una de las formas más poderosas
de comunicación es la conversación. A todos nos gustaría mantener
conversaciones fluidas, divertidas, íntimas y amables con nuestros hijos, sobre
todo con los adolescentes. Pero en ocasiones ellos parecen sufrir una
"alergia" a nuestra presencia. Nos quieren muchísimo- nunca lo
dudemos-, desean estar con nosotros, sentirse aceptados e importantes en casa,
pero a veces no quieren conversar sino ser escuchados. Cuidado, porque a
nosotros nos suele pasar exactamente lo mismo: enfocamos las conversaciones con
ellos como oportunidades que tenemos para opinar, orientar, aconsejar o mandar.
Rara vez para escuchar y animar.
¿Cuáles pueden ser temas interesantes para
iniciar una conversación en familia? Pues, aunque no nos lo parezca, todos los
de actualidad, de los que desde muy pronto están enterados y sobre los que
tienen una opinión formada, mientras nosotros los seguimos imaginando en el
país de las hadas. Por ejemplo:
·
Asuntos de la marcha de la familia: vivienda,
vacaciones, economía, nuestro trabajo (no nos ven trabajar y les
interesa mucho), enfermedades de familiares, estado de los abuelos...
·
Los valores morales, la religión y la
política.
· Todo lo que concierne a nuestras emociones y
vivencias de padres. Hablan mucho de nosotros con sus amigos, igual que
nosotros hablamos de ellos con los nuestros.
·
La situación de justicia o injusticia en el
mundo.
La actualidad social y política.
·
El deporte, los amigos, las aficiones
compartidas o las suyas propias.
Para estimular el diálogo conviene hacer uso
de frases abiertas con las que demostremos interés: pedir que nos expliquen
algún concepto, preguntar el porqué. Las preguntas directas, sin embargo, se
parecen demasiado a nuestros “interrogatorios de regreso del cole”, y no son un
buen recurso para comenzar y mantener una conversación.
Estos son algunos trucos para comenzar una
conversación (se omite, por obvio, que nosotros mismos debemos estar alejados y
desinteresados del móvil).
·
Podemos comenzar contándole cómo ha sido
nuestro día
·
Transmitirle cómo es nuestro estado de ánimo
en ese momento
·
Pedirle algún consejo sobre algo que nos haya
pasado
· Generar un entorno que propicie la
comunicación: alrededor de la mesa, a la hora en que ya hemos terminado las
tareas, en un desayuno tranquilo de domingo, o en un paseo por la naturaleza,
que es un entorno prácticamente infalible.
·
Si le ha pasado algo en los días anteriores,
preguntarle cómo sigue todo.
Iniciar el diálogo de forma muy abierta, como:
“¡Qué mal día he tenido hoy! ¡Seguro que el tuyo ha sido mejor! ¡Cuéntame algo
que me anime, anda!”
Y cuando la conversación ya está en marcha,
debemos hacerles sentir que disfrutamos de estar con ellos y respetamos lo que
dicen. Conviene que tengan confianza en nuestra discreción, así que no vamos a
colgar inmediatamente nuestra foto juntos en una red. Debemos hacerles sentir
que también nosotros aprendemos cosas de ellos y que los comprendemos.
La
conversación en familia es un tesoro y hace brotar otro: el de conocernos y
convivir.