Hace unas semanas la polémica por la retirada, en una cadena de televisión on line, de la película Lo que el viento se llevó, me sorprendió releyendo la novela original de Margaret Mitchell que conocí hace cuarenta años. Entonces no percibí de una manera tan clara el
racismo que destila; hoy se me ha hecho insoportable. Y esta evolución, que es mía, de mi propia manera de ver el mundo, me parece
importante. Seguramente no soy menos racista hoy que a los veinte años, porque siempre lo rechacé. Solamente se ha ampliado el umbral de lo que considero racista.
Sin embargo me parece un grave error que se impida a la gente joven acercarse a esta película, en nombre de una supuesta protección de su sensibilidad o en la creencia de que así evitamos que copien esas actitudes, como si educar no fuera, también, preparar a un joven para conocer los hechos del pasado y cómo han evolucionado los criterios morales sobre ellos. Sin Lo que el viento se llevó no se entiende el Black lives matter ni el porqué de esos disturbios en un país cuyas heridas aún supuran.
Quien
censura un testimonio del pasado quiere
hacernos creer que la humanidad ha nacido hoy. Y eso es, ni más ni menos que lo
que piensa un niño pequeño: que antes de él no había nada. Si perdemos la
certeza de que formamos parte de un progreso moral, de que la humanidad, desde
las cavernas a hoy, ha caminado a mejor; si no se nos enseña el lugar de donde
venimos, entonces perdemos el sentido de por qué estamos aquí y no nos sentimos
obligados a mejorar el mundo para nuestros hijos. Quien solo vive en el
presente no entiende las expresiones antes y después y sufre enormes rabietas.
A quien solo le importa lo inmediato se le puede manipular. Y al final tal vez se trate de eso.
La censura
sobre el arte y la historia nos quiere transformar en una sociedad infantil. Es
un arma peligrosa y nos la están imponiendo con naturalidad. Hay que decir bien
claro que Lo que el viento se llevó es una película racista, porque lo es y
mucho. Pero lo intolerable, lo que bajo ningún concepto se puede permitir es el
racismo de hoy. Porque lo que hacemos mal hoy es lo vergonzoso.
Ah, por cierto, resulta que nuestros jóvenes, con su ocio y sus fiestas, son ahora "irresponsables" e "insolidarios". Pero en mayo les dijimos que volviesen cuanto antes a las discotecas y no abrimos los institutos. Ahora quienes deben establecer cómo comenzará el próximo curso- "presidentes" y "consejeros" se llaman pomposamente- no tienen ni ideas, ni ganas ni dinero para aumentar el número de profesores. En esta pandemia, la educación es, tristemente, lo que el viento se llevó.