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Bienvenidos a esta sala de profesores. Gracias por compartir conmigo las ganas de pensar sobre educación.



jueves, 29 de agosto de 2013

Los gitanos españoles también quieren tener un sueño





Es un honor para mí reproducir esta carta.

Yo también hoy
QUIERO TENER UN SUEÑO



                              

Difícilmente se pueden decir las cosas mejor de cómo las dijo Martín Luther King aquel 28 de agosto de 1963, hace hoy exactamente cincuenta años. Por eso nosotros, los gitanos que nos sentimos vinculados por el ideario de la Unión Romaní, queremos manifestar públicamente que la doctrina marcada por el gran lider en aquel luminoso discurso, es y sigue siendo nuestra principal referencia a la hora de señalar los objetivos y los límites de nuestra lucha. No insistiremos, pues, en reiterar lo que desde hace tantos años también nosotros venimos diciendo y denunciando.

Martin Luther King, que fue Premio de la Paz en 1964, ante la estatua de Abraham Lincoln, y frente a más de 200.000 personas que le escuchaban enfebrecidas, denunció el trato inhumano que los negros recibían por parte de la policía así como la gran injusticia que suponía enfrentarse en los más diversos lugares con el infame letrero “solo para blancos”. Nosotros, como el lider mártir, llevamos diciéndolo también desde hace casi 50 años aunque en escenarios diferentes. Y hoy, como ayer, alargando nuestra mirada a todo el territorio europeo, seguimos afirmando con él que “Ahora es tiempo de subir desde el oscuro y desolado valle de la marginación al soleado sendero de la justicia racial. Ahora es tiempo de alzar a nuestra comunidad desde las arenas movedizas de la injusticia racial a la sólida roca de la fraternidad. Ahora es tiempo de hacer que la justicia sea una realidad para todos los hijos de Dios”.

Los gitanos españoles y gran parte de los gitanos europeos hemos dado pasos importantísimos en la lucha por ser dueños de nuestro destino y administradores de nuestra libertad. Pero aún está casi todo por hacer. Desde la Constitución de 1978 los gitanos gozamos de las garantías que la Carta Magna otorga a todos los españoles y desde que la Unión Europea incorporó en su seno a la inmensa mayoría de los gitanos del continente todos gozamos de la protección que nos brinda el Tratado de Lisboa para la defensa de nuestros derechos ciudadanos.

Sin embargo el reconocimiento de esas garantías no supone su cumplimiento. Bien lo sabemos cuando nos enteramos de las gravísimas agresiones que sufren nuestros hermanos por parte de quienes se consideran guardianes de todas las esencias patrias. Agresiones que por múltiples razones quedan tantas veces sin castigo ni reparación. Hoy, como hace 50 años, nosotros decimos con Luther King que “no estaremos satisfechos hasta que la justicia corra como las aguas y la rectitud como un impetuoso torrente”.

Pero el discurso cuyo aniversario conmemoramos tiene también una parte importantísima de autoimplicación en el proceso de lucha por la conquista y consolidación de nuestros derechos. Debemos, mejor dicho tenemos la obligación de desarmar a quines con razón o sin ella se declaran antigitanos en las tertulias, en las conversaciones familiares o en los espacios de libre acceso que ofrecen los medios de comunicación online. Ignorar lo que se dice de nosotros cada vez que se produce un hecho delictivo en el que aparecen los gitanos es de una supina insensatez. Lo decía el gran lider: “Nada en el mundo es más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez concienzuda”.

Y llegados a este punto del análisis de la realidad, se impone tener claro cual debe ser el camino a seguir y con que estrategia pensamos librar la última y más decisiva de todas las batallas: responder a los racistas con las mismas armas que ellos utilizan contra nosotros o plantarles cara desde la resistencia inteligente sabiendo que “Nadie se nos montará encima si no doblamos la espalda”.

El 28 de agosto de 1963 Martín Luther King, en la culminación de “La marcha sobre Washintong” dijo que “En el proceso de conseguir nuestro legítimo lugar, no debemos ser culpables de acciones equivocadas. No busquemos saciar nuestra sed de libertad bebiendo de la copa del encarnizamiento y del odio.  Debemos conducir siempre nuestra lucha en el elevado nivel de la dignidad y la disciplina”. Y en este punto precisamente hoy me quiero detener para manifestar desde lo más íntimo de mis sentimientos que yo también tengo un sueño:

Que llegue un día en que los gitanos seamos juzgados por nuestros actos y no por el nombre de nuestra étnia.

Yo también tengo un sueño: que los periodistas cumplan con sus códigos y olviden para siempre la cursilería de escribir “de étnia gitana” para evitar decir, sencilla y llanamente “gitanos”.

Yo también tengo un sueño: Que los periodistas dejen de hacer referencia a la raza, al color o al origen de las personas en contextos peyorativos. Lo dijo Luther King: "Todo lo que afecta a uno directamente, nos afecta a todos indirectamente".

Yo también tengo un sueño: Que llegue cuanto antes el día en que olvidemos esa parte de la vieja Ley Gitana que nos empuja a tomarnos la justicia por nuestra mano. “Guardarnos de la violencia, ya se exprese mediante la lengua, el puño o el corazón”.

Yo también tengo un sueño: que desaparezcan las pistolas y las navajas de allí donde las haya. Hace 50 años lo dijo el lider de la Paz: “La violencia crea más problemas sociales que los que resuelve”.

Yo también tengo un sueño: Que el analfabetismo y la desescolarización sean fulminadas de nuestro entorno. Solo la cultura y la formación hacen libres a los pueblos.

Yo también tengo un sueño: Que desaparezca la mendicidad de las calles de nuestros pueblos y ciudades. Porque somos una minoría visible a nosotros se nos ve más que a los demás.

Yo también tengo un sueño: Que las mujeres gitanas encuentren en el seno de nuestras comunidades el papel que les corresponde como guardianas y mantenedoras de nuestra cultura. Negar a las gitanas el espacio de libertad al que tienen derecho es condenar a nuestro pueblo a la más humillante capitulación.

Yo también tengo un sueño: Que los eternos racistas de siempre sean juzgados con la severidad que proclaman las leyes. Que sepan que sus crímenes no pueden quedar impunes. Y que los jueces no olviden que "La injusticia en cualquier lugar es una amenaza para la justicia en todas partes".

Yo también tengo un sueño como el de Martin Luther  King: Que mis hijos vivan en un país en el que no sean socialmente juzgados por el color de su piel o por el origen étnico de sus padres sino por su reputación.

                                 
                                Juan de Dios Ramírez-Heredia
                                Abogado
                                Presidente de Unión Romani Española

                                Vicepresidente de Unión Romani Internacional

jueves, 8 de agosto de 2013

Los niños y el accidente de Santiago


 
 
 
 
Han pasado ya quince días desde el terrible accidente del tren Alvia en la curva de Angrois, a las puertas de Santiago. Durante todo este tiempo he tenido presentes a las víctimas y sus familiares, como todos, pero he pensado también en cómo habrán contado el accidente a sus hijos los padres de niños pequeños, y cómo habrán interpretado los niños las imágenes impactantes y las noticias.

 

La enfermedad y la muerte son tan constitutivas de la humanidad como la salud y la vida, sin embargo la educación que nuestros hijos reciben las evita sistemáticamente. Algunas veces, con un mal entendido sentido de la protección, los alejamos demasiado del fallecimiento del abuelo, mientras les permitimos pasar horas y horas matando y viendo morir en la realidad virtual. Sin embargo, por muchas tontas precauciones que tengamos, cuando muere un familiar, o cuando ocurre un accidente tan impactante como este, los niños saben que está pasando algo grave, y necesitan explicaciones sencillas y veraces. Si no las encuentran en casa pueden conformarse con las del amigo sabelotodo o la médium del patio de recreo.

 

Es un grave error hacer ignorar a los hijos la presencia de la muerte, incluyendo la realidad de las condiciones en que se encuentran dos tercios de los habitantes de la tierra, y la existencia del terrorismo y la guerra. No se trata del morbo ni la obsesión, sino de temas que deben formar parte de las conversaciones familiares, cuando surjan.

 

Si alguna vez tenemos que explicar a niños aún pequeños un suceso como el de Angrois, seguramente nos encontremos nosotros mismos abrumados. Pues bien, en un momento así lo mejor es decir la verdad. Podemos reconocer ante ellos que no tenemos explicaciones, que hay circunstancias inesperadas, accidentes, y que lo único que podemos hacer es compartir el dolor, ponernos en la piel de esas familias que vemos llorar en los telediarios porque su dolor es humano y es real. Creo que nuestros hijos agradecen nuestra ayuda para distinguir qué es realidad y qué es ficción entre todo lo que aparece en las pantallas.

 

Un momento álgido como ese precisa de la voluntad de estar a la altura. Para enseñarles a enfrentarse al dolor, sólo nos sirve presentar a nuestros hijos lo mejor de nuestra propia alma: la empatía, la compasión, la trascendencia. Los niños pequeños están mejor preparados que nosotros para entender estos valores. Y la confianza de compartir en familia un momento de dolor crea vínculos que permanecen para siempre. Llorar juntos, rezar juntos por las víctimas del tren, o al menos recogerse un momento para dedicarles un recuerdo, puede ser un momento educativo inigualable.