BIENVENIDOS

Bienvenidos a esta sala de profesores. Gracias por compartir conmigo las ganas de pensar sobre educación.



viernes, 20 de noviembre de 2020

En la misma piedra

 


Reconozco que he vivido todo el trámite de redacción y aprobación de la LOMLOE con tristeza y decepción. Esta nueva ley educativa vuelve a llevar el nombre del político de turno, la carga ideológica de turno y el microchip de autodestrucción, porque la cambiarán en cuanto gobierne un partido de otro signo. La ley Celaá es la cara, o la cruz, de la ley Wert y esto quiere decir que volvemos a tropezar en la misma piedra.

Puedo resumir mi decepción en diez razones:

1. Desde el primer momento se renunció a construir la ley a partir de la negociación y el acuerdo con la comunidad educativa. Una vez más, todo ha estado cocinado en los despachos, todo ha formado parte de planes exclusivamente políticos. Y aunque quienes la han redactado saben más de educación que el extraño conjunto de perfiles académicos de la ley Wert, no se ha escuchado al profesorado. Ni siquiera se ha escuchado a la historia. Y de esta última afirmación surge mi decepción número 2.


2. La ley Celaá se gestó antes de un cambio radical de la realidad educativa al cual ha permanecido de espaldas durante su tramitación. La escuela ha modificado su faz para siempre, a causa de una transformación de la metodología y la dinámica cotidiana que no ha surgido de forma natural sino como respuesta inmediata a una gigantesca crisis. Hubiera sido más lógico detener la maquinaria legislativa y reflexionar sobre este cambio para adecuarse a él. No lo han hecho y eso lastra completamente la nueva ley e incluso la despoja del adjetivo “nueva.” La LOMLOE nace anticuada. Aquí y allá se pellizca la actualidad con algunas disposiciones sobre las “emergencias” y se hace una llamada a “promover el desarrollo de la competencia digital,” frase que aparece en todas las leyes- con la misma redacción- desde hace veinte años. Tiene razón José Antonio Marina: están en la Luna. Hasta los altos despachos no llega noticia de necesidades tan imperiosas como bajar las ratios definitivamente, crear plataformas digitales seguras y no comerciales para el contenido curricular, duplicar las plantillas o acelerar la formación del profesorado en las nuevas herramientas digitales. Tampoco atender los nuevos requerimientos emocionales del alumnado.


3. La LOMLOE no es una reforma. Corrige a la LOMCE lo que esta corrigió a la LOE. Mantiene la estructura tradicional del sistema educativo, no tiene valor para hacer obligatoria la educación infantil de 3 a 5 años ni para convertir el bachillerato en una etapa de tres cursos que prepare para la universidad y no solo para la PAU, una prueba, por cierto, anacrónica. Vuelven los ciclos a Primaria (no se habían ido porque nadie hizo caso), desaparecen los itinerarios en la ESO con su disparate de las titulaciones de primera y segunda; y a cambio regresa la diversificación. Es otra mano de pintura.


4. Aunque el Ministerio las publicita, la LOMLOE no contiene medidas concretas de apoyo a la enseñanza pública. ¿Cómo se va a favorecer a los centros que escolarizan alumnos con muchas dificultades si no se aumentan los recursos y las plantillas? Tampoco se atreve a apostar por los CEIPSOs, es decir a unir la primaria y la secundaria en los centros públicos, que es la verdadera causa por la cual muchas familias eligen la enseñanza concertada. Pinchar a la concertada con el tema de la libertad de elección y la demanda social no beneficia por arte de magia a la pública. La realidad siempre fue más compleja que el maniqueísmo. La enseñanza pública debe estar presente en esa libertad de elección y poner en juego su calidad. Siempre pensé que situarla como la competidora débil era una profecía autocumplida.


5. La LOMLOE mantiene, como es habitual, un catálogo de proyectos sin que suba ni una décima el porcentaje de PIB destinado a la educación. Porque, como todos los legisladores educativos saben, la calidad nunca, nunca, nunca es cuestión de dinero. Tal vez hubieran podido utilizar esa premisa como base de un pacto. “Prohibido hablar de financiación en una ley educativa”, podría ser la segunda premisa. Fuera del articulado hay un compromiso verbal de aumentar el porcentaje del PIB hasta el 5% en 2025. Un plazo muy largo para una ley sin consenso, en el umbral de una profunda crisis económica.


6. Sí, desaparecen los centros específicos de educación especial. Es un hecho: “En diez años los centros dispondrán de los recursos necesarios para atender a todos los alumnos con discapacidad”. Precisamente porque he sido PT y he trabajado toda mi vida por la integración, me pongo en el lugar de las familias y me sumo a sus protestas. Los centros de educación especial de hoy realizan con su alumnado una labor insustituible.


7. Actúa de forma injusta con la asignatura de Religión. No tiene valor para suprimirla, así que le hace bullying al despojarla de todo peso académico y al negarle una materia complementaria. Siempre he creído que la asignatura Valores debe ser para todos, como recoge esta ley, pero mientras exista la Religión como asignatura, quienes la imparten son profesores y quienes la reciben son alumnos. Merecen respeto.


8. Después de mil frases armoniosas sobre justicia, equidad, igualdad y una serie de valores que, en efecto, son imprescindibles en democracia, incumple el acuerdo al que se llegó en 2018 sobre la vuelta de la asignatura de Ética en Secundaria, impartida por filósofos. Wert fue quien la quitó, así que estará satisfecho.


9. Una vez más pospone al profesorado. En la disposición adicional séptima existe el compromiso de elaborar una normativa que regule la formación inicial y permanente, el acceso a la profesión y el desarrollo de la carrera docente. Es exactamente lo mismo que decía la LOMCE: hoy no, mañana.


10. Cuando no se abordan los recursos, desdobles, especialistas y apoyos que puede necesitar un alumno para superar todas las materias, la solución más sencilla es echarlo para adelante, que salga pronto del sistema: que apruebe los cursos con suspensos y que titule en bachillerato con materias pendientes. Es un mensaje desmoralizador que tendrá efectos colaterales en los alumnos sin dificultades pero sin ganas. Increíble.


Y ya fuera del decálogo, el español debe ser la lengua vehicular en el Estado. Todos lo sabemos. La causa de esta enmienda de última hora es evidente: se hipoteca nuestra cohesión para conseguir objetivos políticos inmediatos.

Escribo todo esto con dolor, no con sarcasmo ni con ganas de mantener la ley anterior, que era una catástrofe.  Me duele porque es una gran oportunidad perdida. De nuevo tropezamos en la misma piedra, de nuevo la escuela hará lo que pueda con lo que le manden, de nuevo inauguramos una ley educativa entre rifirrafes, marcada desde la cuna, ajena a lo que está pasando en las clases. Cuánto lo siento. Qué decepción.

lunes, 16 de noviembre de 2020

Vientos y vendavales

 



Una vez tuve la oportunidad de asistir en Valencia a un congreso internacional sobre el papel de los gobiernos y los agentes sociales. Cuando todavía faltaban años para que llegara la Covid, los expertos de aquel foro describieron para el literal “mañana” un vendaval de dimensiones colosales que afectaría, más aún que a la economía, al papel de los estados y de la sociedad. Él nos zarandea hoy. 

Esta es una crisis sanitaria en su origen, en sus consecuencias lo es de civilización y de modos de vida; de las instituciones políticas y su ética; del acuerdo tácito por el cual los gobiernos protegían a los muy ricos si contribuían a cambio al bienestar social; de los logros conseguidos en derechos humanos. Incluso es una crisis de la familia. Pequeños y asustados, los occidentales de clase profesional, que vivíamos hasta ahora en el “barrio pijo” del mundo, comenzamos a atisbar cómo es la cotidianeidad de la mayor parte de la humanidad: frágil, insegura, consciente de que la muerte habita en nuestra propia sombra y nos acompaña al caminar.

Sopla cada vez más fuerte el viento de la importancia de cada persona. Hay nuevas formas de interacción con lo que nos rodea, cada vez más posibilidades de emprender acciones personales, de opinar, de comunicarse. Y por otra parte, hay cada vez más uniformidad en las tendencias, menos reflexión en la opinión. Por eso es importante, más que nunca, la manera de ser. La relación entre las personas está basada en el cordón umbilical que se tiende entre nosotros: un hilo que nutre y mantiene vivo, cuyas células son los valores. Nos estamos dando cuenta de la necesidad vital de la cooperación, aunque sea en la forma sencilla de un rectángulo de tela sobre los labios.

Y mientras el mundo se configura de esta nueva manera, cada uno de vosotros ve a sus alumnos afrontar su futuro en un mundo frío, desalmado, con pocas referencias. No se pueden prever los sufrimientos que les deparará el futuro. Sin embargo, la salida de esta crisis está en las personas que ellos son. Es el momento de la escuela que comprende su valor como epicentro del aprendizaje en relaciones personales.

Me parece que el confinamiento y sus consecuencias han desvelado a la sociedad entera algo oculto bajo las generalizaciones de las leyes, pero que los maestros ya sabían: los alumnos son personas rabiosamente individuales. Así que habéis abierto ventanas tecnológicas y habéis viajado también hacia el interior, hacia la propia esencia. Me parece que cada escuela de hoy comienza a comprender que está en un lugar y un momento concretos, rodeada de otras que también son únicas e insustituibles. Y que los enfrentamientos, a veces cortinas de humo para ocultar intereses espurios, nos debilitan a todas.

El viento del cambio sopla de la escuela hacia afuera. Cuando parece que no hay esperanza, la hay a raudales. Cuando asoma una nueva ley de educación sin diálogo ni consenso, maestros y alumnos dialogan.

 

 

viernes, 6 de noviembre de 2020

El mundo enfermo

 


Hace tiempo, una persona profundamente religiosa me dijo que el pecado original se nos notaba, sobre todo, en la incapacidad para resolver el hambre, la pobreza y el desamparo de la humanidad. Como si, dentro de nosotros, algo defectuoso nos impidiera aumentar con nuestras acciones la belleza de la Tierra.

Porque la Tierra es bella, perfecta en su equilibrio, armoniosa en sus formas y sus colores, asombrosa en su furia y consoladora en su calma. Y el ser humano es bello también: en la mirada poética y curiosa de la infancia, en la sabiduría y fragilidad de la vejez, en los dolores de un parto y los ensueños de amor, adolescentes sea cual sea la edad en que se vivan.

Sin embargo cada generación tiene su guerra, cada una tiene sus crisis; todas, su profundo dolor. No lo causa la muerte como consecuencia inseparable de la vida, sino como consecuencia del egoísmo, la desidia, la banalidad o la furia del hombre lobo para el hombre.  

Siempre hubo quien se aventuró en el mar en pos de sueños, hoy se nos desborda en desesperación y llanto. “Avanzas, avanzas y nada más puedes hacer. Todo lo que dejaste atrás ya lo las perdido”- escuché decir a un muchacho que había pasado dos años caminando por el Sahel y uno completo sentado junto a la valla de Melilla. No era joven más que en la edad, claro; había alcanzado con honores el doctorado en tristeza. 

También nos desborda la cara más descarnada, los puros huesos de un sistema económico que nos asegura el pan- a veces solo un mendrugo- pero crea profundas desigualdades. Y así, en las esquinas de nuestras ciudades, en vez de correr el aire y refrescar a quien va a su labor diaria, circula el dinero con su corte ministerial: el imperio de lo económico, el consumo desenfrenado. Y entonces la pobreza ya no es una condición humana que debemos resolver entre todos, sino un fracaso humillante de la vida del pobre, a quien los medios bombardean con el asombroso nivel de vida del rico.

Nos desbordan también la soledad y el silencio ocultos en los dobladillos de esta sociedad de la comunicación, donde todos hablamos libremente con todos - o eso creemos- mientras nos empapa la homogeneidad cultural. Y ya hay quien, a pesar de contar con miles de “seguidores” se ahoga de soledad. Pero que no cunda el pánico, vocean. Ya es primavera en los grandes almacenes aunque tiritemos aún con las heladas.

El mundo entero está enfermo de un virus antiguo. No es este Covid nieto de las pestes y pandemias que golpean a la humanidad desde el inicio de la historia. Estamos enfermos de egoísmo, nuestro pecado original. Y es una enfermedad tan extendida que solo puede aliviarse con un remedio: agrandar el tamaño y la fuerza de lo sano.

Salud es la oración intensa de quienes dedican su vida a rezar en las clausuras. Confieso que,  humildemente, todas las mañanas al despertar pienso en ellas, en las monjas que rezan, porque estoy segura de que en sus ruegos incluyen a mis hijos y su generación, heredera de nuestras ruinas. Ellas, sin poner un pie en la calle, conocen problemas presentes y futuros de los que yo, siempre bien informada de las noticias, no tengo ni la más remota idea.

Salud crean las manos de quienes cuidan enfermos, limpian mocos y babas de desvalidos, iluminan en la escuela la mirada de los niños, escriben poemas que cauterizan heridas, componen música que nos lava por dentro.

Trae salud al mundo la vecina que durante los meses de confinamiento puso en tu puerta un bizcocho casero. Trae salud la panadera que te contó que no cerraba porque su pan alegraba al vecindario. Trae salud el enfermero que abrazó a tu madre moribunda cuando tú no podías acompañarla en la hora final. Trae salud hasta el conductor desconocido que frena para que cruces tranquila el paso de cebra. Y entonces, a base de pequeños destellos, comprende uno que la humanidad sigue adelante porque hay mucha, muchísima salud.

Nacimos con la enfermedad original impresa en el alma, y con el secreto de su curación impreso también en nuestros recovecos. Aportar salud, bienestar y cuidado para este mundo enfermo son las tareas que explican por qué estamos hoy aquí, por qué seguimos viviendo después de nacer y por qué todavía no nos hemos marchado.

“¡Un poquillo de luz, por el amor de Dios!” Así titula el poeta manchego Valentín Arteaga un libro que habita en mi mesilla de noche. Luz para iluminar nuestro propio interior. Aire fresco de la confianza en otra persona y de la alegría. La salud de este mundo enfermo depende también de nuestras ventanas.

Artículo original escrito para la revista Providencia.