BIENVENIDOS

Bienvenidos a esta sala de profesores. Gracias por compartir conmigo las ganas de pensar sobre educación.



miércoles, 16 de diciembre de 2020

Navidad con Van Cliburn

 

En este año difícil, árido y doloroso, en el cual hemos sentido más miedo que esperanza, quisiera felicitaros la Navidad con este vídeo y esta historia real. La he escrito para compartirla con las familias de adolescentes a quienes oriento en la plataforma on line Universidad de Padres. Me hace ilusión que llegue también hasta vosotros a través del blog.

 Van Cliburn Rach 3




VAN CLIBURN, PRIMER GANADOR DEL PREMIO CHAIKOVSKI.

En los años cincuenta del siglo pasado, el mundo conservaba aún las cicatrices de la Segunda Guerra Mundial y vivía dividido en dos grandes bloques que competían por desafíos armamentísticos y económicos. Uno de los bloques pivotaba sobre los Estados Unidos de América y el otro sobre la Unión Soviética. Fue un periodo histórico complejo que se denominó “La Guerra Fría.”

En 1958, la tensión entre los EEUU y la URSS era máxima. Por entonces, el gobierno ruso puso en marcha un concurso internacional para pianistas al que denominó Premio Chaikovski. Aunque las bases permitían presentarse a intérpretes de todo el mundo, la idea era demostrar la importancia de la cultura soviética.

Van Cliburn, un pianista norteamericano de veintitrés años que vivía en Texas, decidió presentarse al concurso. En su entorno hicieron lo posible por desanimarlo. Temían que sufriera una mala acogida y estaban seguros de que jamás podría ganar un premio soviético. Solo dos personas lo apoyaron: su madre y su profesora de piano, Rosina Lhevinne, que era rusa de nacimiento.

Van Cliburn era ya un gran virtuoso pero no muy conocido. Era demasiado joven. Durante unos meses practicó las piezas que iba a presentar al concurso, todas de compositores rusos, y llegó a ensayar hasta dieciocho horas diarias.

Fue el mejor desde el principio. El público ruso lo adoraba, y después de cada ronda del torneo lo aplaudía de pie hasta diez minutos seguidos. Un chaval de Texas era quien mejor interpretaba la música rusa. El día de la final, su interpretación fue tan maravillosa que el jurado del premio- formado por artistas míticos de la órbita soviética- llamó a Nikita Krushev, el jefe de Estado de la URSS y le dijo: “¡Tenemos que darle el premio al americano!” Krushev respondió: “Pues si es el mejor, que gane.” Y acudió como público a todos sus conciertos posteriores.

Van Cliburn se hizo famoso en todo el mundo. Su premio propició la primera conversación amistosa  entre los gobiernos americano y ruso, y se considera el principio del fin de la Guerra Fría. Sus interpretaciones durante el concurso fueron grabadas y se pueden ver en Internet.

Quisiera proponeros disfrutar estos días de Navidad de una muy especial: el RACH 3.

El Concierto para piano y orquesta nº 3 del compositor ruso Serguei Rachmaninov está considerada la pieza más difícil compuesta para piano. Tanto es así que muy pocos pianistas lo pueden tocar. El propio Rachmaninov nunca interpretó en público la parte más difícil: la cadenza ossia del primer movimiento, que empieza en el minuto 11’30 de este vídeo. Van Cliburn tocó el RACH 3 completo, en Moscú y ante los rusos, con veintitrés años. Sigue siendo una interpretación de referencia, muchos la consideran la más bella de la historia.

Van Cliburn es un ejemplo de fuerza de voluntad y perseverancia, pero también de autonomía. Si hubiera tenido miedo al público, al viaje, al reto de tocar música rusa en Rusia siendo americano, si no se hubiera sentido seguro de sí mismo, no hubiera conseguido llegar a la cima. Y tal vez la Guerra Fría hubiera durado más tiempo.

Por cierto, lo que hace al empezar el concierto es leer una carta de amor que alguien le ha dejado sobre el piano. No os perdáis la parte final, la de los saludos, para comprobar cómo el arte, cuando es verdadero, conmueve y une a los seres humanos por encima de bandos y de políticas. Y cómo los que son grandes de verdad suelen ser humildes también.

El director de orquesta, Kirill Kondrashin, es también un mito. Es maravilloso observar cómo el gran director ruso y el joven pianista americano se respetan y se admiran mutuamente.

¡Disfrutad de Van Cliburn y del RACH 3!

Si os engancha, buscad su interpretación del RACH 2- el Concierto para piano nº 2 de Rachmaninov- también en Moscú durante el concurso. Es muy emocionante.


***

Existe el Arte, existe lo trascendente, existe la belleza, existe la esperanza, existe el amor. Y aunque nosotros caminemos por un valle de lágrimas, merece la pena existir, vivir y construir con los demás, para los demás. 

Gracias muy especiales por haberme acompañado y animado durante el proceso de escritura de la novela La Ventana. Muy pronto la tendremos en la mano.

                                                                      ¡Feliz Navidad!

viernes, 20 de noviembre de 2020

En la misma piedra

 


Reconozco que he vivido todo el trámite de redacción y aprobación de la LOMLOE con tristeza y decepción. Esta nueva ley educativa vuelve a llevar el nombre del político de turno, la carga ideológica de turno y el microchip de autodestrucción, porque la cambiarán en cuanto gobierne un partido de otro signo. La ley Celaá es la cara, o la cruz, de la ley Wert y esto quiere decir que volvemos a tropezar en la misma piedra.

Puedo resumir mi decepción en diez razones:

1. Desde el primer momento se renunció a construir la ley a partir de la negociación y el acuerdo con la comunidad educativa. Una vez más, todo ha estado cocinado en los despachos, todo ha formado parte de planes exclusivamente políticos. Y aunque quienes la han redactado saben más de educación que el extraño conjunto de perfiles académicos de la ley Wert, no se ha escuchado al profesorado. Ni siquiera se ha escuchado a la historia. Y de esta última afirmación surge mi decepción número 2.


2. La ley Celaá se gestó antes de un cambio radical de la realidad educativa al cual ha permanecido de espaldas durante su tramitación. La escuela ha modificado su faz para siempre, a causa de una transformación de la metodología y la dinámica cotidiana que no ha surgido de forma natural sino como respuesta inmediata a una gigantesca crisis. Hubiera sido más lógico detener la maquinaria legislativa y reflexionar sobre este cambio para adecuarse a él. No lo han hecho y eso lastra completamente la nueva ley e incluso la despoja del adjetivo “nueva.” La LOMLOE nace anticuada. Aquí y allá se pellizca la actualidad con algunas disposiciones sobre las “emergencias” y se hace una llamada a “promover el desarrollo de la competencia digital,” frase que aparece en todas las leyes- con la misma redacción- desde hace veinte años. Tiene razón José Antonio Marina: están en la Luna. Hasta los altos despachos no llega noticia de necesidades tan imperiosas como bajar las ratios definitivamente, crear plataformas digitales seguras y no comerciales para el contenido curricular, duplicar las plantillas o acelerar la formación del profesorado en las nuevas herramientas digitales. Tampoco atender los nuevos requerimientos emocionales del alumnado.


3. La LOMLOE no es una reforma. Corrige a la LOMCE lo que esta corrigió a la LOE. Mantiene la estructura tradicional del sistema educativo, no tiene valor para hacer obligatoria la educación infantil de 3 a 5 años ni para convertir el bachillerato en una etapa de tres cursos que prepare para la universidad y no solo para la PAU, una prueba, por cierto, anacrónica. Vuelven los ciclos a Primaria (no se habían ido porque nadie hizo caso), desaparecen los itinerarios en la ESO con su disparate de las titulaciones de primera y segunda; y a cambio regresa la diversificación. Es otra mano de pintura.


4. Aunque el Ministerio las publicita, la LOMLOE no contiene medidas concretas de apoyo a la enseñanza pública. ¿Cómo se va a favorecer a los centros que escolarizan alumnos con muchas dificultades si no se aumentan los recursos y las plantillas? Tampoco se atreve a apostar por los CEIPSOs, es decir a unir la primaria y la secundaria en los centros públicos, que es la verdadera causa por la cual muchas familias eligen la enseñanza concertada. Pinchar a la concertada con el tema de la libertad de elección y la demanda social no beneficia por arte de magia a la pública. La realidad siempre fue más compleja que el maniqueísmo. La enseñanza pública debe estar presente en esa libertad de elección y poner en juego su calidad. Siempre pensé que situarla como la competidora débil era una profecía autocumplida.


5. La LOMLOE mantiene, como es habitual, un catálogo de proyectos sin que suba ni una décima el porcentaje de PIB destinado a la educación. Porque, como todos los legisladores educativos saben, la calidad nunca, nunca, nunca es cuestión de dinero. Tal vez hubieran podido utilizar esa premisa como base de un pacto. “Prohibido hablar de financiación en una ley educativa”, podría ser la segunda premisa. Fuera del articulado hay un compromiso verbal de aumentar el porcentaje del PIB hasta el 5% en 2025. Un plazo muy largo para una ley sin consenso, en el umbral de una profunda crisis económica.


6. Sí, desaparecen los centros específicos de educación especial. Es un hecho: “En diez años los centros dispondrán de los recursos necesarios para atender a todos los alumnos con discapacidad”. Precisamente porque he sido PT y he trabajado toda mi vida por la integración, me pongo en el lugar de las familias y me sumo a sus protestas. Los centros de educación especial de hoy realizan con su alumnado una labor insustituible.


7. Actúa de forma injusta con la asignatura de Religión. No tiene valor para suprimirla, así que le hace bullying al despojarla de todo peso académico y al negarle una materia complementaria. Siempre he creído que la asignatura Valores debe ser para todos, como recoge esta ley, pero mientras exista la Religión como asignatura, quienes la imparten son profesores y quienes la reciben son alumnos. Merecen respeto.


8. Después de mil frases armoniosas sobre justicia, equidad, igualdad y una serie de valores que, en efecto, son imprescindibles en democracia, incumple el acuerdo al que se llegó en 2018 sobre la vuelta de la asignatura de Ética en Secundaria, impartida por filósofos. Wert fue quien la quitó, así que estará satisfecho.


9. Una vez más pospone al profesorado. En la disposición adicional séptima existe el compromiso de elaborar una normativa que regule la formación inicial y permanente, el acceso a la profesión y el desarrollo de la carrera docente. Es exactamente lo mismo que decía la LOMCE: hoy no, mañana.


10. Cuando no se abordan los recursos, desdobles, especialistas y apoyos que puede necesitar un alumno para superar todas las materias, la solución más sencilla es echarlo para adelante, que salga pronto del sistema: que apruebe los cursos con suspensos y que titule en bachillerato con materias pendientes. Es un mensaje desmoralizador que tendrá efectos colaterales en los alumnos sin dificultades pero sin ganas. Increíble.


Y ya fuera del decálogo, el español debe ser la lengua vehicular en el Estado. Todos lo sabemos. La causa de esta enmienda de última hora es evidente: se hipoteca nuestra cohesión para conseguir objetivos políticos inmediatos.

Escribo todo esto con dolor, no con sarcasmo ni con ganas de mantener la ley anterior, que era una catástrofe.  Me duele porque es una gran oportunidad perdida. De nuevo tropezamos en la misma piedra, de nuevo la escuela hará lo que pueda con lo que le manden, de nuevo inauguramos una ley educativa entre rifirrafes, marcada desde la cuna, ajena a lo que está pasando en las clases. Cuánto lo siento. Qué decepción.

lunes, 16 de noviembre de 2020

Vientos y vendavales

 



Una vez tuve la oportunidad de asistir en Valencia a un congreso internacional sobre el papel de los gobiernos y los agentes sociales. Cuando todavía faltaban años para que llegara la Covid, los expertos de aquel foro describieron para el literal “mañana” un vendaval de dimensiones colosales que afectaría, más aún que a la economía, al papel de los estados y de la sociedad. Él nos zarandea hoy. 

Esta es una crisis sanitaria en su origen, en sus consecuencias lo es de civilización y de modos de vida; de las instituciones políticas y su ética; del acuerdo tácito por el cual los gobiernos protegían a los muy ricos si contribuían a cambio al bienestar social; de los logros conseguidos en derechos humanos. Incluso es una crisis de la familia. Pequeños y asustados, los occidentales de clase profesional, que vivíamos hasta ahora en el “barrio pijo” del mundo, comenzamos a atisbar cómo es la cotidianeidad de la mayor parte de la humanidad: frágil, insegura, consciente de que la muerte habita en nuestra propia sombra y nos acompaña al caminar.

Sopla cada vez más fuerte el viento de la importancia de cada persona. Hay nuevas formas de interacción con lo que nos rodea, cada vez más posibilidades de emprender acciones personales, de opinar, de comunicarse. Y por otra parte, hay cada vez más uniformidad en las tendencias, menos reflexión en la opinión. Por eso es importante, más que nunca, la manera de ser. La relación entre las personas está basada en el cordón umbilical que se tiende entre nosotros: un hilo que nutre y mantiene vivo, cuyas células son los valores. Nos estamos dando cuenta de la necesidad vital de la cooperación, aunque sea en la forma sencilla de un rectángulo de tela sobre los labios.

Y mientras el mundo se configura de esta nueva manera, cada uno de vosotros ve a sus alumnos afrontar su futuro en un mundo frío, desalmado, con pocas referencias. No se pueden prever los sufrimientos que les deparará el futuro. Sin embargo, la salida de esta crisis está en las personas que ellos son. Es el momento de la escuela que comprende su valor como epicentro del aprendizaje en relaciones personales.

Me parece que el confinamiento y sus consecuencias han desvelado a la sociedad entera algo oculto bajo las generalizaciones de las leyes, pero que los maestros ya sabían: los alumnos son personas rabiosamente individuales. Así que habéis abierto ventanas tecnológicas y habéis viajado también hacia el interior, hacia la propia esencia. Me parece que cada escuela de hoy comienza a comprender que está en un lugar y un momento concretos, rodeada de otras que también son únicas e insustituibles. Y que los enfrentamientos, a veces cortinas de humo para ocultar intereses espurios, nos debilitan a todas.

El viento del cambio sopla de la escuela hacia afuera. Cuando parece que no hay esperanza, la hay a raudales. Cuando asoma una nueva ley de educación sin diálogo ni consenso, maestros y alumnos dialogan.

 

 

viernes, 6 de noviembre de 2020

El mundo enfermo

 


Hace tiempo, una persona profundamente religiosa me dijo que el pecado original se nos notaba, sobre todo, en la incapacidad para resolver el hambre, la pobreza y el desamparo de la humanidad. Como si, dentro de nosotros, algo defectuoso nos impidiera aumentar con nuestras acciones la belleza de la Tierra.

Porque la Tierra es bella, perfecta en su equilibrio, armoniosa en sus formas y sus colores, asombrosa en su furia y consoladora en su calma. Y el ser humano es bello también: en la mirada poética y curiosa de la infancia, en la sabiduría y fragilidad de la vejez, en los dolores de un parto y los ensueños de amor, adolescentes sea cual sea la edad en que se vivan.

Sin embargo cada generación tiene su guerra, cada una tiene sus crisis; todas, su profundo dolor. No lo causa la muerte como consecuencia inseparable de la vida, sino como consecuencia del egoísmo, la desidia, la banalidad o la furia del hombre lobo para el hombre.  

Siempre hubo quien se aventuró en el mar en pos de sueños, hoy se nos desborda en desesperación y llanto. “Avanzas, avanzas y nada más puedes hacer. Todo lo que dejaste atrás ya lo las perdido”- escuché decir a un muchacho que había pasado dos años caminando por el Sahel y uno completo sentado junto a la valla de Melilla. No era joven más que en la edad, claro; había alcanzado con honores el doctorado en tristeza. 

También nos desborda la cara más descarnada, los puros huesos de un sistema económico que nos asegura el pan- a veces solo un mendrugo- pero crea profundas desigualdades. Y así, en las esquinas de nuestras ciudades, en vez de correr el aire y refrescar a quien va a su labor diaria, circula el dinero con su corte ministerial: el imperio de lo económico, el consumo desenfrenado. Y entonces la pobreza ya no es una condición humana que debemos resolver entre todos, sino un fracaso humillante de la vida del pobre, a quien los medios bombardean con el asombroso nivel de vida del rico.

Nos desbordan también la soledad y el silencio ocultos en los dobladillos de esta sociedad de la comunicación, donde todos hablamos libremente con todos - o eso creemos- mientras nos empapa la homogeneidad cultural. Y ya hay quien, a pesar de contar con miles de “seguidores” se ahoga de soledad. Pero que no cunda el pánico, vocean. Ya es primavera en los grandes almacenes aunque tiritemos aún con las heladas.

El mundo entero está enfermo de un virus antiguo. No es este Covid nieto de las pestes y pandemias que golpean a la humanidad desde el inicio de la historia. Estamos enfermos de egoísmo, nuestro pecado original. Y es una enfermedad tan extendida que solo puede aliviarse con un remedio: agrandar el tamaño y la fuerza de lo sano.

Salud es la oración intensa de quienes dedican su vida a rezar en las clausuras. Confieso que,  humildemente, todas las mañanas al despertar pienso en ellas, en las monjas que rezan, porque estoy segura de que en sus ruegos incluyen a mis hijos y su generación, heredera de nuestras ruinas. Ellas, sin poner un pie en la calle, conocen problemas presentes y futuros de los que yo, siempre bien informada de las noticias, no tengo ni la más remota idea.

Salud crean las manos de quienes cuidan enfermos, limpian mocos y babas de desvalidos, iluminan en la escuela la mirada de los niños, escriben poemas que cauterizan heridas, componen música que nos lava por dentro.

Trae salud al mundo la vecina que durante los meses de confinamiento puso en tu puerta un bizcocho casero. Trae salud la panadera que te contó que no cerraba porque su pan alegraba al vecindario. Trae salud el enfermero que abrazó a tu madre moribunda cuando tú no podías acompañarla en la hora final. Trae salud hasta el conductor desconocido que frena para que cruces tranquila el paso de cebra. Y entonces, a base de pequeños destellos, comprende uno que la humanidad sigue adelante porque hay mucha, muchísima salud.

Nacimos con la enfermedad original impresa en el alma, y con el secreto de su curación impreso también en nuestros recovecos. Aportar salud, bienestar y cuidado para este mundo enfermo son las tareas que explican por qué estamos hoy aquí, por qué seguimos viviendo después de nacer y por qué todavía no nos hemos marchado.

“¡Un poquillo de luz, por el amor de Dios!” Así titula el poeta manchego Valentín Arteaga un libro que habita en mi mesilla de noche. Luz para iluminar nuestro propio interior. Aire fresco de la confianza en otra persona y de la alegría. La salud de este mundo enfermo depende también de nuestras ventanas.

Artículo original escrito para la revista Providencia.

domingo, 4 de octubre de 2020

El modo de empleo de la vida



Este curso he comenzado a colaborar con la Universidad de Padres, la plataforma on line de formación para familias y educadores creada hace más de una década por José Antonio Marina. Este es el primer artículo que he escrito para la plataforma. Incluyo un enlace a la web de la UP para quien desee más información.

Universidad de padres


EL MODO DE EMPLEO DE LA VIDA

Si pudiésemos volver a ese momento mágico en que vimos la carita de nuestra hija o nuestro hijo por primera vez, seguramente recordaríamos cuál fue el deseo que pedimos. Ninguno de nosotros le deseó en ese instante un Óscar de Hollywood o una final de Wimbledon, ¿verdad? Todos deseamos que fuese, sencillamente, feliz. Pero ya sabíamos entonces que ser felices no iba a significar: “Nunca te pondrás malito, nunca te traicionará un amigo, encontrarás a tu gran amor muy pronto y te acompañará siempre…” Lo que queríamos decir con la palabra feliz era: que conozca un buen modo de empleo de la vida, que sea capaz de acompañar y ser acompañado, que se pueda levantar después de un tropezón, que se sienta seguro de sí mismo. En resumen, queríamos decir: “que pueda guiarse en la vida por buenos valores”.

Sin embargo, es difícil explicar exactamente qué entendemos por valores. En términos económicos, lo más valioso es lo más caro. Pero esto no es suficiente. ¿Cuánto pagaríamos por una familia unida o por un amigo leal? Es evidente que los asuntos propiamente humanos se desarrollan en otro terreno. Y también está claro que los valores existen. Son cualidades reales de las actitudes del ser humano. A veces nos puede parecer que esas cualidades son relativas pero nos equivocamos, lo que son es relacionales, es decir, nosotros las captamos- las valoramos- o no. Son como las cualidades de un gran vino, que permanecen ocultas mientras no lo pruebe quien las sabe apreciar, pero si yo lo desprecio y elijo otra cosa no por ello pierde ese gran vino sus cualidades.

Los valores que la familia transmite son, inevitablemente, los que conforman su propio modo de empleo de la vida. Los hijos ponen a prueba nuestra propia educación pero también nuestra capacidad de reflexión y nuestra madurez, porque mientras ellos crecen también crecemos nosotros. Entonces, ¿qué valores podríamos considerar necesarios para educar bien? ¿Qué valores podrían servirnos hoy a todos? En este mundo tecnologizado y cambiante, para mí serían:

1-El proyecto personal, la apuesta por la propia vida, que exige compromiso y esfuerzo. Como decía Aristóteles: La felicidad es una actividad. Las claves del proyecto personal están en la disciplina, que significa ser capaz de terminar algo que se ha empezado, y la fuerza de voluntad, el músculo necesario para afrontar los retos y las crisis. ¿Cómo se educa en este valor? Poniendo cada día frente a nuestros hijos algunos pequeños retos personales, escalones adecuados a su estatura, cuyo premio sea la satisfacción de haberlos subido. Por cierto, ¿sabéis por qué son tan adictivos los videojuegos? Pues es muy fácil, porque tienen reglas y retos. Ambas cosas son necesarias para nuestros hijos y a veces no se las facilitamos.

2-La comunicación cara a cara, que enseña a respetar al otro y a argumentar. Es cada vez más difícil, hay que luchar por ella en casa.

3-La participación. Porque el mundo no es exactamente como se ve desde nuestra ventana. El ejemplo de unos padres que se implican en su comunidad, el trabajo en grupo, ser responsable de pequeñas tareas y la solidaridad ayudan a educar en este valor. La generosidad, que ensancha la vida, y el esfuerzo por la paz serán claves también.

4-Frente al consumo desenfrenado, la austeridad. Ser austero en este tiempo es una elección porque estamos rodeados de estímulos que deciden por nosotros. La vida diaria de cada familia puede educar en este valor, indudablemente con el ejemplo. Lo curioso de todo esto es que los niños entienden la austeridad perfectamente y somos nosotros, los adultos, quienes estamos atrapados por el consumo.

5-La responsabilidad. Ser responsable quiere decir escuchar los retos y las exigencias de la vida y responder a ellas. Pero sólo puede responder de sí mismo quien se gobierna.

6-La autoestima razonable, que reconoce los propios límites y es capaz por ello de potenciar lo mejor y aceptar lo menos bueno, de hacer más fuertes las propias capacidades y superar el desánimo que producen los fracasos. Para ella, el deporte es el educador por antonomasia pero también importa entender el verdadero significado de la belleza y del arte.

7-El fortalecimiento de los vínculos con la familia y con el entorno. Es imprescindible recuperar las obligaciones, la ob-ligatio que establece una vinculación con los demás y que nos liga a nuestra propia realidad personal.

8-La recuperación de la interioridad que hace preguntas sobre uno mismo. No corras, ve despacio, que a donde debes ir es a ti sólo, escribía Juan Ramón Jiménez. Lectura y reflexión, pero también algún momento de silencio, de pantalla apagada, de diálogo tranquilo… Escuchar a los hijos les enseña el valor de escucharse para encontrar su propia identidad.

Dicen que Francisco de Goya quería escribir en su epitafio: Aún aprendo. Seguramente, la inagotable posibilidad de aprender es el gran privilegio de cada ser humano. Educar bien a las próximas generaciones es nuestro reto y nuestra responsabilidad. Podemos lograrlo.

 

domingo, 20 de septiembre de 2020

La maestra Teresa

 




Se nos está marchando una generación admirable: la de los hijos y las hijas de la guerra civil. Aquellos niños y adolescentes se vieron envueltos en un conflicto en el que ellos nada tuvieron que ver, crecieron raquíticos en los escalofriantes “años del hambre”, salieron del campo a la ciudad con las manos dispuestas a trabajar para salir adelante, se esforzaron hasta el agotamiento para darles estudios y oportunidades a sus hijos - a los nietos de la guerra, como lo soy yo y la gente de mi edad-. Ellos están desapareciendo ahora. Ha tenido que ser un cambio absoluto de la historia quien golpeara a la generación más poderosa, más valiente y más fuerte del siglo XX.

Esta semana se ha ido Teresa Pérez, una salmantina que fue maestra hasta el último día, que transformó las vidas de sus alumnos y también la mía, irradiando su vocación. Teresa, a quien conocí cuando preparaba el libro Memorias de la Pizarra, perdió a un hermano adolescente en la guerra, comió pan de serrín, trabajó durante los veranos también, en escuelas de alfabetización, sacó adelante la vocación de Mari Jose. Aquella niña de origen humildísimo soñaba con ser médico. La maestra Teresa comenzó a darle clases fuera del horario, para que adelantara.  Mari Jose estudió medicina.

Doctora, sepa que hoy yo también lloro por su maestra. Y en su memoria reproduzco el contenido de su entrevista en Memorias de la Pizarra.


CAPÍTULO IV

TRES VECES MÁS TRABAJO. Memorias de Teresa Pérez.

“Lo más grande que tiene el Magisterio es el influir en los niños. El maestro tiene que ser educador.”

 

Siempre me encantó el pueblo y el campo. Para mí era una ilusión. Mi abuelo era labrador y mi padre veterinario. Mi madre y mi padre eran del mismo pueblo donde yo nací en 1915. Entonces se llamaba Alija de los Melones y ahora es Alija del Infantado, al sur de León, rayando con Zamora.

Fui de niña a la escuela. Ahora me hubieran llamado dixléxica, pero en aquel entonces me curaron con El Quijote y con las matemáticas, que me gustaron muchísimo siempre. La maestra me dijo: “Teresa, lees mal pero, como te gustan las matemáticas, toma este libro para leer.” Era de problemas y los resolví todos. Ahí perfeccioné la lectura.

Al terminar la escuela, mi padre me preguntó qué quería hacer. A mí me encantaba sembrar las alubias, y eso que por capricho las sembraba siempre por el lado que yo quería, y no sólo por el que me mandaban, pero aunque me gustaba el campo, los chicos del campo no me gustaban tanto. Así que cuando mi padre me dijo “tienes que decidir”, decidí estudiar. Me hablaban de ser modista pero yo no sabía ni hacer vestidos para las muñecas. Recordaba a los maestros que había tenido en la escuela, que venían de Asturias y nos habían enseñado a coser, a redactar, a ver el campo y a distinguir los terrenos salitrosos de los calizos... Me di cuenta de que a mí también me gustaba muchísimo ser maestra.

Yo pertenecía al último plan del 14[1], en el cual se hacía Magisterio con cuarto de bachiller elemental y una reválida. Aún así, el ingreso en la Escuela Normal era muy difícil. Cuando la maestra de Alija se enteró de que quería estudiar Magisterio, me dijo que preparara el ingreso en casa, porque ella tenía sesenta alumnos en clase y no me podía preparar. Así lo hice, con la enciclopedia Dalmau, que todavía conservo y consulto algunas veces. Me la repasé y me la estudié bien estudiada, con mi padre que me daba clases.

En vez de ingresar a los catorce años, me preparé en casa y al año siguiente, hice a la vez el curso de ingreso y primero de carrera, viviendo en Astorga con mis hermanos. Recuerdo que tenía una profesora en primero que era un epítome de “pregunta seca, contestación pelada”. Con ella no se aprendía nada.

Al año siguiente, lo aprobé todo menos Historia. Estudiaba libre en la academia Gallegos, que eran militares y enseñaban estupendamente las Matemáticas y la Geografía pero la Historia no tanto. Así que en el examen oficial me pusieron por delante un mapa que yo no había visto nunca y... ¡no abrí la boca! El examinador me dijo muy serio: “señorita, si no tiene nada más que decir, se puede retirar.” Pero terminé la carrera bien, con buenas notas.

Ingresé en el Magisterio en 1931, el año de la República. Mi padre estaba muy preocupado por los acontecimientos y me dijo: “te has quedado sin oficio”. Pero un inspector, don Julián Sánchez, me animó a preparar oposiciones, por correspondencia y dando con él algunas clases en León. Otro de los profesores, Lorenzo López Sancho, que era un gran periodista, estaba empeñado en que lo más importante era aprender a redactar. Nos daba clases de lunes a viernes y el sábado tocaba repasar, haciendo con él simulaciones del examen de oposición. Nos traía locas preguntando cosas rarísimas  de Geografía y, como todas las que nos preparábamos allí éramos amigas, un día nos confabulamos para seguirle hasta la biblioteca, y así descubrir el libro que usaba en los exámenes. Era un libro francés clásico, la Geografía de Reclits. Estuvimos traduciéndolo sin saber idiomas, a base de diccionario.

Poco después llegó la Guerra. Yo tenía entonces veintiún años. Sufrí mucho y sigo teniendo miedo a la guerra. A veces me preocupa esta época que vivimos hoy, porque en muchas cosas me recuerda a aquella.

En los primeros momentos del Alzamiento, los ciento tres estudiantes de mi academia de oposiciones cometimos el error de ir a encerrarnos como protesta en la Casa del Pueblo. Don Julián, el inspector, puso el grito en el cielo, y cuando salimos del encierro me encontré con una carta de mi padre que, aunque se mostraba comprensivo conmigo, me hizo pasar dos días llorando del disgusto y sin comer.

Hice un cursillo de enfermera y pasé toda la guerra trabajando en el hospital de la Cruz Roja de León, por eso soy excombatiente de primera clase. León quedó desde el principio en el bando nacional y, salvo algunas revueltas, no tuvo demasiados problemas.

Pero en la guerra murió mi hermano Antonio. Tenía solamente dieciocho años y era muy inteligente. Se alistó en la Segunda Bandera de Falange porque creía que era una cosa buena pero, sin ninguna instrucción militar previa, lo llevaron directamente al frente de Teruel y allí lo mataron, en la primera acción de combate.

Un compañero suyo, que era de la Bañeza, logró que avisaran a mi padre, que se fue a recoger el cadáver, con un tío mío y con mi hermana, como Dios quiso, sufriendo muchísimo. Llegaron a estar bajo fuego de ametralladoras. Habían enterrado a mi hermano y habían puesto sobre la tierra una botella con un papel en el que ponía su nombre, así que tardaron ocho días en encontrarlo. Se trajeron su cuerpo al pueblo, viajando de noche. Mi padre lloró al hijo durante mucho tiempo. Mi hermana lloraba por no haber podido traerse a todos los soldados a casa. Yo me harté también de luto y de llanto.

Conservo una fotografía del día en que Antonio se marchó al frente, y en ella se le ve en los ojos el susto y la pena. Tiene una expresión en la mirada que dice “me han engañado”. Con lo guapo que era y la alegría que tenía siempre, esa última foto ya lo anunciaba todo.

Al terminar la guerra, tuve la oportunidad de quedarme en el hospital, pero había visto cómo trataban los médicos a las enfermeras y no me gustaba. Pensé: yo me vuelvo a mi escuela, que dentro de mi clase soy el ama.

No volví a trabajar. Estoy hablando del campo, porque nunca pensé que dar clase fuera trabajar. Estar con los alumnos era una felicidad muy grande. Si volviera a nacer, volvería a ser maestra.

Las primeras oposiciones después de la guerra se convocaron en 1941. Por entonces, ya había conocido a mi futuro marido que fue también maestro y con el que he estado casada durante sesenta y cuatro años. Éramos del mismo pueblo pero lo conocí porque había estudiado en el Seminario con uno mi hermano Antonio. Las oposiciones duraban mucho e incluían prácticas.

La primera escuela a la que me enviaron fue a Salinas, en Asturias. Vivía en una pensión, y allí se alojaba también un cura, don Felipe Gangoiti, que estaba castigado a estar en Salinas por ser vasco. Me acuerdo de él con mucho cariño. Celebraba Misa en la iglesia, que no tenía pórtico, y me acuerdo que regañaba mucho a la gente que se salía a la puerta a fumar durante la homilía.

La escuela de Salinas era unitaria. Yo di clase a sesenta niñas. La gente del pueblo me adoraba porque era un sitio en el que habitualmente no había maestros. Me trataron estupendamente.

Allí la gente pasaba muchísima hambre. En la casa donde yo vivía había una vaca y comíamos casi a diario leche frita, pero no había pan. Escaseaba el pan blanco -de trigo- y abundaba más el pan de boroña, que está hecho con harina de maíz. Yo lo prefería a los otros minúsculos panes “de trigo” que a mí no me gustaban y no los comía. De repente, todas las niñas empezaron a enfermar con descomposición y a veces no me venían a clase nada más que siete. Al poco tiempo se descubrió que el panadero amasaba aquel pan con harina mezclada con serrín.

Uno de mis recuerdos más bonitos de Salinas es que las niñas vieron por primera vez nevar. Estaban felices y decían que los angelitos estaban recortándose trocitos de camisa, trapines, como decían en Asturias. Pero al poco tiempo llegó ya la maestra titular y yo me fui para Alija.

Allí, en Alija, me escandalizaba que las obreras que estaban en casa de mi abuelo le echasen a las gallinas  los trozos del pan blanco que quedaban en el mantel. Era un pan blanco buenísimo. Les dije: “¡Yo le he visto las orejas al lobo y tiene dientes!” Por entonces una tía mía que tenía muchos hijos ya amasaba su pan con patatas. Al mes, no se volvió a ver en Alija el pan blanco y yo incluso una vez me encontré, en la miga del pan negro un trozo de chaqueta con un botón.

Comencé a trabajar en las escuelas de abajo de Alija, sustituyendo durante un año a una maestra a la que habían destituido por roja. Pero no estuvo bien, aquella destitución fue una barbaridad. Era una maestra estupenda hasta había enseñado a las niñas a cantar canciones a la Virgen.

En las escuelas de arriba faltaba el maestro, que había muerto por enfermedad, y estuve allí sustituyéndole también. Había muy pocos maestros varones por entonces, ya que habían muerto muchísimos hombres en la guerra. Recuerdo que vino el Ayuntamiento en pleno a la toma de posesión para dar a entender que a ver cómo me iban a tratar los chicos y cómo me iba a portar yo. Pues me porté estupendamente, claro, porque yo era una persona normal y corriente y además de su maestra era su catequista. Los chiquillos estuvieron encantados. Las familias de los alumnos eran buena gente. Nunca he tenido problemas con los padres ni se me enfrentaron. Por eso las cosas que pasan ahora me parecen increíbles, y eso que me alegré mucho cuando pusieron más cursos de escolarización.

El trabajo en las unitarias es muy difícil pero se hace con mucho gusto. Yo pedía siempre tener buenos encerados. A los mayores les ponía allí los problemas y, mientras ellos los hacían, yo leía con los pequeños, machacando. El primero de los mayores que terminase de hacer los problemas venía a ayudarme con los pequeños. Y así los iba alternando.

La escuela unitaria tenía su sentido. Permitía enseñar a los chiquillos a entenderse unos con otros, a que no se pelearan, a que trabajaran y respetaran el trabajo de los demás. Eran escuelas de valores.

¡A mí me permitió enseñarles a que no fumaran! Y es que la escuela que me dieron después de aprobar las oposiciones fue la de Pozuelo del Páramo. Los chicos del pueblo fumaban las hojas secas de los negrillos, los olmos. Yo no les podía decir que no fumaran, eso se lo tenían que decir en su casa, pero sí podía enseñarles. Así que dibujé en el encerado un aparato respiratorio y les hice compararlo con una cocina de lumbre, como las que tenían en sus casas, y el humo que se formaba en ella. Les hablé de los riesgos de la tuberculosis, que era entonces una enfermedad frecuente,- y de todas esas cosas. Muchos años después me encontré algunos de esos alumnos y me dijeron que de aquella generación no fumaba ninguno. ¡Y todo el pueblo sabía que había sido gracias a doña Teresa, la antigua maestra!

Siempre me gustó la vida sencilla del pueblo. Teníamos un par de habitaciones, corría el aire y ya estábamos a gusto. El juego de los niños se hacía en la calle. Me entristece mucho ver ahora la desaparición y el abandono de los pueblos, y en los que quedan me duele ver el casino, que era un lugar de conversación, sustituido por el bar.

Más tarde me enviaron a Villanueva de Jamuz, cerca de la Bañeza, y allí nacieron cuatro de mis hijos. Me pasé mucho tiempo haciendo todas las cosas con ellos en brazos, sola en el pueblo porque mi marido trabajaba en León. Recuerdo que una vez uno de los niños tenía una otitis muy fuerte y el usurero del pueblo que se llamaba Aníbal pero al que todos llamaban don Animal, me dijo que lo mejor para el dolor de oídos era un emplasto de aceite y hollín. ¡Salí corriendo a buscar un médico! Fui con el cochecito del niño por la carretera  sin asfaltar, a toda prisa, a buscar al médico de Alija, que estaba a doce kilómetros. El médico le recetó la primera penicilina que conocí en mi vida.

La verdad es que he sido una madre muy feliz de cinco hijos varones. ¡Y me he librado de planchar los cancanes que las niñas llevaban debajo de las faldas en los años sesenta!

Durante mucho tiempo fui maestra también en las colonias de verano, muy frecuentes en los años cuarenta. Estaban en un colegio que había construido a las afueras del Gijón de entonces, en Los Campos, un inspector, don Julián Sánchez Elisburu, cuya casa estaba en el mismo patio de la escuela.  La colonia de niños estaba en la planta de abajo y la de las niñas arriba. Si llovía mucho, cuando subía la marea se inundaba el suelo, y cuando bajaba, se secaba. Pero podíamos con todo. Allí barríamos, fregábamos, nos ocupábamos de servir la comida -yo me llevaba las alubias de mi pueblo- y hacíamos actividades, de manualidades, canto... como los talleres actuales.

Por aquel entonces, mi marido tenía una plaza en la Escuela Aneja de León pero, como yo estaba un poco agobiada por estar sola en Villanueva, decidimos estar juntos. Salieron oposiciones a las Escuelas Normales en Badajoz,  y mi marido las aprobó.

Después de Villanueva de Jamuz me fui pues a Badajoz con mi marido. En Badajoz se quería muchísimo a los maestros. Recuerdo una chiquilla preciosa que no podía hacer la comunión porque no tenía traje. Le conseguí uno y la familia me regaló un frutero de porcelana que he conservado como oro en paño desde entonces.

Allí viví los que se llamaron años del hambre. Fueron terroríficos. Nunca olvidaré a una niña que estaba llorando en clase por el dolor de estómago. Le pregunté: “pero, ¿qué has desayunado?” “Nada, señorita.” “Entonces, ¿qué cenaste?” “Nada. Anteayer, como mi padre vendió unos hierros, comimos gazpacho” La llevé a tomar un café al bar de la plaza. Fuimos las dos llorando.

Ya desde Badajoz nos vinimos a Salamanca, yo usando el derecho de consorte[2] Trabajé primero en un centro con las niñas retrasadas. Allí recuerdo especialmente el dolor de la madre de una niña con muchísimas dificultades, que me confesó que la niña era adoptada.

Después, y durante muchos años, estuve en la escuela “Rodríguez Aniceto”, de Los Pizarrales, que era por entonces uno de los barrios más deprimidos de Salamanca.

En Los Pizarrales tuve una directora estupenda, Ana María, que levantó la escuela y la modernizó muchísimo. Una mujer de carácter, pero del bueno, que sabía tratar extraordinariamente a los profesores. Yo era madre de cinco hijos pequeños aún, y a veces no entraba en el colegio a tiempo. Tampoco salía nunca de clase a tiempo. Un día, Ana María estaba regañando a unas niñas que habían llegado tarde y en ese momento aparecí yo. Las niñas dijeron: “regañe a doña Teresa, que también llega tarde”. Y Ana María, solemnemente, dijo: “¡pero doña Teresa viene de un entierro!” Luego, cuando entré en su despacho a darle un abrazo, ella me recordó que un día la salvé de electrocutarse con un proyector, así que casi me debía la vida. Así trataba a los compañeros. Era una mujer extraordinaria. Siempre quería conocer las programaciones de clase y el trabajo diario, te felicitaba cuando las cosas estaban bien, y siempre estaba abierta a lo que uno propusiera.

El director de un centro es una de las piezas más importantes. Tiene que ser cercano a los maestros, no enfrentarse a ellos pero sí supervisarlos y saber en todo momento cómo va la enseñanza. A un director no se le puede torear. Tiene que tener un carácter sólido, las ideas claras, y exigirlas. Hoy se habla de especializar a los directores pero un director tiene que conocer la escuela también. No puede ser solamente un director de los que mandan, sino que tiene que ser un director de los que trabajan.

Mi recuerdo más querido de aquel tiempo es Mari Jose, una niña de Los Pizarrales. Muy alta, muy madura, muy cercana y muy cariñosa. Yo trabajaba en clase la enciclopedia de Dalmau pero veía que a ella se le quedaba corta. Entonces le pregunté: “Mari Jose, ¿qué te gustaría ser de mayor?” Ella me contestó: “médico”. “Y tu padre, ¿en qué trabaja?” “Mi padre es peón de albañil”. “¿Y tu madre?” “Hace boletos”. Eran unos sobrecitos con papeletas del tipo de las  tómbolas que se vendían por los bares y cuyos premios habituales eran consumiciones, un café... Yo pensé: “¡Ave María Purísima!” Me di cuenta de que tenía que ayudarla. Entonces le propuse hacer tres veces más trabajo que sus compañeras. La niña aceptó y así lo hicimos durante todo el curso. Cuando pasó a cuarto, tuvo la suerte de tener como maestra a doña Rosalina, una mujer extraordinaria que había estudiado en el Plan Profesional. Las dos nos confabulamos para que, al terminar el curso, Mari Jose pudiera hacer el Bachillerato en las monjas del Amor de Dios, donde estudiaba la hija de Rosalina. Convencimos a las monjas y la acogieron encantadas. Mari Jose venía a verme siempre para darme la misma noticia: “¡Soy la primera de la clase!” Entró en la carrera de Medicina y la hizo con sobresalientes.  La última vez que la vi ya era mayor, me presentó a su novio y me dijo que ya ahorraban para casarse. Se marchó a vivir fuera de Salamanca y nunca volví a saber de ella, pero su historia es el mejor recuerdo de mi vida.  

Recuerdo también a una chiquilla hija de una señora que limpiaba cines. El sueño de esta niña era ser maestra. Yo la dejaba ayudarme, atender a la clase, mirar cómo yo programaba. Consiguió su sueño, fue maestra, logró aprobar las oposiciones con el número uno y llegó a hacer una sustitución en mi propio centro por todo un año.

Por eso, a quien quisiera ser maestra le diría: si te gusta, vas a ser feliz. Lo más grande que tiene el Magisterio es el influir en los niños. El maestro tiene que ser educador, y si no… A mí me ha gustado muchísimo educar. Educar de manera integral. Recuerdo que era pesada incluso con la postura en clase, con retirar la cartera del asiento al sentarse… Son cosas que hoy no se tienen en cuenta en la formación. Yo enseñaba todos los valores, todas las formas, todos los modos de comportamiento. Podía hacerlo porque lo sabía todo de mi escuela, hasta cuidar la estufa. En la escuela unitaria podía unir cursos para trabajar algunas cosas, y repartir las materias según la conveniencia de mis alumnos, por eso no veo bien tanta especialización como hay en estos días. Me parece que no se pasa bien de un sitio a otro, no se conectan bien unos conocimientos con otros.

Las cosas han cambiado mucho. Uno de mis propios hijos - que es maestro en Secundaria,  y un verdadero educador, me contó un zarandeo de la familia de un alumno por retirarle el móvil. Es un asunto de falta de valores y es muy preocupante.

Desde luego, yo era aficionada a las innovaciones, usaba muchísimo los proyectores. Una de las últimas actividades que hice con los niños fue visitar la depuradora de Carbajosa de la Sagrada que estaba cerca del colegio Juan del Encina. Vieron cómo echaban alúmina para después filtrar mejor el agua. Saqué a mis alumnos de clase todo lo que pude, y es que las actividades complementarias me parecen importantísimas. 

En la escuela de Pizarrales, las alumnas ganaron el segundo puesto en el concurso “España vista por los escolares”. El trabajo se iniciaba con quince minutos de televisión -en blanco y negro- y después cada clase desarrollaba el contenido sobe su ciudad. Lanzaban la televisión educativa. Las niñas se entregaron y trabajaron mucho, y con mucho gusto. A veces enviaban material sorprendente a los centros, como dos televisores. A mí me parecieron algo absurdo para un colegio. ¡No vas a tener a los niños viendo la tele también en clase! Me acuerdo que uno de los televisores se lo regalamos al Hogar del Jubilado, que no tenían. No soy muy aficionada a la televisión y me parece que a los niños les ha hecho bastante daño. En casa tardé en tenerla. Hace perder mucho tiempo.

Me jubilaron por decreto, a los sesenta y ocho años. Sin ganas. Yo no quería. Ahora vivo en Salamanca, sola, aunque rodeada de mis hijos y nietos, y estoy activa en mi parroquia. Tengo la tarjeta de afiliada número uno del sindicato ANPE, en el que he estado siempre.

De niña sembraba alubias en los campos de Alija. Toda mi vida he procurado sembrar valores en los niños y niñas que han pasado por mi aula. El más importante para mí ha sido la responsabilidad, que entiendo por responder de los propios actos, ponerse en el lugar del otro, devolver lo que se coge, limpiar lo que se ensucia…

Ahora me voy cruzando por la calle con gente que todavía recuerda que yo fui su maestra.

Lo que se siembra se recoge.

 

En mi cuaderno

LOS VALORES

Teresa Pérez es una mujer extraordinariamente lúcida y ágil a los noventa y siete años. Tiene unos ojos que hablan, ríen, lloran, brillan… Una vitalidad de persona joven y un espíritu sabio y sin arrugas. ¡Menuda lección para nuestros días eso de que dar clase no le parezca trabajar!

Pasé con ella una mañana estupenda en su casa de Salamanca. Me acompañó Nicolás Ávila - el presidente provincial de ANPE[3], a quien agradeceré siempre esta oportunidad– y al rato se unió a nuestro grupo una de las nietas de Teresa.

Hablamos durante horas y en el transcurso de la charla, Teresa me enseñó dos fotografías.

Una era la última foto que se hizo su hermano Antonio, con el uniforme de la Bandera de Falange, la víspera de salir hacia el frente de Teruel. Es el primer plano de un muchacho rubio, casi un niño, cuyos ojos claros tienen una mirada tristísima, como hundida hacia adentro. Una mirada que ya presiente el inmediato horror, la cercanía de la muerte. Tal como nos ha contado Teresa, que revivió el momento con los ojos llenos de lágrimas, en esta fotografía Antonio decía: me han engañado.

Me sobrecogió esta imagen y desde que la vi no la he podido borrar del pensamiento. Estoy convencida de que el sentido último de la educación es que no se repitan las guerras. Seguro que Teresa está de acuerdo.

No sé si mi transcripción de sus palabras - dichas con la profunda contención de la gente de su tierra - ayuda a hacerse idea del sufrimiento de ese padre que busca por el campo de batalla la tumba del hijo adolescente, y va abriendo botellas que contienen nombres de muchachos muertos. Un padre que viaja de noche con el cadáver de su hijo, desde Teruel a León, solo para llevarlo a donde espera la madre, y una familia que dedica el resto de su vida a llorar la pena de no haber podido devolver a casa a todos los soldados.

Me harté de luto y de llanto. Con solo siete palabras, Teresa nos transmite todo el impacto de la guerra en la gente sencilla.

Nos habla también del hambre.  Ya ha estado presente muchas veces en el recorrido de las Memorias y volverá a estarlo. El pan amasado con serrín… Nosotros carecemos de una experiencia semejante y tal vez por eso podemos dedicarnos a la crispación gratuita, el ataque de queja y el ahogamiento en vasos de agua. Sin embargo, y por contraste, los maestros que nos están contando la guerra comparten una consciencia plena de la vida presente, una especial alegría de vivir. Y unas convicciones muy profundas.

Ellos saben que la educación debe servir para que no se repita aquella pesadilla, para que se viva en paz, para que donde ahora hay intransigencia, haya tolerancia; donde hay agresividad, haya empatía; donde hay brutalidad, haya cultura; donde hay indiferencia, haya inconformismo; donde hay pereza, haya voluntad de bien; donde hay caos, haya ética. Este es el absoluto de la educación y el ranking del informe PISA es, evidentemente, el relativo. Así nos lo están contando los viejos maestros, y así lo creo yo también.

La segunda fotografía ilustra estas Memorias. Es de Teresa y sus alumnos en la escuela de Los Pizarrales, y en ella aparece a la izquierda de la maestra una niña más alta que las otras, peinada con trenzas. Es Mari Jose, la hija del albañil y la boletera, y llegó a ser médico tal como soñaba. ¡Cuánto orgullo sentía su maestra al contar esta historia, que ella mantiene viva, relevante en su biografía!

Estoy convencida de que el sentido último de la educación es que no se pierda ni una sola posibilidad para mejorar el futuro de un niño.

Y si esto fuese así, si la prevención de los errores del pasado y la apertura a los horizontes del futuro fuesen los absolutos de la educación, y fuese cierto también que lo que se siembra se recoge, habría que iluminar mejor el recorrido que hacen dentro de la escuela los valores.

La clave de la educación es ayudar a cualquier niño, sea cual sea su punto de partida, a convertirse en una persona completa, equilibrada, feliz y capaz de hacer felices a los demás. Es decir, una persona que sepa afrontar cada circunstancia de la vida con el sustrato de unos valores personales y sociales, y con el apoyo del conocimiento y la cultura.

Ahora bien, el recorrido de la educación en valores se desarrolla simultáneamente en diversos escenarios. El primero y fundamental es la familia, donde cada ser humano encuentra las referencias esenciales. El segundo escenario, importantísimo también y complementario, es la escuela, donde uno pone en práctica, frente a una comunidad de ajenos, los valores familiares aprendidos, y donde a su vez aprende los valores sociales y ciudadanos. El tercer escenario es la sociedad, con sus usos y costumbres, sus valores propios y los medios que utilice para transmitirlos. Y el cuarto escenario, tal vez el más importante y olvidado, es el propio individuo: cómo interpreta los valores que recibe, cómo los digiere, como los aplica, qué satisfacciones personales obtiene de ellos, cómo los escoge y cómo los sitúa en el mapa de su existencia.

Porque el camino ético de una persona avanza siempre rodeado del paisaje humano pero es un camino individual que cada uno recorre con la ayuda de su mapa.

Cada ser humano está invitado - por la capacidad de pensar sobre uno mismo y de conocerse - a dibujar un mapa de su consciencia.  Esto quiere decir representar espiritualmente su situación en relación con la totalidad de la existencia y con los demás: dónde quiere que esté su centro, dónde sus límites y sus referencias, qué quiere abierto a todos y qué privado y secreto. Ese mapa se va dibujando a lo largo de la vida y el pincel que lo va trazando es el carácter, el êthos. Él nos permitirá sentirnos siempre “yo” aunque el mundo sea mudable.

Sin embargo, hoy estamos dando a la gente joven su mapa ya dibujado, les llamamos generación perdida y les decimos que sus coordenadas no llevan a ninguna parte. Me preocupa, como le sucede a Teresa, que les estemos hurtando la responsabilidad de diseñar su futuro y a cambio no nos sintamos responsables ni de su educación ni del mundo que hemos hecho.

Por eso me parece que se puede aprender mucho de Teresa Pérez, que ha tenido siempre bien claro cuáles son los absolutos de la educación. Hay un momento mágico en sus Memorias que nos lo muestra. Es su definición del mayor valor de la escuela unitaria: Permitía enseñar a los chiquillos a entenderse unos con otros, a que no se pelearan, a que trabajaran y respetaran el trabajo de los demás. Eran escuelas de valores.

La escuela unitaria era, por su propia naturaleza, activa, móvil, participativa, cooperativa. En ella había que convivir necesariamente con la diversidad, había que esperar turno, ayudar a los otros. Daba oportunidad a los niños para sentirse protegidos y protectores, débiles y sabios. En ella había que sacar a la luz los talentos y esto era tan importante como respetar con silencio el trabajo de los otros.

Claro que hoy no vamos a volver a las escuelas unitarias, pero se nos abre un bonito reto en pensar cómo podríamos recuperar una manera de dar clase en la cual los valores fuesen lo primero.

Sin embargo, no debemos perder de vista que estamos hablando de los valores que se transmiten en el ámbito de la escuela.

Teresa también supo distinguir los diversos escenarios de la educación. Se nota muy bien cómo comprendía cuál era su papel y cuál el de los padres en la historia de su “campaña anti- tabaco”: Yo no les podía decir que no fumaran, eso se lo tenían que decir en su casa, pero sí podía enseñarles. Qué gran lección.

Así, ilustró el efecto del tabaco en los pulmones con el ejemplo del hogar ennegrecido que cada muchacho veía en su propia casa, y dejó que ellos, a partir de este conocimiento de la realidad, tomaran la decisión que les pareciera adecuada. ¡Y una generación entera del pueblo decidió no fumar! Efectivamente, el resultado de educar en valores en el ámbito escolar no es la imposición de códigos sino la autonomía moral del alumno, fundada en el conocimiento e impulsada por los valores personales que contagie el maestro.

En la historia de Mari Jose, que es el centro de sus Memorias, se nota que Teresa también distinguía el papel de los distintos actores de la educación. La maestra sabía de antemano que su protagonismo en el progreso de la alumna consistía en hacerle ver a ella su responsabilidad ante el futuro: Me di cuenta de que tenía que ayudarla. Entonces le propuse hacer tres veces más trabajo que sus compañeras. La niña aceptó y así lo hicimos durante todo el curso.

La niña aceptó. Para mí en estas tres palabras se esconde la verdadera dignidad de la relación entre el discípulo y el maestro. Tiene razón Teresa, esto era ayudarla. A partir de esta aceptación de Mari Jose, que era un compromiso con ella misma, puede darse el resto de la historia: la conspiración de maestras a favor del destino de la pequeña, las gestiones para que estudiara el Bachillerato... Es decir, la “parte del trato” que correspondía a la maestra. Porque la responsabilidad del docente consiste sobre todo en hacer una llamada y esperar una respuesta.

Teresa Pérez, en coincidencia total con el resto de autores de estas Memorias, considera a cada profesor como un educador integral, una presencia que modifica vidas:

Lo más grande que tiene el Magisterio es el influir en los niños. El maestro tiene que ser educador, y si no… A mí me ha gustado muchísimo educar. Educar de manera integral. Recuerdo que era pesada incluso con la postura en clase, con el peso de la mochila… Son cosas que hoy no se tienen en cuenta en la formación. Yo enseñaba todos los valores, todas las formas, todos los modos de comportamiento.

No hay más que recordar la historia de su alumna que quería ser maestra. Es así como se trabaja en la escuela. Pero hay una condición previa: la implicación del docente en la totalidad de la acción educativa, dentro y fuera de clase. Teresa lo dice muy claramente:

Podía hacerlo porque lo sabía todo de mi escuela.

De mi escuela, ¿eh? No simplemente de mi aula, ni de mis alumnos, con ser eso mucho ya.

Los profesores no podemos pasarnos la vida creyendo que nuestra profesión se define por lo que hacemos materialmente. Las programaciones, exámenes, fichas, proyectos, explicaciones, deberes…- ocupan, todo lo más, una cuarta parte nuestra tarea. Los otros tres cuartos están ocupados por lo que observamos, lo que proyectamos, lo que soñamos, lo que improvisamos, lo que pensamos, lo que transmitimos, lo que decimos y lo que callamos. Ahí, en el currículum oculto, es donde se encuentra la esencia personal. El espíritu del magisterio existe y se personifica en la exigencia que cada maestro tenga consigo mismo. Y no puede considerarse exigente quien se queda a medias.

Por tanto, bien se puede aprender del compromiso con la innovación de una maestra que hoy tiene ya casi cien años: usaba proyectores, daba importancia a las actividades extraescolares y no se la daba a arremangarse y fregar su clase, enseñaba a reciclar en la depuradora, conocía y valoraba la importancia de una buena dirección del centro…

Tal vez en esta actitud de Teresa Pérez resuenan los ecos de sus propios maestros, aquellos asturianos que sacaban a los chicos del campo al campo, para que distinguieran las tierras salitrosas de las calizas. Los maestros que animaron a leer a la niña que prefería las matemáticas… ¡con un libro de problemas! Es una manera de enseñar que domina el arte de la motivación con una modernidad absoluta. Ya sabemos que estas Memorias corresponden a personas de una generación educada por aquella otra mítica que  llevó a cabo el primer gran esfuerzo educativo que se hizo en España. Por eso no es justo que las circunstancias políticas que rodearon a Teresa y a los maestros de su tiempo nos hagan olvidar lo mucho que valieron.

A día de hoy, y con el ejemplo de la gente de la pizarra, los profesores de la era digital tienen mucho que pensar. Pensar en lo que son, observar la realidad y situarse, en la medida de lo posible, como espectadores de sus actos y de los de quienes están a su cargo. Tienen que hacerlo así porque esta profesión obliga a ser muy consciente.

Aprendamos de la historia de Teresa y Mari Jose: en una maestra menos observadora, podría haber pasado desapercibida la brillantez de esa niña; tal vez hubiera terminado el curso sin que le preguntaran por sus sueños, porque lo más común es preguntar a los niños por sus actividades y sus deseos; podría no haber sido tratada de manera individual y no haber recibido exactamente lo que necesitaba para crecer; la maestra podría haberse desentendido del progreso de su alumna al dejar de darle clase; con el paso de los años, podría haberse olvidado de ella.

Pero no fue así. A partir de la consciencia, la voluntad de Teresa pudo dirigirse hacia lo que le parecía bueno y justo. Y esto era implicarse a fondo en la vida de sus alumnos. Como ella dice con brillantez, influir.

Con estas lecciones magistrales de Teresa Pérez queda claro que las cuestiones que plantee la marcha diaria de la clase deberán responderse desde la consciencia. En conciencia. Con valor y con valores.

La verdad es que esta manera de influir en los demás es un precioso proyecto de vida.

Por eso, a quien quisiera ser maestra le diría: si te gusta, vas a ser feliz

 



[1]La segunda etapa del plan establecido con la Ley Moyano, de 1914 a 1930, estableció una titulación única, Maestro de Enseñanza Primaria, con un curso de ingreso y cuatro cursos de formación, estableciendo un periodo de prácticas intercalado en el tercer y cuarto curso.

[2]Un derecho que permitía la reagrupación familiar de los funcionarios docentes.                  

[3] Teresa Pérez es afiliada de ANPE Salamanca  con  el carnet número 1