Me gusta la seriedad. Pero, ojo con
esta palabra: no estoy hablando de la falta de empatía, ni del ceño fruncido,
no. Estoy hablando de la gente que es capaz de tomarse en serio las cosas
serias, la que sabe que el verdadero ser del hombre es su obrar, la que vive
con los ojos muy abiertos. Curiosamente, suele ser gente cuya seriedad
fundamenta y da peso a una profunda alegría de vivir.
La seriedad que sabe contemplar en su
justa medida las cosas serias de la vida, y por tanto ordenar bien la propia
escala de valores, sitúa a quienes la viven en una postura privilegiada con
respecto al mundo: la primera fila, un sitio donde todo se ve muy bien. Por eso
es una virtud de gente comprometida y solidaria. Como dice el poeta Jorge
Guillén:
Heme
ante la realidad.
Cara
a cara. No me escondo.
Quien mira cara a cara la realidad
distingue lo importante de lo accesorio, y lo episódico de lo esencial. De esa
manera se convierte en una referencia moral para quienes están a su lado. En
una autoridad de la vida. Porque se
toma en serio su propia vida y la de los demás, justo lo contrario de lo que hacen los
necios, los superficiales y los falsos.
Dice Unamuno que levanta el ánimo encontrarse con espíritus nobles cuyo ahínco es hacer
sentir a los demás la augusta seriedad de la vida. Diría yo, espíritus
nobles que hacen sentir la importancia sagrada de cada momento de la vida.
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