He regresado al aula este curso después de trece años de
trabajo en apoyo del profesorado de la enseñanza pública. Dejé una manera de
impartir clase que no había cambiado en más de un siglo y, a mi regreso, he
encontrado a modo de bienvenida la escuela 2.0. El cambio, que me ha obligado a
adaptarme rápidamente, suscita en mí unas cuantas reflexiones sobre este
encuentro, obligado ya, entre las TIC y la clase.
La primera reflexión es la importancia de la formación para
adecuar la manera de dar clase a las posibilidades inmensas de las herramientas
tecnológicas. Pero, con ser muy importante esta formación, precisa estar
acompañada de un cierto grado de curiosidad, de investigación propia. Al fin,
con las TIC es posible – es inevitable- innovar, introducir a diario cosas que
no se habían hecho antes, y esto de una manera incruenta y sencilla. Mi ejemplo favorito es la vieja recensión al
concluir un libro de lectura; una especie de castigo que aleja a muchos niños
de la biblioteca escolar. Si, después de escribir una recomendación de la
lectura, se filma un video, se enlaza un código BIDI y se incluye en el
catálogo de la biblioteca, el sentido de escribir
después de leer aumenta exponencialmente para los alumnos.
Y es que podría parecer que, para incorporar las TIC a la
dinámica diaria de la clase, hace falta un cambio de actitud previo por parte
del profesor. Hay incluso estudiosos que nos echan en cara a los profes,
precisamente, la actitud rígida ante lo novedoso. Pues bien, yo creo que es el
propio uso de las TIC, por sí mismo, el que produce un cambio de actitud. Las
inmensas posibilidades de una pizarra digital o de una tablet desplazan
inevitablemente de su lugar central al libro de texto, provocan nuevas formas
de agrupar a los alumnos, abren posibilidades de aprendizaje más activo, colaborativo,
en proyectos… Y esta innovación, más profunda de lo que parece, viene impuesta
de manera natural y sencilla para el docente porque las TIC, desde el momento
en que se encienden, permiten adecuar mucho mejor la clase a los alumnos
concretos.
Por eso creo que, una vez que entran en el aula, pueden y
deben impregnarlo todo, aunque sea en diferente proporción: unas veces como
protagonistas, otras como herramientas auxiliares… Y esto porque son para los
alumnos una increíble fuente de motivación, el lenguaje que ellos emplean ya
permanentemente.
Ahora bien, el envoltorio externo del centro educativo debe
ser amigable también. Quiero decir que será inútil realizar grandes esfuerzos
en la formación del profesorado y en la adquisición de medios y materiales
mientras las pruebas de evaluación, las CDI y las reválidas se sigan haciendo
con lápiz y papel. Si las TIC no llegan a la evaluación de los alumnos, no
cumplirán verdaderamente su función educativa. Y esta reflexión corresponde a
los legisladores. Me pregunto cómo es posible la paradoja de que una nueva ley
de educación, que menciona expresamente en su articulado la importancia de la
tecnología en el aula, llene el sistema educativo de pruebas y exámenes
realizados al más puro estilo napoleónico. Qué desastre.
Así que mis propuestas para mejorar la motivación del
profesorado con respecto a las tecnologías son: incluir las TIC en los procesos
de evaluación; convertir la elección de recursos tecnológicos y materiales
didácticos on line en un asunto de
centro, y potenciar la formación entre iguales y en red de los docentes, para
mí, en este asunto, una de las más efectivas.
Mi último ruego sería contra la imposición del uso de libros
de texto pero mucho me temo que esta es ya otra historia.
Intervención en el Foro AULATIC. Aula, 2015
Carmen, bienvenida al aula con TIC. Disfruta de su uso para que también lo hagan tus alumnos.
ResponderEliminarGracias, José. No olvido que mi primer acercamiento fue la excelente formación que impartís tanto tú como la profesora Cristina Alconada. Os estoy muy agradecida.
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