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Bienvenidos a esta sala de profesores. Gracias por compartir conmigo las ganas de pensar sobre educación.



miércoles, 29 de octubre de 2014

EN PRESENTE




En un libro que recomiendo, “De menores a protagonistas”, la socióloga Lourdes Gaitán – presidenta del Grupo de Sociología de la Infancia y la Adolescencia, GSIA-  plantea una reflexión que merece ser tomada en cuenta.

Dice la profesora Gaitán que es necesario un cambio de mirada sobre la infancia. En todas las normas y representaciones sociales, los niños y adolescentes aparecen como objetos protegibles y como proyectos de persona. La percepción de los niños está condicionada por la evidencia de sus limitaciones vistas desde la psicología evolutiva, por eso son frecuentes las tautologías como “su comportamiento es infantil”. Esta percepción del niño como persona incompleta se traduce también en el uso indiscriminado de la expresión “menores”. “Menor” es un concepto jurídico establecido arbitrariamente como edad para que se apliquen determinadas leyes, pero en el lenguaje cotidiano un “menor” es un “menos que”, un “todavía no es”. Así, como futuribles, los ve la ley de educación actual, que incluso se relame pensando en mano de obra cualificada sin comprender que en qué y a quién afectan cotidianamente los recortes presupuestarios. Pero así también los vemos los docentes, que en ocasiones traspasamos con la mirada al alumno de hoy mientras la fijamos en un horizonte de preocupación por su mañana.

Lourdes Gaitán nos anima a considerar a los niños y adolescentes única y exclusivamente como presentes, es decir, sujetos plenos y reales aquí y ahora. Exige que se aprecie cómo aportan su singularidad a la construcción de la familia, la escuela y la sociedad, y no solamente cómo reciben pasivamente de ella.

Es un cambio de visión pero podría producir un cambio de paradigma educativo y, desde luego, un cambio en la relación profesor- alumno. Si los niños y adolescentes son verdaderos actores de la vida social, entonces participan de las mismas ventajas, desventajas y riesgos que el siglo XXI impone al resto de las personas, y están afectados de lleno por los cambios vertiginosos de nuestro mundo globalizado. Si son personas del presente, plenas en su estado actual, son capaces de ser y de obrar, de participar y de reinterpretar lo que sucede. Si la infancia y la adolescencia no son simples etapas de tránsito ineludible, sino momentos de la biografía concreta de seres individuales, tal vez los educadores debamos escucharlos más, solicitarles mayor participación, apreciarlos como un todo. Y esto no implica dejar de educar ni establecer una horizontalidad entre profesor y alumno sino comprender que la relación del aula se establece entre personas únicas que se encuentran en puntos diferentes de su historia y tienen visiones del mundo propias, enriquecedoras para ambas partes. Solo así se puede comprender por qué los niños son sujetos de derechos, por qué aprenden mucho más de lo que les enseñamos los adultos, por qué se impregnan de lo que les rodea y reciben tantas influencias externas, por qué deben ser escuchados, atendidos y considerados en la escuela, la familia y la sociedad. La educación reglada deja de tener así un carácter visionario para convertirse en una intervención activa y concreta, de persona a persona.

La segunda propuesta de Lourdes Gaitán tiene un carácter aún más dinámico. Se trata de considerar la infancia como parte permanente y estable de cualquier estructura social, aunque los individuos que la constituyen se renueven constantemente. Por tanto, los niños no son unos entes a la espera de la consecución plena de los derechos sociales mientras viven sometidos a la voluntad del colectivo adulto, ni una arcilla moldeable, sino una parte importante de la sociedad, a la cual imponen obligaciones, de la que deben recibir sus derechos, que aportan riqueza a la vida cotidiana.

Y la tercera propuesta, no menos sugerente, es considerar que la etapa escolar es un trabajo real, que los niños realizan sin que nadie lo considere como tal pero que constituye una aportación indudable a la riqueza de un país. A la riqueza moral y cultural de su ciudadanía, claro está.

Una niña de sexto de primaria me decía hace apenas una semana: “siempre me están  tratando como a una turista”. Sin haber leído a la profesora Gaitán, ella exigía de los adultos ser considerada una persona completa y total, en el presente. Eso me pasa a mí también, ni más ni menos. Esta chiquilla está tan de paso hacia su etapa adulta como yo misma lo estoy hacia la vejez. Los seres humanos estamos siempre en tránsito y siempre en presente. Debe de ser cosa de la propia vida.



Artículo escrito para el periódico Escuela






















































































 
 
 
 
 

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