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viernes, 23 de marzo de 2012

PARA UNA MUCHACHA QUE QUIERE SER PROFESORA



El sistema social establecido, tal como lo hemos conocido hasta ahora quienes nacimos después de la Segunda Guerra Mundial, se está desmoronando estruendosamente. El Estado del bienestar, que creímos nuestra gran conquista del periodo entre siglos, ha caído también y nos salpica las manos y la cara como el flujo de una gigantesca cloaca.

Me parece cada vez más fácil dejarse llevar por el pesimismo y tal vez por la desesperanza. No son la misma cosa: el pesimista espera que sucedan cosas malas, el desesperanzado ha perdido el interés por lo que pueda suceder. Ninguna de las dos actitudes es propia de la educación, que es, por definición, optimismo y esperanza.

Así que me agarro hoy, como si fuera una viga del alma, a una muchacha de veinte años, brillante y joven, que ha terminado una licenciatura de Humanidades y quiere ser profesora. Por eso desecho todo análisis de la actualidad y escribo esta reflexión para ella. Va por ti, que tienes la vida por delante.

Escribe Galdós que la docencia es la pasión por compartir el conocimiento y que necesita una buena dosis de amor propio. Siempre acierta este gran maestro. Podríamos usar su definición a la manera moderna como si fueran etiquetas de Internet y ya no haría falta explicar nada más sobre la vocación docente: pasión, compartir, conocimiento, amor, propio.

La vocación docente no comienza para todos con tu privilegiada certeza.  También se desvela a lo largo de la formación, como un descubrimiento que va transformando el interés genérico por la infancia en pasión por la relación educativa.  Pero ambas vías comparten un sustrato esencial: las características personales y los valores de quien se acerca voluntariamente a la docencia. Y además confluyen en una manera determinada de ser, porque el magisterio imprime carácter. Es esta una expresión de la ética clásica en la cual “carácter” se dice êthos y tiene la connotación de una meta que se alcanza a lo largo del viaje de la vida.

Hay una primera certeza en la vocación docente que es el amor a los niños y jóvenes. Solamente puede darse en personas que estén interesadas por las personas. Y que, de entre todo el panorama de lo humano, sepan apreciar la profunda belleza de quien se está abriendo al mundo.

Pero hay también una segunda clave en la dosis justa de amor propio. Educar es comprender y hacerse comprender, respetar y hacerse respetar. Y sentirse depositario de autoridad. De hecho, la vocación docente implica no tener miedo a la certeza de que uno va a tener autoridad sobre alguien y estará obligado a hacer buen uso de ella.

La autoridad es una cualidad personal, que se adquiere con un notable esfuerzo y convierte a quien la posee en un referente. Para un profesor, está basada en la confianza, el respeto y la credibilidad; implica ganársela con decisiones justas y ejercerla con razones. Por eso la vocación docente solo puede darse en personas con una determinada manera de ser, de trabajar y de tratar a los demás.

Pero la autoridad es también un elemento básico del proceso educativo. No tengas miedo a la autoridad del profesor porque lo es. La educación no es simplemente espontánea, pone una barrera entre el pensamiento y la acción, necesaria para vivir entre los demás. El maestro fuerza la naturaleza del niño para perfeccionarla porque transmite el modo de empleo de la vida. Por eso quien tenga vocación docente no podrá ser una persona banal sino seria. Alegre y seria.

Una tercera clave habla de compartir. La primera impresión puede hacernos creer que lo que un maestro comparte con sus alumnos es el conocimiento, pero no es tan sencillo. El escenario profundo de la relación educativa  no está basado simplemente en añadir al sustrato original de un niño un elemento trascendente como la cultura. Hay un diálogo durante el cual el maestro comparte con el alumno sus conocimientos – claro está- pero también sus convicciones, sus expectativas, su certeza de que el destino está en sus manos, su voluntad, su percepción de la sociedad en actualidad y en proyecto, su visión del mundo y del papel que el ser humano juega en él. En realidad, comparte sus valores, por eso el diálogo se desenvuelve en la más compleja riqueza de lo humano.

Ambos comparten también un camino. El ser de un niño y su proyecto son lo mismo; el ser de un maestro y su ética son lo mismo. La prescripción escondida en el destino de ambos es la búsqueda, y los dos buscan mientras avanzan.

Por si todo esto fuera poco, quien tenga vocación docente debe ser optimista y, por tanto, poseer bastante apertura de miras y algo de sentido del humor, que es el primer garante de la serenidad en los seres humanos. Dicen que un optimista no ve el mundo tal como es sino tal como debería ser. Buena definición para la palabra “educar”, sin duda.

Vas a acercarte a una profesión esencial. Serás profesora y esto es mucho más que trabajar en la enseñanza.

Mucha suerte. Gracias por devolverme la esperanza.

Este artículo está publicado en el periódico Escuela.


2 comentarios:

  1. gracias por este post carmen, de verdad que motiva.

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  2. Soy esa chica que te mandó un coreo después de conocerte este pasado verano de 2013 en la UFV. Escribes y hablas con verdadera pasión y vocación acerca de ser profesora, y eso motiva mucho. Cada día estoy más convencida de que quiero ser profesora. Gracias

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