Maurice Bèjart, coreógrafo, Misa por el tiempo presente. Ballet Bèjart Lausanne.
Me resulta frecuente en los últimos tiempos escuchar la frase "He perdido un año de la vida a causa de la pandemia." No solamente de labios de los jóvenes, también de adultos más que maduros, e incluso de personas que este año precisamente han vivido experiencias tan biográficas como la muerte de seres queridos. Esa idea de perder un año me parecía equivocada, sin saber explicar muy bien por qué, hasta que leí un artículo del blog "Vivir a la intemperie", de Pedro Huerta, cuyo enlace incluyo aquí.
Sentir que sentimos, vivir que vivimos
Estos pensamientos explican de manera perfecta por qué -podamos cumplir o no los planes y los sueños- estamos viviendo mientras vivamos, y debemos abrazar cada experiencia como parte esencial de nuestra vida. Al leerlos he recordado un texto publicado hace algunos años en mi libro Encuentros, y que me parece oportuno rescatar. Es este:
EL TIEMPO PRESENTE
Nuestra vida se desarrolla siempre en un momento presente, construido por las historias del pasado y que esconde, en las decisiones que vamos tomando, las claves del futuro. Pero también es un reflejo vivo y centelleante de lo eterno.
El presente en el cual vivimos es una suma de momentos, el minuto a minuto actual, en que se ponen en
contacto el tiempo tasado de nuestra vida y el tiempo insondable. Ahora mismo,
mientras escribo estas líneas, estoy viva; quien las lee está vivo. Ambos existimos
en un momento presente que fluye y nos pone en contacto. Estamos llevando a
cabo un encuentro entre personas que no se efectúa de manera simultánea sino en
un nivel de eternidad.
Hace algunos años
comprendí que el tiempo es un lugar. Los seres humanos no podemos separar el
ahora del aquí. Ni del cómo y el con quién. Por eso me parece que comprender el
valor de los encuentros precisa de ese paso previo que es comprender el valor
del tiempo.
Como muchos filósofos
nos han recordado, podríamos ser el resultado efímero de una metamorfosis. Seguro
que alguna vez hemos pensado en nuestra vida como en la de una mariposa:
disfrutamos apenas un minuto de belleza entre esa oruga insegura y feúcha que
fuimos en el pasado y la incertidumbre del futuro que desconocemos. Hemos
considerado la alegría como un “apenas”, un “ya se fue”, y más de una vez nos
ha sorprendido que ese “ya se fue” afecte de igual forma a la tristeza. Tal
vez, a estas alturas, la pérdida de seres queridos nos ha empapado con un
recordatorio perenne de la fugacidad del tiempo, al modo pesimista de nuestros
escritores barrocos: “De la brevedad engañosa de la vida” se titula uno de los
más bellos sonetos de Góngora.
A veces paramos un
segundo a tomar resuello y entonces nos preguntamos casi sin querer: ¿Qué
somos? ¿Caminantes que no se detienen nunca? ¿Piezas del engranaje de la
comunidad, el trabajo y la sociedad? ¿Sacos de obligaciones? ¿Entes zarandeados
por las circunstancias? ¿Consumidores de los anuncios? ¿Porcentajes de las
encuestas? ¿Figuras incompletas? ¿Rescoldos de juventud? ¿Proyectos de
ancianidad?
Pues bien, cada uno de
nosotros, así en singular, es una persona única. En su ahora, en su hoy. No
somos mariposas, pero si lo fuésemos, nuestra vida sería la de un ser bello y
pleno que despliega sus alas y sabe volar mientras dure. Por eso debemos
comprender que nosotros, como las mariposas, somos un presente.
Constituimos una parte esencial
de nuestro entorno y a través de los encuentros aportamos sentido, con
frecuencia sin saberlo, a la vida cotidiana de muchas personas. Sin embargo,
venimos escuchando desde hace siglos un refrán estoico que nos trata como si
fuésemos granos de polvo: “nadie es imprescindible”. ¿Cómo que nadie? Al menos,
y tirando por lo bajo, todos lo somos para que la realidad sea exactamente como
es. Cada uno de nosotros es fuente de valores, espejo en el que alguien se
mira, encarnación de un alma eterna. Vivimos y, por tanto, estamos en tránsito,
abiertos a las mil posibilidades de los encuentros, pero siempre y en toda
circunstancia completos, dignos y plenos. Cada ser humano es, ahora mismo, un
presente imprescindible.
Carpe
Diem
no significa “goza de un instante que no vuelve” sino “eres el dueño de tu día”.
Si el “ahora” es el momento en que entran en contacto el tiempo y la eternidad,
entonces es también la ventana desde la que nos mira Dios.
La vida solo tiene una
dirección: hacia adelante. El presente es el lugar donde se halla la ruta. Es
bueno disponerse cada mañana a abrazar los encuentros que traiga consigo la
jornada, sean o no los que esperamos, porque ellos escribirán la canción del tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario