Se anuncia una nueva reforma educativa. No se
anuncia, sin embargo, qué lugar ocuparán los profesores en ella. No estaría
nada mal que, de una vez por todas, consiguiéramos imbricar, en la estructura del
sistema educativo, la consideración hacia uno de sus protagonistas estelares: el profesorado.
En el marco de estas reformas, más
allá de los titulares de prensa, deberíamos escuchar por fin el anuncio de un estatuto
docente. ¿Qué significa esto? Pues un marco normativo en el que estarían
contempladas las características propias de esta profesión, tan diferente de
otras.
Un Estatuto del profesorado:
· Debería
estar presidido por criterios integradores, es decir abarcar a todos los
docentes, sea cual sea la comunidad autónoma donde trabajen. No puede ser que tengamos esas diferencias en los sueldos, en las atribuciones, en las posibilidades de formación...
· Debería
contemplar los derechos y deberes del profesorado. Tal vez así evitaríamos las
generalizaciones negativas - como esta última polémica del pin parental- que nos hacen tanto daño. Y tal vez así, las familias nos percibirían como lo que somos: profesionales expertos en educación. A día de hoy, una mala praxis individual nos contamina a todos, y eso no ocurre en ninguna otra profesión. Aunque de forma individual cometan errores, no se pierde la confianza en todos los médicos, ni en los pilotos de avión, ni en los comerciantes siquiera.
· Debería
hablar del acceso a la docencia y promover una carrera docente, es decir establecer
criterios para la promoción profesional.
· Debería
vertebrar a los claustros de profesores y facilitar la formación a lo largo de
la vida profesional.
No hay reforma educativa, no hay mejora de la
calidad, no hay escuelas que funcionen sin profesores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario