Hace un par de semanas, la asesora de programas de aprendizaje innovadores
de la OCDE, Valerie Hannon, hacía una advertencia importante referida al informe PISA, ese sustancioso negocio que consiste en elaborar un ranking mundial de lo que un grupo de expertos,
desde un despacho, considera buena educación.
En una entrevista publicada en El País, la señora Hannon afirmaba que esas pruebas que nos ponen
colorados en España, "no son sanas. No miden las aptitudes que necesitan los
alumnos para este mundo actual, y fuerzan a los gobiernos a dedicar tiempo a
mejorar las preguntas concretas que aparecen en el informe." Lo cual, por
cierto, es una gran verdad.
Anunciaba que a partir de ahora se pondrá en marcha una nueva prueba, Global Competences Education 2030, que medirá las habilidades sociales y los valores de los
alumnos. La señora Hannon decía literalmente: “No estamos aquí para enseñar a
almacenar conocimientos, sino a desarrollar competencias, que son valores y actitudes
ante la vida.” Si hubiera sustituido la palabra "conocimientos" por "datos", yo estaría completamente de acuerdo. Educar es transmitir el modo de empleo de la vida: valores, actitudes y conocimientos. Al fin y al cabo somos un eslabón en la cadena de la humanidad y estamos obligados a conocer a los gigantes sobre cuyos hombros caminamos.
No sé cómo se apañarán para establecer un nuevo ranking, porque los valores son un asunto serio y complejo . Y, en cualquier caso, los valores y actitudes no son patrimonio único de la escuela. Efectivamente son la base de cualquier aprendizaje, pero encuentran su manantial en la familia.
Nadie ayudó a la escuela, asfixiada por los recortes, cuando las pruebas de PISA eran lo más de lo más. Si ahora queremos
educar de verdad, habrá que ayudar a la familia.
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