Nos
encontramos ante una crisis de civilización cuyas consecuencias desconocemos,
sin embargo sí hay algo claro: la salida de las crisis personales está siempre
en las personas. Por eso, hoy más que nunca es momento de educar bien.
Los
centenares de niños de cuya biografía formo parte me han enseñando que la clave
de buena educación estriba en conseguir personas completas, equilibradas,
felices y capaces de hacer felices a los demás; capaces de recuperarse después
del sufrimiento, de encontrar salida, es decir, personas con valores.
Me
han enseñado que les son imprescindibles los valores positivos porque permiten
empoderarse, dar poder a las propias
capacidades. Me han enseñado que quieren aprender cómo llevar las riendas de la
vida desde su propia fuerza interior y no desde las exigencias externas.
Me han
enseñado que, en una sociedad cortoplacista, necesitan y añoran un proyecto
personal, para sentir su proyección en el tiempo y no solo el vértigo del
presente. Me han enseñado que frente al individualismo, precisan el
personalismo: sentirse uno y único, tener conciencia de vivir entre los otros.
Me
han enseñado a amar la vida. ¿Qué
significa esto? Viajar hacia el interior, hacia la propia esencia, descubrir nuestra
individualidad y apreciar nuestro estar
en el mundo en un lugar y un momento concretos, rodeados de otros que
también son únicos e insustituibles. Somos diminutos eslabones en la gigantesca
cadena de la historia de la humanidad, sí, pero indispensables en el aquí
concreto en que debemos desenvolver todas nuestras capacidades: insustituibles
hijos de nuestros padres, padres de nuestros hijos, amores de nuestros amores,
amigos de nuestros amigos, significantes para quienes nos conocen. Cada vez
únicos. Comprender esto es la clave para amar la vida. Y es una clave
espiritual.
Me
han enseñado también que entienden la austeridad y que somos los adultos
quienes estamos atrapados en el consumo; que entienden también la exigencia de
responsabilidades y les gusta notar que confiamos en ellos y que, por su parte,
van creciendo en edad y sabiduría.
Me
han enseñado que les encanta pensar y que soy yo, adulta, quien no les doy paso
para que expliquen su propia visión del mundo.
Me
han enseñado que entienden el verdadero sentido de la disciplina como sujeción
voluntaria a una serie de requisitos para la consecución de un fin.
Me
han enseñado que precisan, que es para ellos vital, el fortalecimiento de los
vínculos de la familia. Y que les gusta acompañar a otros en el sufrimiento y
la alegría, no otra cosa significa la palabra compasión.
Existe
en nuestras casas y nuestras escuelas la posibilidad de la libertad, la
posibilidad de la educación, no todo está escrito, no todo se desarrolla en Internet. Las cosas de las
cuales se dice que sólo ocurren cada mil años, son cosas que suceden a diario
tan sólo con que exista el observador. Nuestro papel es ese: observador
de las posibilidades de cada uno de nuestros alumnos, partera que las saca a la
luz, individuo libre en busca de su esencia que sabe convertirse en referente y
marcar el camino. No es fácil, la tarea de educar nunca lo es, pero es
inapelable.
Gracias a tantos niños y niñas que me han enseñado.
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