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viernes, 1 de noviembre de 2019

Lo que tantos niños me enseñaron





Nos encontramos ante una crisis de civilización cuyas consecuencias desconocemos, sin embargo sí hay algo claro: la salida de las crisis personales está siempre en las personas. Por eso, hoy más que nunca es momento de educar bien.

Los centenares de niños de cuya biografía formo parte me han enseñando que la clave de buena educación estriba en conseguir personas completas, equilibradas, felices y capaces de hacer felices a los demás; capaces de recuperarse después del sufrimiento, de encontrar salida, es decir, personas con valores.

Me han enseñado que les son imprescindibles los valores positivos porque permiten empoderarse, dar poder a las propias capacidades. Me han enseñado que quieren aprender cómo llevar las riendas de la vida desde su propia fuerza interior y no desde las exigencias externas. 

Me han enseñado que, en una sociedad cortoplacista, necesitan y añoran un proyecto personal, para sentir su proyección en el tiempo y no solo el vértigo del presente. Me han enseñado que frente al individualismo, precisan el personalismo: sentirse uno y único, tener conciencia de vivir entre los otros.

Me han enseñado a amar la vida. ¿Qué significa esto? Viajar hacia el interior, hacia la propia esencia, descubrir nuestra individualidad y apreciar nuestro estar en el mundo en un lugar y un momento concretos, rodeados de otros que también son únicos e insustituibles. Somos diminutos eslabones en la gigantesca cadena de la historia de la humanidad, sí, pero indispensables en el aquí concreto en que debemos desenvolver todas nuestras capacidades: insustituibles hijos de nuestros padres, padres de nuestros hijos, amores de nuestros amores, amigos de nuestros amigos, significantes para quienes nos conocen. Cada vez únicos. Comprender esto es la clave para amar la vida. Y es una clave espiritual.

Me han enseñado también que entienden la austeridad y que somos los adultos quienes estamos atrapados en el consumo; que entienden también la exigencia de responsabilidades y les gusta notar que confiamos en ellos y que, por su parte, van creciendo en edad y sabiduría.

Me han enseñado que les encanta pensar y que soy yo, adulta, quien no les doy paso para que expliquen su propia visión del mundo.

Me han enseñado que entienden el verdadero sentido de la disciplina como sujeción voluntaria a una serie de requisitos para la consecución de un fin.

Me han enseñado que precisan, que es para ellos vital, el fortalecimiento de los vínculos de la familia. Y que les gusta acompañar a otros en el sufrimiento y la alegría, no otra cosa significa la palabra compasión.

Existe en nuestras casas y nuestras escuelas la posibilidad de la libertad, la posibilidad de la educación, no todo está escrito, no todo se desarrolla en Internet. Las cosas de las cuales se dice que sólo ocurren cada mil años, son cosas que suceden a diario tan sólo con que exista el observador. Nuestro papel es ese: observador de las posibilidades de cada uno de nuestros alumnos, partera que las saca a la luz, individuo libre en busca de su esencia que sabe convertirse en referente y marcar el camino. No es fácil, la tarea de educar nunca lo es, pero es inapelable.

Gracias a tantos niños y niñas que me han enseñado.

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