Desde la ventana de mi aula- cuarto de Primaria de un colegio
público de barrio en Madrid- se ve a lo lejos un inmenso esqueleto, una rueda
de hormigón y acero que oculta el horizonte. Quiso ser un edificio emblemático,
nada menos que la Ciudad de la Justicia, pero se quedó a medias y ahora no es
más que el injusto recordatorio de un proyecto faraónico. Uno más de este
periodo reciente durante el cual todos los deseos políticos pudieron hacerse
realidad porque el dinero público no era de nadie.
Si, aún con ese horizonte en la retina, contemplo mi aula
ventana adentro, reconozco con tristeza los recortes en educación que han sido
la consecuencia del despilfarro previo de millones de euros. Ventana adentro, condeno
a esa abortada ciudad de la justicia, a los aeropuertos fantasmas y a las
cuentas corruptas. Por culpa de ese desenfreno mi centro no cuenta este curso
con el imprescindible especialista en Audición y Lenguaje. Por culpa de ese
desenfreno, en mi centro –que escolariza en cada aula al menos a tres alumnos
de integración- compartimos con otros muchos un solo especialista en Pedagogía
Terapéutica, a razón de un día para cada colegio del distrito. Así que, si el
panorama de mi vista viaja desde la Ciudad de la Justicia hasta el centro del
aula, solo puedo pensar que esta pequeña escuela pública de barrio, situada
apenas a diez kilómetros de la Carrera de San Jerónimo, se encuentra sin
embargo a años luz de las actividades de los fabricantes de políticas.
Sin embargo, si mi mirada inicia su recorrido en el propio
centro, el panorama no es pesimista en absoluto. En la sala de profesores de este
pequeño colegio habita un claustro de titanes. Como está sucediendo en todas
partes, sus profesores son capaces de tomarse como un reto que haya dos leyes
de educación en vigor de manera simultánea, a pesar de las dificultades de
organización, de que aún no han llegado los libros y de que apenas hay pautas
para programar. Pero nada de eso importa porque hay unas maestras y unos
maestros capaces de asumir la desaparición de los ciclos en la enseñanza
primaria y seguir programando actividades conjuntas; profesionales que no dudan
en apuntarse a seminarios de formación, que preparan proyectos de mejora y de
innovación, que se reúnen para pensar, que salen del aula agotados cada día y
entran felices al día siguiente. Todos los profes imparten- impartimos- clase
en varios cursos, vigilamos tres o cuatro recreos por semana, apoyamos a los
alumnos y nos apoyamos unos a otros. Los tutores y docentes de cursos LOMCE se
devanan los sesos para adaptarse a una nueva ley que cae desde lo alto como un
chaparrón de esos que encharcan sin refrescar, pero ni se desaniman ni
protestan. Y yo, con toda humildad, intento seguir su ritmo y aprender mucho de
ellos.
El panorama desde mi aula, por tanto, está lleno de confianza
en los profesionales de la enseñanza pública. He leído hace pocos días una
frase brillante que no comparto. Dice así: los docentes tienen tanta libertad
para desempeñar su tarea como el conductor atrapado en un atasco la tiene para
elegir la música que va a poner en el radiocasete. No me gusta ese pesimismo
destructivo. Está claro que hay dificultades,
una burocracia que constriñe, recortes en ayudas imprescindibles que
nunca llegan y que están relacionadas siempre – no se dude- con el capital
humano. Pero hay también libertad porque la comunicación educativa es un camino
ético, un modo de estar en el mundo. Convivir con los alumnos al cien por cien
de la capacidad de cada profesor, dando lo mejor de nuestro presente por su
futuro, es una opción embriagadoramente libre. Es la opción de la docencia, la
nuestra.
Comparto, esta vez de corazón, un pensamiento de José Antonio
Marina: la inteligencia práctica es la cumbre de todo el despliegue
intelectual, y es la inteligencia necesaria para educar. Así que, en pleno uso
de la porción de inteligencia práctica que me haya correspondido, me propongo
dar la espalda en la medida de lo posible al fantasma de la Ciudad de la
Justicia y mirar con orgullo a mis alumnos y a mis compañeros de claustro. Las
cuentas sobre el despilfarro las pediré en el recto uso de mis opciones como
ciudadana, pero en otro ámbito.
Si mi mirada recorre el aula de cuarto de primaria se
encuentra con la mirada de un niño.
Feliz curso nuevo a todos.
(Artículo escrito para el periódico Escuela)
Me alegra volver a leer tus aportaciones al blog, ahora desde tu colegio. Comparto lo que dices; que, frente al despilfarro y las injusticias cometidas en la Educación, al menos nos quede "la inteligencia necesaria para educar".
ResponderEliminarSaludos y Feliz curso.
Fco. Javier Repilado
Feliz curso Javier!
ResponderEliminarCarmen, con mis renovados deseos de que el comienzo, la marcha y el final de Curso (ya ves qué pronto lo empiezo y lo acabo...) te traigan todo lo bueno que mereces. Tus "pequeñajos" ya lo tienen contigo.
ResponderEliminarYa sabes... amar lo que se hace es cambiar, a ratitos, de casa el alma....
Un abrazo. Antonio
Gracias de todo corazón!
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