El
próximo mes de junio se presentará una nueva edición del informe Talis de la
OCDE, esta vez dedicado a la evaluación de la práctica docente. Un pequeño avance
de este informe, presentado por el INEE, permite atisbar diferentes prácticas:
desde una evaluación minuciosa en algunos países - en los que incluso tienen
voz las familias de los alumnos- hasta la ausencia de evaluación en otros. Es
curioso constatar que algunos países no informan a los docentes sobre el
resultado de sus evaluaciones y que en muchos de ellos este resultado no tiene
incidencia sobre la promoción profesional.
El estudio presentará una consulta a
los docentes sobre algunos criterios susceptibles de ser evaluados: la relación
con los alumnos, el conocimiento de la materia que se imparte, la gestión del
aula, las prácticas docentes, la disciplina y conducta, la relación con los
compañeros de claustro, las observaciones de los alumnos, la evaluación
presencial de la práctica concreta en el aula, la innovación, los resultados
académicos de los alumnos, las actividades extraescolares, las de desarrollo
personal, la atención a la diversidad o las tasas de promoción de los alumnos.
Son criterios muy distintos, con un grado de subjetividad muy variable. Será
interesante saber, por ejemplo, quién evalúa y cómo la relación con los
compañeros: ¿se realiza una encuesta abierta? ¿Anónima? ¿Sobre la participación
en las actividades? ¿Sobre la simpatía?
Apunta también una polémica que ha
llegado hasta nosotros: evaluar la tarea docente por los resultados de los
alumnos. Es un asunto complejo porque, si es verdad lo que dicen otros famosos
informes sobre la influencia del nivel sociocultural de la familia en los
resultados académicos, podríamos llegar, entre unos porcentajes y otros, a la
conclusión de que los mejores docentes trabajan en los mejores barrios. ¿No
sería más razonable marcar el punto de partida de cada niño o niña y observar
su progreso? No en vano es precisamente el criterio “relación con los alumnos”
el más valorado por los propios docentes del estudio Talis como ítem básico de
su evaluación profesional.
La
práctica docente implica la participación activa, respetuosa y consciente en
unos procesos complejos relacionados con la comunicación humana. Implica
también, por supuesto, participar de la dimensión social y comunitaria de la
escuela con generosidad y altura de miras; pero sobre todo implica asumir y
aceptar un enorme desafío ético que se pone en práctica ante los alumnos, sus
familias y el centro educativo de manera constante, cada día durante toda una
vida profesional. Estos aspectos esenciales de la labor docente, que deben ser
objeto cotidiano de autoevaluación, son a cambio difíciles de evaluar de manera
objetiva. Si cualquier desempeño profesional es una invitación a la perfección,
la responsabilidad consustancial a la docencia convierte esta invitación en una
de las más exigentes. Por eso una descripción de criterios evaluables se
quedará siempre corta y parecerá banal.
Sin
renunciar al componente de subjetividad, me atrevo a proponer aquello en que me
gustaría ser evaluada para mejorar, ya que la mejora de la práctica docente
debe ser el fin primordial de esta evaluación. Por ejemplo, me gustaría ser
evaluada en la capacidad de adaptación a la realidad concreta del aula. Esto
implica: el interés en la formación inmediata
como respuesta a los requerimientos del grupo de clase; la colaboración profesional
estrecha y cotidiana con los compañeros que imparten clase en el mismo nivel;
la disponibilidad para modificar y adaptar los materiales escolares y la
metodología a los alumnos concretos; la capacidad para crear y mantener un
“clima” de clase que contenga estabilidad en cuanto al orden y la disciplina y un
estado de ánimo gozoso ante el proceso de aprendizaje. En segundo lugar, en la
profundidad del conocimiento sobre los alumnos. Un docente debería conocer el
entorno externo de cada alumno, elaborar un mapa de la sociabilidad del grupo,
enumerar las fortalezas y las debilidades de todos. También en la preparación
previa de los temas, es decir en la anticipación profesional a lo que va a
suceder en clase; en la cantidad y calidad de la comunicación con las familias;
en las aportaciones concretas a las dinámicas del centro; y en la implicación
en la mejora de la convivencia del centro.
La
responsabilidad de una evaluación con gran componente subjetivo debería estar a
cargo de la Inspección Educativa, cuyo compromiso ético sería, en este caso, la
objetividad. Y los criterios que he expuesto deberían ser también los empleados
por los inspectores: conocimiento de la realidad concreta de cada centro, de
manera que el proceso evaluador no fuera rígido y tuviera en cuenta el entorno
en el cual cada docente desempeña su tarea; profundidad en el conocimiento personal
de los docentes y no solo de los equipos directivos; cantidad y calidad en la
comunicación con cada profesor; disponibilidad y orientación; flexibilidad para
la resolución de los problemas concretos; aportaciones a la dinámica de los
centros, sugerencias de mejora, implicación en la mejora de la calidad
educativa de cada centro.
La
clave de la evaluación docente está en el trabajo conjunto entre los diversos
estamentos. Y por supuesto, en el marco de la confidencialidad, un profesor
debe conocer el resultado de su evaluación porque tiene el derecho y el deber
de mejorar su tarea profesional; y ese resultado debe contribuir al desarrollo
de una verdadera carrera profesional, con incentivos económicos y
administrativos, que permita ascender verticalmente en las distintas enseñanzas,
o especializarse horizontalmente en lo que uno quiere y sabe hacer mejor.
La
evaluación docente puede ser motivadora o frustrante, efectiva o inútil.
Conviene acertar.
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