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martes, 11 de enero de 2022

Eres un desastre

 


Las primeras líneas de la historia de cada ser humano se estructuran a partir de la mirada de los demás.

Nuestros hijos e hijas infantes o adolescentes, nuestros alumnos de primaria o secundaria, no tienen todavía una visión de sí mismos como adultos. Saben que se harán mayores, pero no se lo terminan de creer. No podemos culparlos. ¿Quién de nosotros se visualiza hoy con noventa años? De lo que sí disponen es de una referencia sobre cómo son en el presente, a partir de sus experiencias de éxito- saber que algo les sale bien- y del retrato que nosotros les pintamos cuando les decimos cómo son y qué esperamos de ellos. En tres palabras: de sus etiquetas. Por eso, quien ante una habitación que está hecha un desastre escucha “eres un desastre”, o quien escucha la misma expresión ante un examen en blanco, se siente de determinada manera; por eso hay un mundo entre “no me gustan las mentiras” y “eres un mentiroso”; por eso cuando les preguntamos cómo son suelen repetir los calificativos que nosotros les damos.

Llamamos “etiquetas” a la adjudicación de roles, representaciones o estereotipos. Un rol es un conjunto de comportamientos que se atribuyen a una persona según la función que realiza. El rol fundamental de los menores suele ser el de estudiante, por eso quienes suspenden por sistema sufren un rechazo que ejerce sobre ellos una fuerte presión y que puede acortar sus expectativas. Sin embargo, los estudios son una actividad, no una persona. Pero también vamos adjudicando, a veces sin darnos cuenta, roles a lo masculino y femenino, aunque las chicas sí entienden los mapas y sí estudian ciencias y los chicos sí lloran y sí bailan. En casa los roles clásicos se consolidan, todavía hoy, alrededor de lo profesional por un lado y las tareas domésticas por otro, por eso al elegir nuestros propios roles de género los estamos educando. Por supuesto, etiquetamos con sus roles particulares a los hermanos mayores y a los pequeños, a los “listos” y a los “torpes”, a los “egoístas”, “flacos”, “gordos”, “simpáticos”, “cuatro-ojos” y “raros”. En clase, a los "líderes" y los "fracaso escolar". ¿Nos hemos parado a pensarlo alguna vez?

Las representaciones son imágenes mentales. La más importante es la que corresponde a la imagen corporal, que se compone de una percepción y una actitud. Percepción es la idea que uno obtiene al observar algo. Actitud es la reacción psíquica ante la percepción recibida. La identidad de una persona se establece en buena parte por la experiencia de su cuerpo, que es su imagen exterior, y por las sensaciones que esta imagen provoca en los demás. Sentirse “guapa” o “guapo” es escucharlo decir. Así pues, ojo a las redes sociales con sus filtros y sus comparaciones imposibles.

Los estereotipos son grilletes de la personalidad que les transmitimos a través de la educación y que, en ocasiones, les contagiamos sin darnos cuenta. Aunque parezca mentira con todo lo que ha llovido en la historia de la humanidad, están en auge. Pueden ser, por ejemplo, contra ideas políticas o creencias religiosas, contra tipos físicos concretos, contra modos de vida o contra la "diferencia" de cualquier clase. “Hay que definirse”, lo llamamos. Y la “definición” solo nos permite elegir entre A o B, sin matices ni grados intermedios. Es necesario comprender que las elecciones de la vida nunca se dan entre A y B sino entre un inmenso abanico de posibilidades, y que los prejuicios que emitimos pueden darse la vuelta contra nosotros también. Si la aceptación de la diversidad y el respeto por los demás están en nuestra escala de valores, debemos hacer comprender a la gente joven que los prejuicios provienen de la falta de reflexión, y que cuando condicionan negativamente nuestra forma de actuar hacia otros se convierten en discriminación, algo que cualquiera puede sufrir en un momento dado.

La seguridad en uno mismo, clave del progreso personal, se compone de tres elementos. La “seguridad básica”, que es la convicción de ser querido incondicionalmente por el núcleo familiar; la “seguridad ejecutiva”, que es la confianza en la competencia y la capacidad propias, parte de la cual debe encontrarse en el periodo escolar (y es nuestra tarea de profesores buscar y encontrar la competencia de cada cual); y la conciencia de la propia dignidad. La dignidad es el valor intrínseco que tienen todos los seres humanos por el hecho de ser personas, con independencia de sus circunstancias, o su comportamiento. De ella derivan los derechos fundamentales que todos debemos aprender a respetar. Y lo que lesiona esta dignidad no se puede hacer ni a los demás ni a uno mismo.

No olvidemos que es la mirada de los otros la que llena la vida de roles, representaciones y estereotipos. Por eso, como adultos:

·          Vamos a evitar las etiquetas. Vamos a esforzarnos por hablar, por escuchar, por interactuar con ellos, por crear una armonía en los momentos de convivencia que facilite la comunicación.

·         Vamos a poner en palabras el cariño que les tenemos, a decirles lo importantes que son para nosotros y lo felices que nos hacen. Entre nuestros hijos y nosotros hay una historia de amor pero en la vorágine de los días se nos olvida. Exactamente igual ocurre en clase. "Un amor correspondido", así define Sócrates la relación con su discípulo Alcibíades.

·          Vamos a intentar entender sus sentimientos aunque no los compartamos. Debemos esforzarnos por saber qué quieren comunicarnos realmente.

·         Dialoguemos con razonamientos, no con la confrontación. Nuestra relación será más empática si también les dejamos a ellos contar sus historias y no los saturamos con nuestros monólogos.

·         Aunque tenemos potestad para decir la última palabra, evitemos imponer un criterio nuestro sin saber antes lo que piensan ellos.

·         Evitemos las ofensas, las burlas y las comparaciones con otras personas.

·         El diálogo implica escuchar de forma activa- con atención, con respeto unos a otros. Esto implicará buscar momentos para hablar sin cascos y sin pantallas.

·         Buscaremos momentos para la comunicación informal, de risas y chistes; también para la formal, en la que habrá que abordar temas serios. Sí, informal de vez en cuando en clase también. Atrévete a ser "una profe genial".

Educar a hijos, enseñar a alumnos, necesita esfuerzo y convencimiento, pero cada minuto invertido en comunicación auténtica, fuera de las etiquetas, tiene el valor de un tesoro.

 

 

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