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sábado, 7 de abril de 2018

Te toca repetir




La repetición de curso es una de las más graves decisiones que el docente ha de afrontar durante su trayectoria profesional, por las enormes consecuencias que desencadena en la vida de un alumno. Y es que profesores y familias estamos obligados a acertar.

En los últimos años, la repetición de curso se ha convertido en un recurso común. Bajo su bandera, se han enrolado desde el mal comportamiento hasta las ratios escolares. A día de hoy, nuestro índice de alumnos repetidores es incomprensible y alarmante. Numerosos estudios han analizado ya su falta de efectividad. Por eso importa entender en profundidad qué significa y para qué sirve.
Imbuidos de fe en la psicología evolutiva, padres y docentes estamos convencidos de que una persona se desarrolla en etapas cerradas, de manera que solo alcanzando los objetivos de una se puede llegar a la siguiente. Por eso hemos impuesto el retrato de una infancia que parte de cero y va alcanzando progresos como quien sube escalones, con pautas que deben superarse para alcanzar la etapa siguiente. Así, hemos llegado a considerar patológico todo desarrollo más rápido o más lento que el establecido y diagnosticamos síndromes y disfunciones cuando el comportamiento de los niños no se adapta al estándar escrito. Al convertir la construcción personal en una escalera, damos por hecho también que llega a una cima. Y las programaciones escolares, los contenidos, criterios de evaluación e indicadores de aprendizaje se establecen a partir de esos estándares.

Los educadores, sin embargo, estamos obligados a saber que cada alumno es una persona plena en su individualidad, única en su visión, viva en su actualidad. ¿Cuál sería el lugar de la repetición de curso en este contexto? Pues una decisión a tomar desde la certeza de que un niño o una niña precisan de un periodo de maduración previo a la adquisición de determinadas competencias académicas.

También nos desenfocan las constantes evaluaciones. Se ha llegado a convertir un instrumento de reflexión, encaminado a buscar soluciones de mejora, en un objetivo en sí mismo. Y si la evaluación es un fin y no un medio, el  profesor pierde el control sobre el sentido de su trabajo y el alumno se cosifica.

Las calificaciones escolares no pueden importar más que los procesos o que los efectos de la educación sobre el progreso personal de los alumnos. Los docentes somos profesionales capaces de amplificar no el “capital humano” sino el capital del humano: el conocimiento y la cultura. En este contexto, la repetición de curso no puede ser algo parecido a un hangar: “espera aquí hasta que alcances el aprobado”. El progreso de cada alumno se cimenta en la atención a sus capacidades específicas, y solo desde ese punto, con la presencia de todo el apoyo que sea necesario, puede lograrse plenamente.

La repetición de curso debería ser un tratamiento a medida de cada persona concreta, encaminado a desarrollar sus posibilidades. Debemos tener presente que en nuestras aulas hay quienes, tal vez durante el periodo de un año lectivo, afrontan dificultades personales tan grandes que a cualquier adulto lo dejarían fuera de combate. Esos niños no necesitan volver a comenzar un curso - con la sensación de fracaso que conlleva- sino dilatar el tiempo de los aprendizajes con apoyo, tutoría personal, mano tendida y acompañamiento.

Ahora bien, para que esta certeza no se diluya en el océano del buenismo, deben ponerse en juego muchos recursos humanos. La innovación metodológica, la atención individualizada, la entrada de distintos profesionales en el aula, el desdoble de grupos, la presencia de profesores de educación compensatoria y de apoyo son esenciales para que la repetición deje de ser el único medio de afrontar una necesidad educativa.

Y esa palabra ya no la puede pronunciar la escuela. Estamos esperándola.



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