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miércoles, 18 de junio de 2014

Brotes verdes





Al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido, con las lluvias de abril y el sol de mayo algunas hojas verdes le han salido. Es Antonio Machado, claro está. Sin poder remediarlo, he recordado este maravilloso poema al contemplar la agónica tierra seca del estado indio de Assam, en la que aún son capaces de mantenerse vivos, como por milagro, algunos brotes verdes.


A veces, cuando apagamos la televisión después de ver los informativos, nos parece que vivimos en un desierto pedregoso de fealdad y corrupción, y que por mucho que busquemos no encontraremos ningún justo en nuestra particular Sodoma. Sin embargo, los brotes verdes permanecen vivos a nuestro alrededor, surgiendo por doquier, y estamos obligados a verlos, a hablar sobre ellos, a amarlos.


Brotes verdes son los niños: su ternura, su mirada limpia, su capacidad para perdonar nuestros errores, nuestras prisas, nuestra dureza adulta. Brotes verdes son los viejos, que aunque no lo digan en voz alta, suelen ser conscientes de que se les van desprendiendo las pequeñas mezquindades y se les va acercando la grandeza del misterio. Brotes verdes son esos sesentones en buena forma que sostienen a la familia entera con su pensión y su energía. Y los veinteañeros enamorados, para los que parece haberse inaugurado el mundo. Brotes verdes son los maestros y las maestras vocacionales. Son los cirujanos que operan durante ocho horas con la vida de un ser en sus manos y no pierden la concentración ni la minuciosidad. Y las enfermeras que sonríen ante todos los lechos. Brotes verdes son los voluntarios que conservan una ingenuidad regeneradora, a prueba de desilusiones. Hay brotes verdes en el campo y la ciudad, en el AVE y en el metro. Los hay en las universidades y en las parroquias; en las cafeterías y los asilos. Hay más vida que muerte, más honradez que corrupción, más belleza que fealdad.


De nuevo nos ayuda el poeta. Con él, cada mañana al despertar podríamos decir:
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.

2 comentarios:

  1. Fco. Javier Repilado26 de junio de 2014, 1:11

    ¿Por qué nos cuesta ver que están ahí, incluso donde menos pensamos que puedan aparecer? ¿Por qué nos cuesta apreciarlos, valorarlos y dar gracias cuando los encontramos?

    Fco. Javier Repilado

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  2. Tal vez porque no somos capaces de distinguir lo superfluo de lo importante. O porque todo lo bueno que nos pasa nos parece merecido. Pero yo creo que mirar con asombro es saber vivir.
    Gracias por tus preciosos comentarios, Javier.

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