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Bienvenidos a esta sala de profesores. Gracias por compartir conmigo las ganas de pensar sobre educación.



viernes, 3 de enero de 2014

PENSAR





Vivimos en un tiempo que ha abolido la distancia crítica, la que permite un espacio para el análisis y la reflexión de los hechos, para la búsqueda de nuestras referencias. Por eso nos entretenemos en una sucesión de trivialidades y desde ellas tomamos decisiones en la educación, en la política, y hasta en la vida personal. A pesar de todo seguimos necesitando, de la manera más profundamente humana, mirar lo que acontece, pensar lo que acontece, preguntarnos por ello. Es obvio que el vértigo de la actualidad no es la plenitud y que todos estamos echando de menos, aún sin saberlo, la dimensión interior.



Las dos palabras que definen a un buen educador son templado y consciente, que forman parte de la celebérrima definición de Heidegger: Tiene espíritu quien se decide, templado y consciente, a acercarse a la esencia del ser.



Ese acercamiento a nuestra esencia es el gran viaje de la vida y es una decisión personal, que se puede tomar o no y seguir viviendo como si nada. Así que, antes de pensar en transmitir algo, templados y conscientes, tenemos que tomar la decisión de emprender nosotros mismos un viaje hacia el extremo opuesto de lo banal. Y el primer paso consiste en pensar en lo que hacemos. Los adultos, quiero decir: los profesores, los educadores. Para enseñar a pensar hay que estar pensando. ¿Nos conformamos nosotros con la repetición mecánica de lugares comunes? ¿Con la respuesta oficial, única, standard? ¿Con lo correcto sin más?

Porque pensar no es lo mismo que reflexionar. Cuando yo decido en una zapatería si voy a comprarme unos zapatos de tacón alto o plano, y voy sopesando las distintas utilidades de uno y otro, reflexiono. Pero esa decisión no implica pensamiento. Pensar es crear algo nuevo, aprender algo de mí mismo que antes no sabía, resolver problemas que no admiten soluciones simples, únicas y prediseñadas.



Para aprender a pensar es imposible prescindir de los datos y de la información, y no se piensa sino a partir de cierta cultura, de cierto cultivo interior. Pensar es la antesala de la acción, el espíritu crítico y la capacidad de adecuarse a una realidad que cambia constantemente y, a veces, dramáticamente. Esto significa que los pensamientos deben estar orientados conscientemente hacia algún objetivo y deben basarse en información lógica, sólida y confiable que se obtiene de diversas fuentes y no solamente en los prejuicios o ideas preconcebidas.



Pensar es un proceso individual. Se piensa solo, pero no es necesario estar a solas. Sócrates decía que de su madre, que era partera, había aprendido el oficio del pensamiento: como la partera, cada uno puede ayudar al otro, en un diálogo sin prejuicios, a extraer la verdad que contiene dentro de sí. Los docentes somos parteras, y así nos tenemos que ver. Cada alumno tiene dentro de sí la fuente, la posibilidad de la verdad, sólo hay que ayudarles a darla a luz. ¿Cómo? Dialogando, conduciendo con preguntas a la movilización de su mente, preguntándole sobre sus experiencias, sentimientos y opiniones, no solamente sobre sus actividades. Tenemos que animarles a definir su visión de la realidad a partir de los conocimientos adquiridos y las vivencias personales. A los jóvenes de hoy, sobreprotegidos en tantas cosas, apenas les dejamos intervenir efectivamente en el mundo. Y con frecuencia no nos parece necesario preguntarnos si piensan o qué piensan.



Pensar tiene también un ingrediente ético. Es elegir cómo presentarse ante los demás. Es lo significa el viejo aforismo socrático: sé como deseas parecer. Nos equivocamos cuando pensamos que nuestra presencia es la inevitable manifestación externa de una disposición interior. No; es una elección deliberada sobre la forma en que queremos que los demás nos perciban, y esto también es un fruto del pensamiento.



El pensamiento es también un lugar adonde ir, nuestro espacio interior. El auge de las religiones orientales da la medida de hasta qué punto los occidentales estamos echando de menos este sitio. Y esto es así porque las actividades mentales no pueden darse si no es mediante una retirada deliberada, aunque sea momentánea e invisible, del mundanal ruido, de los deseos e inquietudes del presente inmediato. Porque el pensamiento interrumpe la acción, la actividad ordinaria. El pensamiento exige pararse a pensar.



Y el espacio interno al que acudimos cuando nos paramos a pensar es el lugar donde tiene su morada la más profundamente humana de todas nuestras facultades, la imaginación. Y también viven allí, junto a ella, sus dos hermanas, la memoria, que almacena y pone a disposición de nuestro recuerdo lo que nunca más estará, y la voluntad, que anticipa lo que aportaremos a aquello que no ha llegado todavía, y que no se ocupa de objetos sino de proyectos.

Ya comprobamos a diario, incluso en los titulares de prensa, que la facultad de pensar es fácil de perder: basta con vivir constantemente distraído. Por eso mismo, en la era de las redes sociales y de las mil pantallas, esta decisión templada y consciente debe ser potenciada con el deseo consciente de aprovechar cualquier momento para pensar, en una especie de alerta educativa.



Estamos creyendo tontamente que nuestra vida se define por lo que hacemos, es otro efecto perverso de la aceleración que se traduce, en lo político y en lo personal, en esa búsqueda constante de resultados y de iniciativas. Nos equivocamos. Lo que hacemos ocupa, todo lo más, un 25% de nuestras vidas. Los otros tres cuartos están ocupados por lo que deseamos, lo que proyectamos, lo que soñamos, lo que pensamos. Ahí es donde se encuentra nuestra esencia personal. El espíritu existe, y es, en palabras de Hegel, lo que él se hace a sí mismo. Cuando piensa.



También en nuestros días es posible la libertad, es posible la educación. No todo está escrito en el BOE, no todo se desarrolla en un plató de televisión o en el Consejo de Ministros. Merece la pena que la escuela emprenda una lucha contra la banalidad. Tal vez sea, además, la única manera de devolver a la educación al primer plano del debate educativo. Así que me atrevo a invitar a ir hacia nuestro proyecto personal, hacia la participación activa que fortalezca la institución escolar, hacia la decisión templada y consciente de encontrar nuestra propia esencia y valorar nuestra intuición más profunda, que es una intuición de bien. Para completar nuestro êthos, como personas y como sociedad nos queda, afortunadamente,  mucho camino por delante. Son tiempos difíciles pero como dice Plotino: hasta el hombre obligado a luchar puede decidir si quiere hacerlo cobarde o valientemente.






3 comentarios:

  1. Agustín M. Tejeda9 de enero de 2014, 15:09

    Profundo pensamiento, bellamente expresado.

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  2. Agustín M. Tejeda9 de enero de 2014, 15:11

    Profundo pensamiento, bellamente expresado.

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