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lunes, 12 de noviembre de 2012

VANIDAD DE VANIDADES





Los españoles estamos siempre atascados en la pequeña vanidad de lo excluyente. Cada día nos acompañan los mismos mensajes: o conmigo o contra mí;  a mi manera o a la tuya; hago lo que me da la gana. La última moda es: si no vienes bajo mis siglas, estás a favor de los recortes. Dos mil quinientos años de lógica para esto. En fin. Parece que no somos capaces de conjugar la primera persona del plural en los verbos, y por eso en muchas cosas importantes actuamos como un país griposo y corto de vista. No vemos a los demás y nos ponemos unos a otros en cuarentena.

Esta vanidad de lo excluyente impregna a la educación. Lamentablemente, el anteproyecto de la LOMCE, al menos en el último texto conocido por la comunidad educativa, posee una buena dosis.

Se ha presentado como una gran reforma cuando es una modificación de desigual calado en determinados artículos de la Ley Orgánica de Educación vigente. En la mayoría de las ocasiones, los cambios sirven para empeorarla, algo meritorio por lo difícil. Ni es la reforma sustancial que se proclama, ni contiene medidas efectivas contra el fracaso y abandono escolar.

Se presenta como una gran oportunidad para todo el alumnado pero no comprende el sentido de la enseñanza pública. Responde a algunas necesidades del sistema educativo, pero no tendrá calado si no considera a la educación como un todo, cuyos protagonistas deben ser el profesorado, los alumnos y las familias, nunca los administradores ni los ideólogos.

El anteproyecto es vanidoso porque ignora la realidad. Insiste en que no se necesita dinero para la calidad e ignora los recortes que sufre el sistema educativo. Por eso propone medidas de atención al alumnado que, de llevarse a cabo, implicarán necesariamente el aumento de efectivos docentes y de financiación, y la disminución de las ratios. La calidad se paga, como sin duda ya saben los redactores de un texto impregnado de economicismo pero sin memoria económica.

Y es que el marco teórico de la reforma es una visión economicista de la educación, basada en la competitividad como factor de calidad, con exceso de pragmatismo y falta de personalismo, que considera a los resultados como indicador único, como si se hablara de un balance de ventas, sin tener en cuenta el progreso personal del alumnado aunque se mencione en varios artículos.

El anteproyecto es vanidoso porque presume de viajero. El propio Ministerio ha reconocido que muchas propuestas están tomadas de sistemas educativos europeos. Es un reconocimiento implícito de que se ha elaborado a base de ideas aisladas y no se ha mirado, sin embargo, qué funciona bien aquí y por qué. Sin embargo, para mejorar el sistema educativo español es mucho más útil una buena experiencia en Logroño que en Helsinki.

Además prolonga la desconfianza política en el profesorado. Ni siquiera contempla que las evaluaciones sean realizadas por docentes. Modifica una vez más las condiciones laborales e ignora importantes especialidades docentes cuyos profesores ven mermado su horario lectivo y el peso de sus materias.

Como reproduce iniciativas de países que no cuentan con una red de enseñanza pública, dota a los directores de los centros de atribuciones que sobrepasan las requeridas para mejorar la oferta educativa de sus centros. El director se convierte en un gestor de personal con un sesgo empresarial. Si es cierta la próxima presentación de un borrador de Estatuto Docente, estas cuestiones profesionales deben tratarse allí. La política del profesorado debe ser paralela y simultánea con la reforma, no posterior a ella.

La Lomce debe negociarse en los foros legítimamente constituidos como representación del profesorado. Debe contarse también con la voz de profesores expertos, reconocidos por todos, que los hay. El Ministerio no puede considerar como únicos interlocutores a los ciudadanos que hacen llegar sus propuestas por medios electrónicos. Eso es participación ciudadana pero no es diálogo ni negociación.

Contra nuestra innata vanidad, deberíamos encontrar paciencia para elaborar una ley serena, con vocación de futuro y de perdurabilidad, que escuche las propuestas de la comunidad educativa, que no se elabore una vez más de espaldas al profesorado.

Contra la vanidad de despreciar todo lo de aquí, podíamos dar juego a descubrir lo que funciona y por qué, en Castilla y León, en Navarra, en La Rioja, en Galicia… Medidas que favorecen el éxito de los alumnos sin vías muertas, sin caminos de no retorno, con flexibilidad verdadera.

Contra la vanidad de despreciar la enseñanza pública, hace falta una apuesta por lo que sirve para todos y garantiza la igualdad de oportunidades, por lo que construye sociedad. Y la enseñanza pública no puede gestionarse con criterios empresariales sino, inevitablemente, con criterios sociales.

Contra la vanidad de creer que a menos dinero, más calidad, merecemos una dotación económica sin crisis pero con sentido común. La premisa de que el número de profesores y la financiación de programas educativos no influye en los resultados es falsa por principio, y sin embargo sustenta el anteproyecto.

Contra la vanidad de creer que uno lo hace todo bien, hace falta un documento sin contradicciones palpables, holístico, sabio en vez de atolondrado. Una verdadera reforma del sistema educativo y no la ley que ahora toca.

Porque mientras sigamos actuando como hasta ahora, las reformas se sucederán ante la indiferencia de la comunidad educativa. Y este anteproyecto de la Lomce se verá superado por los de la Domce y la Tremce, como dice brillantemente un profesor cacereño al que desde aquí agradezco el juego de palabras.

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