Podría definirse de otra manera: mantener un
segundo más de lo preciso la atención sobre algo concreto, para descubrir todos
sus matices. Vivir despacio un momento cualquiera para transformarlo en una
experiencia. Incorporar una vivencia al bagaje personal y a la memoria para
poder hacerla presente cuando sea necesaria.
¿Cómo hemos
podido olvidar que se aprende mejor cuando se paladea?
La escuela ha perdido en España esta capacidad
de paladear las enseñanzas.
Los
profesores están inmersos en la hilera del curso, la tiranía de la programación
escolar, el marco del horario lectivo, el temario que se debe terminar, el
timbre que avisa del cambio de clase, la entrada del siguiente profesor que
deja con la palabra en la boca, la pila de documentos para cumplimentar de
manera prioritaria, antes que atender
a los alumnos.
Esta forma
del tiempo es una carrera que ya de antemano tenemos perdida y eso causa la inquietud y el nerviosismo de los
alumnos actuales, que padecen de desconcentración.
Pero existe también otra forma de comprender
el tiempo. Existe una manera consciente de desarrollar la enseñanza y el
aprendizaje. Es, al modo de los maestros antiguos, de los que podemos recuperar
muchas enseñanzas, terminar bien las tareas y preparar las
siguientes con calma. Combatir el trasiego.
¿Se puede trabajar con calma en nuestros días?
¿Se puede controlar la tiranía de la programación y del horario? A lo mejor un
maestro solo no puede, pero una escuela entera, que tenga el propósito firme de
que sus alumnos paladeen las enseñanzas, puede abrir la puerta de esa jaula que
se denomina “el horario”.
Y esta debería convertirse en una reflexión de
todo el sistema educativo. Apasionados por lo burocrático, a veces hemos
llamado “planificación” a la distribución artificial del tiempo dentro de
cajitas. Hay muchas cosas que mejorar en la enseñanza y la mayoría están
relacionadas, precisamente, con el tiempo que se dedica a las cosas y el orden
de prioridades en que se han situado.
Pero la racionalización del tiempo no es
simplemente actuar de puertas adentro de la escuela.
Para recuperar un poco de
cordura – y
entre otras cosas, para reconocer que el padre es el padre, el hijo es el hijo,
el profesor es el profesor y el alumno es el alumno- nos hace falta racionalizar el tiempo. Y es que el
divorcio entre familia y escuela es un signo de los tiempos, pero es también un
problema concreto de tiempo de convivencia familiar.Ahora que toda la sociedad se pregunta a diario qué vamos a hacer con la economía, tenemos que preguntarnos también qué vamos a hacer con la infancia.
A lo mejor en esto nos ayudan la crisis y
el cambio de ciclo. En estos momentos de incertidumbre, la frase el tiempo es oro no habla literalmente
del dinero que podemos ganar sino de los tesoros de la vida que nos podemos
perder.
El tiempo soy yo, es mi vida. Cada
mañana deberíamos empezar la jornada con esa certeza.
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