La semana pasada participé en una reunión de la comisión EDUC de la Confederación Europea de Sindicatos Independientes CESI que se llevó a cabo en Bruselas. Allí, profesores representantes de todos los países de la UE estuvimos debatiendo sobre el abandono escolar temprano, un problema que empieza a convertirse en endémico en toda Europa. Aunque el indicador español – 31%- es el farolillo rojo, la preocupación por el enorme número de jóvenes que abandonan los estudios básicos es común a todos los países. Nosotros daríamos lo que fuera por convertir nuestra tasa del 31% en el 11% de Alemania, pero para ellos, acostumbrados al éxito educativo, ese porcentaje también es una catástrofe.
Cada país presentó sus estrategias para combatir este problema. Entre todas, la más interesante me pareció la de Italia, que ha apostado todo a la Formación Profesional, ha establecido tramos de “alerta máxima” entre los 14 y los 20 años y ha firmado convenios con todas las empresas para que los estudiantes de FP realicen desde el primer momento prácticas remuneradas, que puedan actuar como incentivos para no abandonar el sistema. Además, ha establecido un sistema muy flexible de pasarelas.
Todos los países de la UE hemos adquirido el compromiso de reducir al 10% la tasa de abandono escolar para el año 2020. En realidad, hemos alargado el plazo para no reconocer que se ha fracasado en los objetivos marcados para 2010. Hay un sentimiento generalizado de impotencia. Nadie sabe muy bien cómo se resuelve un problema que trasciende lo educativo y es síntoma de la desorientación de una sociedad entera.
Se habló de prevención, de intervención y compensación, de flexibilidad de los sistemas, de inversión en los programas y de políticas que incentiven también a los profesores. Tenemos la teoría. En España, contamos con los PCPIs, los PROA y la nueva estructura del 4º de ESO y la FP que ha esbozado tímidamente… ¡una ley económica! Buenas ideas sin dotación material ni humana para llevarlas a efecto.
La marejada de fondo, sin embargo, es la profunda desmoralización de nuestra vieja Europa. Nos empieza a faltar el para qué. ¿Para qué los esfuerzos? ¿Para qué la formación? Preguntas que seguramente los jóvenes de Egipto y Libia saben responder.
Desde aquí mi homenaje a los ingenieros de Fukushima. Ellos han asumido para qué sirve su formación y su esfuerzo. No son kamikazes, no está bien puesta la comparación. El telediario viene ahora cada día lleno de dioses y hombres. Por favor, Europa, aprende.