BIENVENIDOS

Bienvenidos a esta sala de profesores. Gracias por compartir conmigo las ganas de pensar sobre educación.



sábado, 6 de julio de 2013

Vivir

 
Bienaventurado aquel verano de la infancia en que el sol agostaba el campo y nosotros, niños, echábamos la vida a volar. Bienaventurados aquellos amiguitos con los que compartimos las risas, la mirada limpia, el asombro ante el mundo. Bienaventuradas aquellas vacaciones de pueblo, el pan crujiente y los guisos lentos. Bendita sea aquella casa grande de los abuelos, benditos los chichones de la frente y los moratones de las piernas; benditos misterios de brujas y duendes, benditas historias contadas al caer la tarde por los más viejos porque construyeron un eslabón sólido entre nuestra presencia y el mundo que nos esperaba;  benditas alegrías de la niñez que dejaron en nuestra vida el modelo de la más pura felicidad.
Bienaventurada aquella primera maestra, aquel maestro sencillo y sin carisma porque ellos abrieron para nosotros las ventanas del mundo, hicieron brotar nuestra curiosidad y supieron descubrir para qué servíamos
Bienaventurado aquel amor de adolescencia que hizo latir nuestro corazón con toda la fuerza de los dieciséis años, porque nos dejó en el alma la medida de nuestra capacidad para sentir. Benditos sean quienes nos miraron con afecto porque ellos nos permitieron decir “yo”.
Bienaventurados aquellos seres queridos que se fueron antes de tiempo porque ellos nos pusieron de frente ante el misterio de nuestra presencia en el mundo y nos permitieron rezar desde el fondo del alma.
Bienaventurada aquella canción alegre, aquella melodía que nos llegó al corazón. Bienaventurado el bailarín que nos llevó a danzar con él, el actor que nos hizo reír y llorar al compás de su talento. Bendita sea la primera vez que contuvimos el aliento frente a una catedral, una pintura, una escultura, una obra literaria. Bienaventurados los artistas y los sabios que iluminaron nuestra esperanza en todo lo bello que el ser humano puede hacer.
Bienaventurados aquellos que nos hicieron daño con su rencor o su envidia porque el dolor que nos causaron nos ayudó a crecer y a comprender.
Bienaventurado aquel dolor profundo de una ausencia porque nos invitó a unir nuestras lágrimas a todas las de quienes gimen y lloran en este valle, y consiguió que nos sintiéramos hermanos de la humanidad.
Bienaventurado el ayer que nos permitió llegar a hoy; el hoy que nos ha enseñado algo nuevo; bienaventurado el mañana que quizá no veamos, porque él contendrá todo lo que nosotros habremos aportado.
Bienaventurada la vida entera que vinimos aquí a vivir.
                                                                                         Artículo escrito para la revista 21 RS

jueves, 20 de junio de 2013

La alumna del maestro



Nueve minutos de belleza como regalo para esta tarde de junio. Lucía Lacarra, una de las primeras alumnas de Víctor Ullate, baila La Dama de las Camelias.
Ella habló conmigo para el libro "La vida y la danza", que se presenta el martes 25 a las 20 horas en los Teatros del Canal, calle Cea Bermúdez, Madrid.

Así entra Lucía en el libro:


Mientras la compañía madura con cada representación, llega a la escuela una segunda oleada de alumnos. Son muy niños aún, ven a Víctor en El Kiosco al volver del colegio y sienten un amor apasionado por la danza. Esos pequeños se llaman Tamara Rojo, Ruth Miró, Altea Núñez, Elena Travesedo, Ángel Corella, Joaquín De Luz, Carlos López, Carlos Pinillos, Jesús Pastor, Fernando Carrión, José Carlos Blanco, Andrés Pérez, José Martín… Ellos, junto con los más destacados de la primera hora, son los bailarines españoles de la generación de oro, todos sin excepción alumnos de Víctor Ullate.

Lo cogían todo. Eran tan rápidos que la clase parecía un juego. Se esforzaban por ver quién marcaba, quién se ponía delante, quién saltaba o giraba mejor. Yo potenciaba su inteligencia creando constantemente nuevos ejercicios para ellos, de manera que las clases nunca fueran iguales, y disfrutaba como el que más.

Entre los pasos a dos de Arraigo hay uno con gran dificultad técnica y un toque cómico a la vez. Cuando la compañía de Ullate vuelve a Bilbao, se convierte en un flechazo para Lucía Lacarra, una niña de Zumaia.

- El primer espectáculo de danza que vi fue la actuación de la compañía de Víctor Ullate en el teatro Arriaga. Bailaron Arraigo y Amanecer, y lo que más recuerdo es que me parecieron todos fuera de este mundo de maravillosos, y que tuve la carne de gallina durante toda la función. Llegué a casa emborrachada completamente de lo que había visto. Estaba segura de que, al ser del País Vasco y no tener muchas posibilidades allí, si me concedían una beca de estudios yo iba a ir a la escuela de Víctor Ullate.

Lucía baila muy pronto ese paso a dos. Un año después de la función en el Arriaga, consigue la beca de estudios y se incorpora a los cursillos de verano de Ullate. Así entra a la vez en la escuela y en la generación de oro.

- Eran tan famosos los cursillos que éramos como unos ochenta en la clase. Había tanta gente y tanto calor en Madrid que ni siquiera nos veíamos porque el espejo era un vaho completo. Me quedé ya a empezar allí la temporada de estudios y me cambió la vida. Creo que lo que uno aprende desde el principio se queda ya para siempre en su maleta. La base técnica que Víctor me dio… Como maestro no he conocido nunca ninguno mejor, con la pasión que tenía, las ganas de enseñar, de instruirnos, de convertirnos en algo. Lo que nos puso no solo a nivel técnico sino a nivel de disciplina, a nivel de trabajo, esa pasión, esas ganas de superarnos, de pensar que siempre puedes mejorar, sobrepasarte. Yo creo que en ese sentido los bailarines que hemos salido de su escuela somos significativos. Todo el mundo dice que somos extraordinariamente trabajadores, conscientes, disciplinados, y que tenemos esa pasión, esa garra que nos diferencia del resto.

Para Víctor esa pequeña bailarina es también una revelación.

Cuando llegó Lucía yo me enamoré de esa niña. Ella no tenía padre y me consideré como tal porque Lucía era la hija que yo hubiera querido tener. Era trabajadora, lista como un lince, musical… Me entendía la mirada. Para mí ser su maestro fue un regalo de la vida. 

Lucía Lacarra es hoy una estrella internacional que ha ganado el premio Benois entre muchos otros. Ha sido estrella de Roland Petit, de la Ópera de San Francisco y, hoy, de la Ópera de Munich.

Y es que en la Academia de Danza de la calle Doctor Castelo, Víctor Ullate está preparando a ese grupo de jóvenes nacidos a finales de los setenta para hacer algo importante: cambiar la opinión de España sobre el ballet y la del mundo entero sobre los bailarines españoles.

viernes, 14 de junio de 2013

La vida y la danza




El próximo domingo 16 de junio de 12 a 14 horas, Víctor Ullate y yo firmaremos ejemplares de "La vida y la danza, memorias de un bailarín en la caseta 282 de la Feria del Libro.





¡Y el martes 25 de junio a las 20 horas presentaremos por fin el libro en la Sala Verde de los Teatros del Canal! 
Contaremos con la presencia del filósofo José Antonio Marina, el crítico de danza Roger Salas y la actriz Pastora Vega!
Los Teatros del Canal están en la calle Cea Bermúdez, metro Canal. 

Será una alegría contar con vuestra presencia. 

lunes, 10 de junio de 2013

Benigno, el maestro






Una vez tuve el privilegio de pasar una tarde entera hablando con un viejo maestro gallego. Una persona inigualable, de silencios expresivos y de pensamientos que moraban a mil vivencias de profundidad.

Benigno García había dedicado la mitad de su vida a enseñar a leer a adultos, y la otra mitad a enseñar a leer a párvulos. Qué bien le comprendí mientras llamaba abrir los ojos al aprendizaje de la lectura y la escritura, porque se trataba de que él o ella averiguasen su verdad, viviesen la vida que estaba destinada verdaderamente para ellos. No se puede explicar mejor la trascendencia extrema de enseñar a alguien a leer y escribir, que es el gran honor del Magisterio.

Consciente de la importancia de esta tarea, evocaba a Sócrates. El gran filósofo - me explicaba - decía que de su madre, que era partera, había aprendido el oficio del pensamiento. Como la partera, el maestro puede ayudar al alumno a extraer la verdad que contiene dentro de sí. Y esto no es un tópico de la docencia sino una certeza.

En aquella tarde mágica, Benigno me permitió pensar además sobre todas las palabras que enmarcan la tarea educativa. Y es que la relación entre maestro y discípulo es un diálogo, por eso en el principio están siempre, siempre, las palabras.

Por ejemplo, las palabras dormidas que están escritas en los libros esperando a que alguien las descubra mientras se descubre a sí mismo: las palabras de la Ciencia, del Arte, de la Historia, del pensamiento, de la imaginación, de la creatividad del hombre.   
           
O las palabras despiertas. Son las que uno mismo dice o escribe conscientemente, para explicar su verdad. Las que permiten, como decía Benigno, ponerse en contacto con otras personas, o desarrollar un espíritu crítico en vez de tragárselo todo.

Pero hubo muchos más tesoros en la charla con Benigno. Me habló también de las palabras eternas. Son las que definen valores, por ejemplo, abnegación. Este valor le parecía importante. Él creía que un profesor abnegado es aquel que se vuelca con sus alumnos porque las personas le interesan. Me lo explicó estupendamente: Mi trabajo era mi vida y encontraba normal que en ella hubiera momentos de enormes satisfacciones y momentos de rutina. La relación entre los maestros y los alumnos dura mucho y es muy profunda. Él era abnegado sin darse la menor importancia, y feliz porque había apostado en el juego de la vida todas sus cualidades.

Benigno me acercó también a las palabras escondidas. Son las que malempleamos a veces, banalizándolas, pero poseen una enorme carga de esencialidad y contienen en sí mismas al hombre. Una de estas palabras preñadas de ser humano es Verdad. Benigno empleaba este vocablo con su profundidad original. Me impresionó mucho escucharle decir: tú vas con la verdad, tú te conoces a ti mismo bien, y te procuras lo que te conviene.  Porque la verdad es lo que nos conviene.

Cuando Benigno decía esto yo imaginaba cómo supo él mismo encontrar su verdad, caminando despacio hacia sí mismo, sin complacencias, tomándose su tiempo. En un maestro rural había un filósofo – y un hombre justo-  que intentaba vivir en la verdad sin el ruido ni la furia de tantos intelectuales con pretensiones. Así decía: Conocerse bien a uno mismo es la base de la felicidad para todos los seres humanos pero es absolutamente fundamental para un maestro.

Encontré también las palabras últimas, como adiós. Benigno decidió jubilarse el día en que, a pesar de intentarlo mil veces, comprendió que no encontraba la llave para acceder a un único alumno y no conectaba con él. Llegó a preguntarse si servía para la docencia y recordaba con mucho dolor su “insomnio de maestro”: No sé qué tiene esta profesión que la dificultad con un solo alumno te marca profundamente y la vives como un fracaso total aunque hayas tenido a cientos a los que has ayudado. Con un solo problema, ya no duermes.

Todos los profesores sabemos que este insomnio es frecuente y cierto. En la docencia se implican el cuerpo y el alma, hacen falta voz y  creatividad, manos e ideas. Por eso cuando el docente sufre, lo hace en cuerpo y alma también.

Parece una exageración que Benigno, después de treinta años de luz, llegara a preguntarse si servía para la docencia. Sin embargo, es una cuestión existencial y todos los profesores llegan a planteársela al menos una vez en la vida.  En “servir para esto” se esconde una tremenda exigencia ética que comparten solamente las profesiones en las cuales no servir supone dañar a personas. Comprendí aquella tarde, desde la profunda emoción, que Benigno siguiera dando vueltas a lo que pudo fallar en su relación con aquel único muchacho. Recordé las veces que yo no he encontrado la llave para acceder a alguno de mis propios alumnos y no pude consolarle.

Por último, Benigno me acercó a  las palabras de amor, como gracias. Su balanza estaba rebosante del agradecimiento de cientos de personas. Contábamos con el respeto y el afecto de los alumnos, y eso era profundamente humano, me decía. Es hora de que los profesores vuelvan a escuchar de nuevo estas palabras.

Cuando cayó la tarde y tuve que despedirme, me quedaba claro que debemos conservar vivas la mirada que personifica, la certeza del valor de la profesión docente y por supuesto las palabras.

Una buena profesora, un buen profesor son como árboles inmensos, y el hueco que dejan cuando deciden marcharse es imposible de llenar. Este curso se han jubilado muchos. A todos ellos, gracias.





domingo, 26 de mayo de 2013

Entrevista con el Padre Ángel, presidente de Mensajeros de la Paz.






He tenido el honor de entrevistar al Padre Ángel. Estas son sus palabras.


La escuela no puede ser el lugar de competir sino el de compartir.

¿Cómo le educaron a usted? ¿Qué hubo en su infancia que pueda explicar su trayectoria personal?

La verdad es que en mi infancia, allá en Asturias, las mejores enseñanzas me vinieron de las maestras y los maestros de mi pueblo: de mi maestra que se llamaba Carolina, de aquella escuela con bancos de madera a la que yo fui desde los dos o cuatro años. Aquella maestra me enseñó a ser generoso, a mirar a la humanidad y me enseñó los valores que entonces se vivían. Después conocí a los frailes de la Doctrina Cristiana, que enseñaban a los hijos de obreros. Pero las primeras enseñanzas de aquella maestra fueron tan decisivas para mí como la Filosofía y la Teología que estudié después en el Seminario. Ayer mismo le preguntaba a alguien que me ayuda en una campaña de recogida de medicamentos en las farmacias si sabe por qué ya no se llaman boticas. Me pasa lo mismo con la palabra maestro. Para mí no hay más valor en un gran catedrático de la universidad que en un maestro. Debemos seguir reivindicando esa figura, hoy más que nunca.

Es una reivindicación que compartimos con usted, padre Ángel.

Yo he sido un niño de la pizarra. Y es curioso porque la pizarra pequeña en la que yo escribía en mi infancia tiene el mismo tamaño y peso que una tableta de hoy, y hasta el mismo bordecito alrededor. ¡Que no se crean que han inventado nada! Siento no haberlas vuelto a ver. Me hubiera gustado guardar una como recuerdo y tener hoy cerca la pizarrita y los pizarrines con los que aprendí a leer y a escribir. ¡No estaría nada mal que los diputados se llevaran al congreso una pizarrita en vez de la tableta!

Vamos a dar un salto en el tiempo. ¿Cómo ve usted hoy la educación?

Me preocupa mucho ver a los profesores de hoy desanimados, un poco convertidos en funcionarios. Me gustaría decirles lo mismo que nos ha dicho el Papa Francisco a los sacerdotes: “Dejad de ser funcionarios y convertiros en pastores”. Les diría a los catedráticos de la universidad: “Dejen de ser catedráticos y sean profesores, sean maestros”. Yo he conocido a grandes personalidades que se definen a sí mismos como profesores porque saben que no hay título más honroso. Hoy ha cambiado la valoración de la sociedad hacia los docentes y ha cambiado también la percepción que ellos tienen sobre sí mismos.

Es muy necesario valorar la profesión docente

Claro que sí. La docencia es una de las profesiones más bonitas del mundo porque imprime en las personas recuerdos imborrables. Me parece que hoy, por desgracia, desde la guardería, las profesoras prefieren denominarse pedagogas, orientadoras, tutoras o cualquier otra denominación antes que maestra, que es una palabra que inmediatamente crea un vínculo afectivo con el alumno, y ese vínculo es importantísimo para educar. Hay que reivindicarlo.

¿Y la solidaridad? ¿Puede educarse desde la escuela?

Muchos intentan introducir la solidaridad como una asignatura pero no es necesario. La solidaridad está viva en la escuela, presente cada día, como ha estado siempre. Es lo primero que se aprende. Si un niño lleva un bocadillo y el otro no tiene nada, naturalmente lo reparte, y eso es la solidaridad. Los niños son solidarios entre sí. En la sede de Mensajeros de la Paz en Madrid tenemos un comedor al que acuden muchos niños desde los tres años hasta los doce, que si no vinieran aquí se acostarían cada noche sin cenar. Pues me encontré una vez un chiquillo que se guardaba en el bolsillo un pedazo de pan y un trozo de salchicha y cuando le pregunté por qué me dijo: “Es para mi abuelo que nunca cena”. Si eso no es solidaridad… Es una actitud natural de la infancia. Otra cosa es que se apague cuando empieza a entrar en juego la competitividad. Esto se ve muy claro en los últimos años de escuela y en la universidad.

Sin embargo ahora se habla mucho de competitividad.

La escuela no puede ser el lugar de competir sino el de compartir.

¿Y cuál le parece el mayor reto para la sociedad actual?

Pues precisamente el reto de compartir, superar las enormes desigualdades sociales. Y me atrevo a decir que no tiene más retos. La sociedad es hoy más solidaria que nunca. Nunca antes en la historia de la humanidad hubo tanta solidaridad como hay ahora. Nunca antes se reunieron ciento sesenta y siete jefes de Estado para erradicar la pobreza, el analfabetismo y las enfermedades. Lo hicieron en el año 2000 y se pusieron de plazo hasta el 2017. Son los Objetivos del Milenio. Parece que no se cumplen pero ha disminuido muchísimo la mortalidad prematura, sobre todo en África. Son miles y miles los niños que ya no mueren en los primeros años de vida. Nunca hubo tantos jóvenes que en sus vacaciones se vayan como cooperantes, pagando ellos mismos su viaje. Empieza a haber cultura de compartir los regalos de la comunión, y eso cuando yo era niño ni se pasaba por la cabeza, y son muchos los que dan la cuenta de una ONG en su lista de bodas. Y es la sociedad de ahora.

Entonces le parece que el mundo tiene arreglo. Hay motivos para no perder la esperanza.

Pues sí, aunque quedan muchas cosas. Aunque no lo parezca el mundo progresa. El mundo tiene arreglo y se está arreglando. Nunca hubo tantas escuelas ni universidades, ni tanta generosidad. ¿Alguien puede negar que el mundo de hoy es mejor que el de hace cien años? ¡Y va a mejor! Solo que los políticos y los poderosos actúan como agoreros y les gusta decirnos que cada vez estamos peor. Les interesa decirlo para que no les mandemos a casa pero no es cierto. El mundo es mejor. Y el mundo que van a tener nuestros hijos y nietos será mucho mejor. Si somos más limpios. ¡Si en el pueblo más pequeño ya se recoge la basura y está limpísimo! ¡Si ya nos sentimos mal cuando tiramos una colilla al suelo! Y tenemos las nuevas técnicas, que hacen el trabajo menos duro y permiten a la gente comunicarse. Antes un emigrante que dejase a su familia no volvía a verla ni a oírla nunca más. Ya nadie dice en serio que hay que matar, que hay que destruir, o dejar de investigar, o que hay que ser falsos y robar o que es bueno declarar la guerra. Esta es la sociedad ahora. La solidaridad está a flor de piel y cada vez somos más.

Es una gran muestra de optimismo y se la agradecemos Padre Ángel. ¿Tiene algún mensaje para los maestros y profesores?
Me gustaría decirles que son los más felices porque saben que hacer el bien a los demás le hace a uno feliz. Cualquier profesor se da cuenta del bien que hace. Cualquier gesto que hace el profesor que te acaricia, que el día de tu cumpleaños se acordó y pidió a los otros niños que te aplaudieran… esas cosas se recuerdan aunque tengas ochenta años. A mí me pasa a veces que me dicen que se acuerdan de algo que hice y pienso: ¡qué tonto soy! ¿Por qué no habré hecho más? Pues un maestro, un profesor, hace miles de cosas buenas a diario.  La docencia es una profesión en la que uno nunca puede decir “fui maestro” porque siempre lo es. Que yo sepa eso solo les pasa a los educadores y a los embajadores. Estoy seguro de que si se hiciera un buen estudio sociológico se vería que la docencia es la profesión más valorada.

jueves, 23 de mayo de 2013

ÉTICA







La revista 21 RS contiene en su número del mes de mayo una estupenda entrevista con el periodista Iñaki Gabilondo, en la cual este afirma: “En defensa propia, la gente va a necesitar señales que le permitan distinguir entre todo el barullo aquello que pueda tener un poco de solvencia. Y entonces la ética –que ha sido la cosita que decíamos para acabar las conversaciones, para hacer bonito, como Arguiñano echa un poco de perejil– ahora se va a descubrir que es la madre de todas nuestras posibilidades de futuro. De manera que el último refugio es la ética. O eso o se acabó”.

Comparto de principio a fin las palabras de este veterano creador de opinión y espero que tengan eco. 

Si hay alguna certeza en esta crisis es que está causada en primer lugar por la quiebra de la ética, entendida como compromiso de cada individuo con el buen cuidado de sí mismo y de los demás. Esta quiebra es una herida grave y curarla requiere la implicación de todos. Lo curioso es que a veces, cuando tratamos sobre valores, nos dejamos llevar por una especie de “nostalgia paralizante”producida por lo que Jorge Manrique expresó mejor que nadie: “A nuestro parescer, cualquiera tiempo pasado fue mejor”. Este espejismo conlleva inactividad y resignación, dos grandes enemigos de la ética. La crisis moral de nuestro tiempo no deviene de habernos separado de un edén sino de haber olvidado la alerta cotidiana de lo ético, que es como un músculo y necesita entrenamiento.

Al igual que cada persona debe construir un buen carácter propio –a partir de su temperamento y por tanto imperfecto, pero apuntado siempre hacia el futuro– la suma de nuestras decisiones éticas va construyendo la sociedad. Por eso la ética no es un lugar al que regresar. ¿Qué añoramos cuando hablamos de “aquellos valores”? ¿La sociedad feudal? ¿La victoriana? ¿El atroz siglo XX de dictaduras, guerras y posguerras? Podemos echar un vistazo al pasado fácilmente porque lo tenemos frente a nosotros, en el hoy de muchos pueblos de la tierra: profundas desigualdades, injusticias, discriminaciones brutales, vidas humanas que no valen nada y páramos para la educación. No, la ética no es un pasado que recordar sino un camino lento, titubeante pero constante, de progreso humano. Cuando Emmanuel Kant escribió “actúa de tal manera que puedas querer que tu comportamiento se torne ley universal; trata a ti mismo y a cada persona como un fin y nunca como un medio”, no estaba describiendo el mundo en que vivía sino lanzando un reto hacia las generaciones siguientes. Y nosotros, sus bisnietos, podemos entender el significado de esas normas éticas mucho mejor que sus contemporáneos porque a pesar de todo no hemos dejado de progresar.

De hecho, comprendemos el concepto “ley universal” y por eso hemos sido capaces de escribir una Declaración de Derechos Humanos. Si nos fijamos en las diferencias sociales entre la Europa del XVIII y nuestra democracia –frágil pero viva– comprenderemos perfectamente que el progreso ético del ser humano es cierto y real, por eso no puede interrumpirse. Aunque no sea fácil verlo desde dentro, ahora estamos de limpieza. Nos horroriza tanta suciedad pero ya la vemos, ya hablamos de ella, ya nos duele y por tanto estamos mejor que cuando mirábamos para otro lado. Nos lo asegura, por ejemplo, la cantidad de viejos hábitos de la política o del consumo que empezamos a no tolerar. Y esto no es optimismo categórico sino constatación de que queda muchísimo por hacer pero es posible hacerlo. Me atrevo a afirmar con Gabilondo que la ética es inexorable o se acabó.

La clave del progreso ético de la sociedad occidental estriba en el mayor peso de la educación. No puede ser de otra manera porque la escuela es el lugar natural para aprender la ética de lo relacional y social y, por tanto, la ética ciudadana y democrática. Por eso, una vez consolidado el avance de la educación obligatoria, y ante el reto de mejorar la calidad, nuestro país no puede permitirse el lujo de tratar a la ética como un adorno de perejil e ignorarla. A pesar de ello, en el proyecto de la Lomce, la Historia de la Filosofía queda como optativa y no se contempla como obligatoria ni siquiera para los alumnos de Humanidades y Ciencias Sociales. La Ética deja de ser asignatura obligatoria y se convierte en alternativa a la Religión.

El dictamen del Consejo de Estado ha hablado sobre esta tremenda equivocación en un informe riguroso que debe ser tenido en cuenta sin pensar en partidismos y sin aferrarse a los errores. Los valores éticos constituyen un modo de empleo de la vida e incluyen una manera de relacionarnos con nosotros mismos, con las personas que nos rodean y con la sociedad a la que pertenecemos. Los valores que personifican al hombre son bien conocidos y son universales. Haberlos desarrollado constituye uno de los mayores logros del ser humano, un patrimonio histórico de cuyo conocimiento no puede privarse a ningún alumno. Por tanto, la Ética es una materia nuclear.

Entre todas las intervenciones que un gobierno puede hacer, la educativa es la más trascendente, en el sentido literal de incardinarse en el futuro. Una reforma educativa constituye una gran responsabilidad y es fundamental que su elaboración esté impregnada de ética política. Ahora están en las aulas los legisladores del mañana y es imprescindible que la Ética ocupe un lugar destacado en su formación. Porque, efectivamente, ella es la madre de todas nuestras posibilidades de futuro.

jueves, 16 de mayo de 2013

La verdad de la profesión docente





El Consejo Escolar del Estado acaba de aprobar por unanimidad una resolución presentada por ANPE exigiendo a las administraciones educativas que den a conocer la verdadera cualificación académica y profesional de los docentes, ahora puesta en entredicho por un informe sobre las oposiciones al Cuerpo de Maestros del año 2011, con datos parciales y sin rigor técnico, que se ha difundido de manera irresponsable. Este informe ha sometido al escarnio público a toda la profesión docente y ha abierto una polémica social que desacredita al conjunto del profesorado español de todas las redes de enseñanza incluida la universidad.

El Consejo Escolar del Estado elevará al Ministerio de Educación la solicitud de datos referidos a la formación académica inicial y continua del profesorado de la enseñanza pública. Estos datos mostrarán de manera fehaciente que hay decenas de miles de profesores de todos los niveles educativos que poseen, además de las titulaciones específicas de acceso al cuerpo docente, una o varias titulaciones universitarias más, incluyendo másteres y doctorados; están acreditados en idiomas, tienen formación en las TIC, participan continuamente en programas de formación,  innovación y mejora, y acreditan continuamente su solvencia profesional.

Como sabe bien la administración, los docentes de la enseñanza pública son, junto a los sanitarios, los profesionales que reciben más formación y están en permanente actualización. Los datos objetivos que lo demuestran están en poder de las administraciones educativas y deben mostrarse a la sociedad. Es necesario contrarrestar el efecto demoledor de un informe que, para justificar nuevos recortes, lesiona gravemente la confianza de las familias en los profesores de sus hijos y, por ende, en la escuela, uno de los pilares de la sociedad. Este agravio al que algunos dirigentes políticos están sometiendo a los docentes es más injustificado aún ahora que los españoles, en la última encuesta del CIS, han demostrado su confianza en el profesorado reconociendo la docencia como la segunda profesión más valorada.

Los profesores españoles hemos tenido congelados los sueldos durante décadas mientras se derrochaba el dinero público; cuando hubo que ajustar ese gasto, se nos recortaron los derechos laborales y retributivos y para justificarlo, se nos llamó privilegiados; cuando quisieron despedir a un número sustancial de profesores interinos, aumentaron el horario lectivo y las ratios, y para maquillar la pérdida de miles de puestos de trabajo se nos llamó vagos; ahora, cuando quieren ahorrarse los sueldos de los interinos con más años de experiencia, se eleva una anécdota al nivel de categoría y se llama incompetente a una profesión entera. Sin embargo, los docentes – que jamás han sido privilegiados, salvo en desempeñar la más bella de las profesiones- tienen enorme capacidad de trabajo y vocación de servicio. Trabajan conscientes de que nunca van a enriquecerse con la docencia y sin embargo se vuelcan en su perfeccionamiento profesional fuera del horario laboral.


Hemos iniciado, con esta solicitud a la administración, una campaña por el reconocimiento social de la profesionalidad de los docentes que denominamos LA VERDAD DE LA PROFESIÓN DOCENTE.  Forma parte de ella esta encuesta en la que te animo a participar:


En el marco actual, en proceso de elaboración de una nueva reforma educativa y ante el Estatuto, la política del profesorado debe ser prioritaria para las administraciones, pero no habrá ninguna mejora posible para la educación en España mientras no se reconozca y valore la verdadera profesionalidad de los docentes.