Hace unos días,
en un curso de formación sobre la Acción Tutorial que se celebraba en el “CTIF
Madrid Norte”, de San Sebastián de los Reyes, la ponente pidió a los profesores
presentes que escribieran cinco certezas de su vida profesional. Ellos, 25
maestros, maestras y profesoras de Secundaria, se concentraron profundamente,
lápiz y papel en mano, y durante un buen rato reflexionaron en silencio sobre
una cuestión nada inocua ni neutral, que apelaba directamente a su sistema de
valores.
Comenzó después
la ronda de respuestas y hablaron los docentes: “Tengo la certeza de que soy un
modelo de comportamiento para mis alumnos y ello me obliga a tomar decisiones
éticas.” “Tengo la certeza de la duda, el cuestionamiento perenne de mis
decisiones y mis actos.” “Tengo la certeza de que aprendo de los alumnos.” “Tengo
la certeza de que sé cómo hacerlos sonreír”. “Tengo la certeza de que me gusta
mi profesión, me hace levantarme feliz por las mañanas.” “Tengo la certeza de
que mi presencia deja huella en muchas personas.” “Hago el trabajo para el que
he nacido.” “El aprendizaje necesita emoción y motivación.” “Mis alumnos saben
que pueden contarme sus asuntos, sean o no pertinentes.” “No puedo hacer mucho
sin la ayuda y el impulso de la familia.” “Transmito valores.” “Es una
profesión de aprendizaje constante”. “Cada día aprendo de los chicos y chicas
de mi clase”. “Ellos aprenden mejor cuando parto de sus fortalezas y no de sus
debilidades.” “Aprenden mucho más de lo que yo les enseño. “ “Tengo la certeza
de que no soy un súper héroe”. “Tengo la certeza de que alguna vez defraudaré a
alguno.” “Necesito cuidarme física y mentalmente, ser resiliente.” “No puedo
trabajar sola, necesito al lado mi centro, mi claustro.” “Sé que me quieren.” “Tengo
entre las manos una gran responsabilidad.” “Mi profesión es un gran compromiso.”
“Aunque me jubile, nunca dejaré de ser maestra.”
Y así hasta
completar los 25 profesores. A cinco certezas cada uno, fueron 125 afirmaciones
deslumbrantes sobre la vocación, la aptitud y la ética de una profesión entera.
Estaba allí un grupo ilusionado, consciente, comprometido, en lucha contra el
desánimo y sin gafas de color de rosa porque, como expresó una de las maestras en
nombre de todos: “Tengo la certeza de que la enseñanza no se valora lo
suficiente.”
Yo estuve allí
delante, boquiabierta y fascinada por la belleza que despliegan las personas
que aman lo que hacen, los seres libres
que saben convertirse en referentes y marcar el camino, mientras ellos mismos
van en busca de su esencia. Las
palabras y la actitud de estos maestros me ratificó en otra certeza: existe en
nuestros días la posibilidad de la libertad, la posibilidad de la educación, no
todo está escrito, no todo se desarrolla en las redes sociales. Las cosas de las cuales se dice que sólo ocurren
cada mil años, son cosas que suceden a diario tan sólo con que exista el
observador. ¡Cuánto me hubiera gustado que los grandes jefes de lo educativo
presenciaran ese encuentro al azar de profesores convertidos en alumnos durante
tres horas de una tarde de miércoles!
Este grupo de personas va a irradiar su influencia sobre varias
generaciones de ciudadanos, a los que habrán dado ejemplo y habrán acompañado.
Y efectivamente, nunca dejarán de ser profesores. Cuando se dedica la vida a
ser un referente, no se deja de serlo. Los que se marchen, y los que lleguen
como renuevo, van a estar educando siempre.
Les agradezco mucho su
gran lección. Aún así, antes de conocer a estos 25 profes tranquilos y
profundos, yo ya tenía la certeza de que
la profesión docente está constituida por personas especialísimas, generosas,
sensibles y fuertes, que reflexionan sobre su tarea y sobre sí mismos, y aceptan
con alegría el impresionante compromiso
ético que comienza cada mañana cuando se abre la puerta de una clase y se le dice a las
personas que te escuchan: “Buenos días, chicas; buenos días, chicos”.
Gracias por esta inyección de savia fresca,
profesores del “CTIF Madrid Norte”.
¡Qué cerca de mí estaba la esperanza!
Escrito para el periódico Escuela.