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jueves, 23 de mayo de 2013

ÉTICA







La revista 21 RS contiene en su número del mes de mayo una estupenda entrevista con el periodista Iñaki Gabilondo, en la cual este afirma: “En defensa propia, la gente va a necesitar señales que le permitan distinguir entre todo el barullo aquello que pueda tener un poco de solvencia. Y entonces la ética –que ha sido la cosita que decíamos para acabar las conversaciones, para hacer bonito, como Arguiñano echa un poco de perejil– ahora se va a descubrir que es la madre de todas nuestras posibilidades de futuro. De manera que el último refugio es la ética. O eso o se acabó”.

Comparto de principio a fin las palabras de este veterano creador de opinión y espero que tengan eco. 

Si hay alguna certeza en esta crisis es que está causada en primer lugar por la quiebra de la ética, entendida como compromiso de cada individuo con el buen cuidado de sí mismo y de los demás. Esta quiebra es una herida grave y curarla requiere la implicación de todos. Lo curioso es que a veces, cuando tratamos sobre valores, nos dejamos llevar por una especie de “nostalgia paralizante”producida por lo que Jorge Manrique expresó mejor que nadie: “A nuestro parescer, cualquiera tiempo pasado fue mejor”. Este espejismo conlleva inactividad y resignación, dos grandes enemigos de la ética. La crisis moral de nuestro tiempo no deviene de habernos separado de un edén sino de haber olvidado la alerta cotidiana de lo ético, que es como un músculo y necesita entrenamiento.

Al igual que cada persona debe construir un buen carácter propio –a partir de su temperamento y por tanto imperfecto, pero apuntado siempre hacia el futuro– la suma de nuestras decisiones éticas va construyendo la sociedad. Por eso la ética no es un lugar al que regresar. ¿Qué añoramos cuando hablamos de “aquellos valores”? ¿La sociedad feudal? ¿La victoriana? ¿El atroz siglo XX de dictaduras, guerras y posguerras? Podemos echar un vistazo al pasado fácilmente porque lo tenemos frente a nosotros, en el hoy de muchos pueblos de la tierra: profundas desigualdades, injusticias, discriminaciones brutales, vidas humanas que no valen nada y páramos para la educación. No, la ética no es un pasado que recordar sino un camino lento, titubeante pero constante, de progreso humano. Cuando Emmanuel Kant escribió “actúa de tal manera que puedas querer que tu comportamiento se torne ley universal; trata a ti mismo y a cada persona como un fin y nunca como un medio”, no estaba describiendo el mundo en que vivía sino lanzando un reto hacia las generaciones siguientes. Y nosotros, sus bisnietos, podemos entender el significado de esas normas éticas mucho mejor que sus contemporáneos porque a pesar de todo no hemos dejado de progresar.

De hecho, comprendemos el concepto “ley universal” y por eso hemos sido capaces de escribir una Declaración de Derechos Humanos. Si nos fijamos en las diferencias sociales entre la Europa del XVIII y nuestra democracia –frágil pero viva– comprenderemos perfectamente que el progreso ético del ser humano es cierto y real, por eso no puede interrumpirse. Aunque no sea fácil verlo desde dentro, ahora estamos de limpieza. Nos horroriza tanta suciedad pero ya la vemos, ya hablamos de ella, ya nos duele y por tanto estamos mejor que cuando mirábamos para otro lado. Nos lo asegura, por ejemplo, la cantidad de viejos hábitos de la política o del consumo que empezamos a no tolerar. Y esto no es optimismo categórico sino constatación de que queda muchísimo por hacer pero es posible hacerlo. Me atrevo a afirmar con Gabilondo que la ética es inexorable o se acabó.

La clave del progreso ético de la sociedad occidental estriba en el mayor peso de la educación. No puede ser de otra manera porque la escuela es el lugar natural para aprender la ética de lo relacional y social y, por tanto, la ética ciudadana y democrática. Por eso, una vez consolidado el avance de la educación obligatoria, y ante el reto de mejorar la calidad, nuestro país no puede permitirse el lujo de tratar a la ética como un adorno de perejil e ignorarla. A pesar de ello, en el proyecto de la Lomce, la Historia de la Filosofía queda como optativa y no se contempla como obligatoria ni siquiera para los alumnos de Humanidades y Ciencias Sociales. La Ética deja de ser asignatura obligatoria y se convierte en alternativa a la Religión.

El dictamen del Consejo de Estado ha hablado sobre esta tremenda equivocación en un informe riguroso que debe ser tenido en cuenta sin pensar en partidismos y sin aferrarse a los errores. Los valores éticos constituyen un modo de empleo de la vida e incluyen una manera de relacionarnos con nosotros mismos, con las personas que nos rodean y con la sociedad a la que pertenecemos. Los valores que personifican al hombre son bien conocidos y son universales. Haberlos desarrollado constituye uno de los mayores logros del ser humano, un patrimonio histórico de cuyo conocimiento no puede privarse a ningún alumno. Por tanto, la Ética es una materia nuclear.

Entre todas las intervenciones que un gobierno puede hacer, la educativa es la más trascendente, en el sentido literal de incardinarse en el futuro. Una reforma educativa constituye una gran responsabilidad y es fundamental que su elaboración esté impregnada de ética política. Ahora están en las aulas los legisladores del mañana y es imprescindible que la Ética ocupe un lugar destacado en su formación. Porque, efectivamente, ella es la madre de todas nuestras posibilidades de futuro.

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