He tenido el honor de entrevistar al Padre Ángel. Estas son sus palabras.
La escuela no puede ser el lugar de competir
sino el de compartir.
¿Cómo le educaron a usted? ¿Qué hubo en su infancia que pueda explicar
su trayectoria personal?
La verdad es que en mi infancia,
allá en Asturias, las mejores enseñanzas me vinieron de las maestras y los maestros
de mi pueblo: de mi maestra que se llamaba Carolina, de aquella escuela con
bancos de madera a la que yo fui desde los dos o cuatro años. Aquella maestra
me enseñó a ser generoso, a mirar a la humanidad y me enseñó los valores que
entonces se vivían. Después conocí a los frailes de la Doctrina Cristiana, que
enseñaban a los hijos de obreros. Pero las primeras enseñanzas de aquella
maestra fueron tan decisivas para mí como la Filosofía y la Teología que
estudié después en el Seminario. Ayer mismo le preguntaba a alguien que me
ayuda en una campaña de recogida de medicamentos en las farmacias si sabe por
qué ya no se llaman boticas. Me pasa lo mismo con la palabra maestro. Para mí
no hay más valor en un gran catedrático de la universidad que en un maestro.
Debemos seguir reivindicando esa figura, hoy más que nunca.
Es una reivindicación que compartimos con usted, padre Ángel.
Yo he sido un niño de la pizarra.
Y es curioso porque la pizarra pequeña en la que yo escribía en mi infancia
tiene el mismo tamaño y peso que una tableta
de hoy, y hasta el mismo bordecito alrededor. ¡Que no se crean que han
inventado nada! Siento no haberlas vuelto a ver. Me hubiera gustado guardar una
como recuerdo y tener hoy cerca la pizarrita y los pizarrines con los que aprendí
a leer y a escribir. ¡No estaría nada mal que los diputados se llevaran al
congreso una pizarrita en vez de la tableta!
Vamos a dar un salto
en el tiempo. ¿Cómo ve usted hoy la educación?
Me preocupa mucho ver a los
profesores de hoy desanimados, un poco convertidos en funcionarios. Me gustaría
decirles lo mismo que nos ha dicho el Papa Francisco a los sacerdotes: “Dejad
de ser funcionarios y convertiros en pastores”. Les diría a los catedráticos de
la universidad: “Dejen de ser catedráticos y sean profesores, sean maestros”.
Yo he conocido a grandes personalidades que se definen a sí mismos como
profesores porque saben que no hay título más honroso. Hoy ha cambiado la
valoración de la sociedad hacia los docentes y ha cambiado también la
percepción que ellos tienen sobre sí mismos.
Es muy necesario valorar la profesión docente
Claro que sí. La docencia es una
de las profesiones más bonitas del mundo porque imprime en las personas
recuerdos imborrables. Me parece que hoy, por desgracia, desde la guardería,
las profesoras prefieren denominarse pedagogas, orientadoras, tutoras o
cualquier otra denominación antes que maestra, que es una palabra que
inmediatamente crea un vínculo afectivo con el alumno, y ese vínculo es
importantísimo para educar. Hay que reivindicarlo.
¿Y la solidaridad?
¿Puede educarse desde la escuela?
Muchos intentan introducir la
solidaridad como una asignatura pero no es necesario. La solidaridad está viva
en la escuela, presente cada día, como ha estado siempre. Es lo primero que se aprende.
Si un niño lleva un bocadillo y el otro no tiene nada, naturalmente lo reparte,
y eso es la solidaridad. Los niños son solidarios entre sí. En la sede de
Mensajeros de la Paz en Madrid tenemos un comedor al que acuden muchos niños desde
los tres años hasta los doce, que si no vinieran aquí se acostarían cada noche
sin cenar. Pues me encontré una vez un chiquillo que se guardaba en el bolsillo
un pedazo de pan y un trozo de salchicha y cuando le pregunté por qué me dijo:
“Es para mi abuelo que nunca cena”. Si eso no es solidaridad… Es una actitud
natural de la infancia. Otra cosa es que se apague cuando empieza a entrar en
juego la competitividad. Esto se ve muy claro en los últimos años de escuela y
en la universidad.
Sin embargo ahora se habla mucho de competitividad.
La escuela no puede ser el lugar
de competir sino el de compartir.
¿Y cuál le parece el
mayor reto para la sociedad actual?
Pues precisamente el reto de
compartir, superar las enormes desigualdades sociales. Y me atrevo a decir que
no tiene más retos. La sociedad es hoy más solidaria que nunca. Nunca antes en
la historia de la humanidad hubo tanta solidaridad como hay ahora. Nunca antes
se reunieron ciento sesenta y siete jefes de Estado para erradicar la pobreza,
el analfabetismo y las enfermedades. Lo hicieron en el año 2000 y se pusieron
de plazo hasta el 2017. Son los Objetivos del Milenio. Parece que no se cumplen
pero ha disminuido muchísimo la mortalidad prematura, sobre todo en África. Son
miles y miles los niños que ya no mueren en los primeros años de vida. Nunca
hubo tantos jóvenes que en sus vacaciones se vayan como cooperantes, pagando
ellos mismos su viaje. Empieza a haber cultura de compartir los regalos de la
comunión, y eso cuando yo era niño ni se pasaba por la cabeza, y son muchos los
que dan la cuenta de una ONG en su lista de bodas. Y es la sociedad de ahora.
Entonces le parece
que el mundo tiene arreglo. Hay motivos para no perder la esperanza.
Pues sí, aunque quedan muchas
cosas. Aunque no lo parezca el mundo progresa. El mundo tiene arreglo y se está
arreglando. Nunca hubo tantas escuelas ni universidades, ni tanta generosidad.
¿Alguien puede negar que el mundo de hoy es mejor que el de hace cien años? ¡Y
va a mejor! Solo que los políticos y los poderosos actúan como agoreros y les
gusta decirnos que cada vez estamos peor. Les interesa decirlo para que no les
mandemos a casa pero no es cierto. El mundo es mejor. Y el mundo que van a
tener nuestros hijos y nietos será mucho mejor. Si somos más limpios. ¡Si en el
pueblo más pequeño ya se recoge la basura y está limpísimo! ¡Si ya nos sentimos
mal cuando tiramos una colilla al suelo! Y tenemos las nuevas técnicas, que
hacen el trabajo menos duro y permiten a la gente comunicarse. Antes un
emigrante que dejase a su familia no volvía a verla ni a oírla nunca más. Ya
nadie dice en serio que hay que matar, que hay que destruir, o dejar de
investigar, o que hay que ser falsos y robar o que es bueno declarar la guerra.
Esta es la sociedad ahora. La solidaridad está a flor de piel y cada vez somos
más.
Es una gran muestra
de optimismo y se la agradecemos Padre Ángel. ¿Tiene algún mensaje para los
maestros y profesores?
Me gustaría decirles que son los más felices porque saben
que hacer el bien a los demás le hace a uno feliz. Cualquier profesor se da
cuenta del bien que hace. Cualquier gesto que hace el profesor que te acaricia,
que el día de tu cumpleaños se acordó y pidió a los otros niños que te
aplaudieran… esas cosas se recuerdan aunque tengas ochenta años. A mí me pasa a
veces que me dicen que se acuerdan de algo que hice y pienso: ¡qué tonto soy!
¿Por qué no habré hecho más? Pues un maestro, un profesor, hace miles de cosas
buenas a diario. La docencia es una
profesión en la que uno nunca puede decir “fui maestro” porque siempre lo es. Que
yo sepa eso solo les pasa a los educadores y a los embajadores. Estoy seguro de
que si se hiciera un buen estudio sociológico se vería que la docencia es la profesión más valorada.
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