La
Defensora del Pueblo, María Luisa Cava de Llano, ha solicitado la inclusión del despilfarro de los bienes públicos
como delito en el Código Penal, y lo ha argumentado en que los derroches de
ayer están asfixiando hoy a los servicios esenciales: la Educación y la Sanidad.
He agradecido mucho a la señora Cava de Llano su firmeza
frente a la pereza y la banalidad con que la mayoría de los españoles presenciamos
ese guiñol carpetovetónico titulado: “Pero, ¿en qué se nos fue el dinero?”. Y
es que nos estamos acostumbrando a ver la cabecera de los informativos como si
fuera una de aquellas viejas películas
de timadores de Tony Leblanc y Mariano Ozores, pero esta vez con el dinero de
nuestros impuestos, de nuestros sueldos, de las prestaciones por desempleo y de
las conquistas sociales.
La crisis está siendo amarga para la Educación. La enseñanza
pública sufre brutales recortes en el número de profesores y en las
retribuciones. Por segundo año consecutivo se congelan las oposiciones y surgen
los temibles efectos colaterales de esta decisión: el aumento del desempleo por
un lado y la vulnerabilidad del colectivo de interinos por otro.
Está por ver cómo sufrirán las retribuciones de los
funcionarios durante ese “General Invierno” que se presagia para los próximos
presupuestos generales del Estado. Vamos
a volver a la casilla de salida en las condiciones laborales que la negociación
sindical mejoró en los últimos años: permisos, sustituciones, licencias,
complementos retributivos… Y a las
familias se les venderán hasta la saciedad los beneficios de la enseñanza
privada, con escasos resultados seguramente porque la crisis está afectando
mucho a los bolsillos. Tanto que ya no hay espacio para la discusión entre las
dos redes con la que nos gustaba perder el tiempo tontamente, en lugar de aunar
esfuerzos.
De hecho, el propio Gobierno comprenderá enseguida que la dureza
de los ajustes presupuestarios no es compatible con las modificaciones de
calado en el sistema educativo. El Ministro tendrá que escoger entre recortes o
reformas.
Entre todos tenemos que marcar un orden de prioridades
sensato. No pueden tratarse de igual manera los recursos materiales y los
recursos humanos, y si bien hay gastos que pueden suprimirse, los profesores y
los programas educativos no.
En mi opinión no podemos consentir recortes en educación antes
que en las partidas suntuarias porque “la gente” es nuestro recurso natural, y
la educación, nuestra herramienta básica.
Tenemos que establecer un criterio de plantillas óptimas para
los centros, de manera individualizada, porque no se puede
mejorar el sistema educativo con más alumnos y menos profesores.
Deben convocarse oposiciones para cubrir las vacantes,
estabilizar las plantillas, dar salida a los titulados universitarios y reducir
el porcentaje de profesorado interino. De hecho, aumentando la precariedad será
difícil plantear un nuevo sistema de acceso.
Deben mantenerse los programas educativos que garantizan la
igualdad de oportunidades, piedra angular de nuestra estructura social. Es una
locura que, por ejemplo, una comunidad como Baleares, cabeza de ranking en fracaso escolar, suprima los
programas PROA.
Estas prioridades han de establecerse cuanto antes porque la
enseñanza pública sigue cumpliendo la función social que está en su propia
esencia y no puede perder. Los docentes tenemos que seguir trabajando con ganas
por ella y por el futuro del alumnado y mirar a esta crisis como una
oportunidad. Me preocupa mucho la desmotivación que empieza a cundir en los
centros, como reflejo de la social. Es un peligro muy grave porque el pesimismo
podría derrotarnos como un virus, desde dentro.
Habrá futuro y allí estaremos los profesores de la enseñanza
pública. Con el cinturón apretado, como siempre; luchando, como siempre;
convencidos y llenos de vocación, como siempre.
Pero no soy
ilusa. A día de hoy, me preocupa qué puede responder un profesor al alumno que
le pregunta: “Y todo el esfuerzo que me pides, ¿para qué?”
Por
supuesto, hay una respuesta personal, ética. Y, aunque no sea fácil en una
situación como esta, la apuesta por la formación siempre es acertada y facilita
las oportunidades.
Pero en
realidad esta pregunta nos la estamos haciendo todos y va dirigida a la gestión política. Quienes deben contestar están ya elegidos. La
respuesta debe ser efectiva socialmente y moralmente ejemplar. Solamente así
comprenderemos por qué nuestra aportación a la salida de la crisis, como
ciudadanos, tiene que consistir en un sacrificio del bienestar conseguido hasta
ahora.
Encuentro este post muy realista y medido. Es esencial preservar lo más posible la enseñanza pública. Todos mis hijos han estudiado en la enseñanza pública y el resultado ha sido excelente. Si hubiera de poner un pero al artículo sería que, cuando se refiere a los males que traerá el invierno, viste a éste con uniforme de general. Caramba, Carmen, tampoco somos "tan así".
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