La vocación del magisterio solamente
puede darse en personas que estén interesadas por las personas. Y que, de entre
todo el panorama de lo humano, sepan apreciar la profunda belleza de quien se está
abriendo al mundo.
Una anécdota célebre puede ilustrar
muy bien la importancia de este interés por los demás. Habla un profesor:
Una vez estuve a punto de
ponerle una nota muy baja a un estudiante por la respuesta que había dado en un
examen a la pregunta: ¿Cómo se determina con un barómetro la altura de un
edificio?
El estudiante había respondido:
‘Lleve el barómetro a la azotea del edificio y átele una cuerda. Descuélguelo
hasta la base del edificio, marque y mida. La longitud de la cuerda es igual a
la del edificio’.
Quise darle otra oportunidad pero
esta vez con la advertencia de que en la respuesta debía demostrar sus
conocimientos de Física. Escribió lo siguiente:
“Tire el barómetro al suelo
desde la azotea del edificio. Calcule el tiempo de caída con un cronómetro. Después
se aplica la fórmula: Altura = 0,5.g.T2, y así obtenemos la altura del
edificio.”
Le pedí que me diera otras
respuestas. Entonces me resolvió el problema empleando complejas fórmulas de
Física. Pero luego añadió: “Probablemente, lo mejor sea tomar el barómetro y decirle
al conserje: Si me dice la altura de este edificio, se lo regalo”.
Entonces le pregunté si no
conocía la respuesta convencional al problema (la diferencia de presión nos
proporciona la diferencia de altura). Me dijo que sí la conocía pero que siempre
le habían enseñado a pensar.
Aquel joven estudiante se
llamaba Niels Bohr. Fue el renovador de la Física Cuántica y ganó el premio
Nobel.
Es muy emocionante descubrir que dentro de ese
muchacho pensativo estaba el germen de una de las mayores personalidades de la
Ciencia en el siglo XX, pero para mí el héroe de la anécdota es ese profesor
paciente y anónimo, dispuesto a escuchar los argumentos de un alumno hasta el
final, interesado por la persona que va descubriendo en ese chico al que cualquiera
hubiera podido calificar con un cero.
Aquel profesor vio la semilla que podría
brotar porque amaba lo que un alumno cualquiera puede llegar a ser. Y ese amor interesado es una de las claves de la
vocación docente.
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