Una de las necesidades del sistema
educativo es la mejora de la política del profesorado. Y en este marco, la
formación inicial y el sistema de acceso a la función docente deben ser objeto
de una profunda reflexión.
Si bien la titulación de Grado en el
Magisterio es un avance, el Máster puede convertirse en una gran oportunidad
perdida. Los diseños están resultando poco innovadores, condicionados en exceso,
con enormes diferencias entre las ofertas de las diversas facultades. Además,
los planes de estudios están, en muchos casos, distantes de las necesidades
didácticas, pedagógicas y de práctica docente. Tenemos precedentes en la
historia de España de planes de estudios muy serios y rigurosos, con
titulaciones únicas para Primaria y Secundaria y gran relevancia de los
periodos de prácticas docentes y de las evaluaciones finales, de los que
podríamos tomar algunas ideas.
Y una vez definida la formación
inicial, debe establecerse un nuevo sistema de acceso a la función docente. El
actual está demasiado condicionado por la transitoriedad y puede resultar incluso
poco objetivo. Es un modelo agotado, aunque deba prorrogarse todo el tiempo que
haga falta para que se trabaje con buen tino en un nuevo modelo bien diseñado y
perdurable, sin improvisaciones.
La idea de
un sistema similar en algunos aspectos al MIR educativo, que se ha presentado
ya con autoría directa de grandes personalidades del mundo educativo, al buscar
un equilibrio entre experiencia docente y formación académica, reforzar el
proceso de selección previa y contener un periodo de prácticas de duración uniforme para todo el
territorio nacional, podría ser un buen sistema de futuro. Pero no puede plantearse como
iniciativa única y aislada, sino que debe estar incardinado en un marco
específico que establezca una carrera profesional. Este marco es el Estatuto
Docente.
Porque si
el desarrollo de la profesión no es suficientemente motivador, si seguimos sin
definir la identidad docente, sin devolver a la enseñanza el prestigio
profesional, sin conseguir incentivos económicos, no atraeremos a la enseñanza
a los mejores estudiantes. No podemos negar la importancia de la vocación docente
y la aptitud para desempeñar una tarea de tan gran responsabilidad como la
educación, ni podemos cerrar los ojos a la realidad de que muchos jóvenes con
vocación y aptitud se dedican a profesiones de ámbito económico y jurídico por
la falta de prestigio profesional de la docencia.
Además, todas las reformas en la
formación y selección de los docentes deben aspirar a convertirse en respuestas
definitivas, no propuestas parciales sujetas al vaivén de la política
educativa. Por eso no debe demorarse el Estatuto Docente.
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