Septiembre trae consigo un
aluvión de retos. Si la educación fuera una diana dibujada con círculos
concéntricos, podríamos contemplarlos de una manera gráfica. En el borde exterior
encontraríamos la política educativa. Para definir la complejidad de la
educación en España, basta decir que una ley estatal en desarrollo no se aplica
en todos los territorios. La LOMCE no está bien hecha: no ha establecido un
consenso sobre la mejora del sistema educativo, ni ha satisfecho las demandas
ni ha abordado las soluciones a los problemas. El curso comienza con una
sociedad dividida por la intervención política, con problemas para la movilidad
del alumnado, con los centros desbordados ante la complejidad de las nuevas
demandas y escépticos sobre su continuidad, y las familias sujetas a los
vaivenes editoriales. Los retos de la política educativa son el pacto sobre los
requisitos mínimos para la mejora de la educación y el compromiso de mantener
la estabilidad. Así, al menos, la generación que este curso inaugura su vida
escolar podría decir que ha conocido una sola ley educativa: la buena.
En el siguiente círculo se
desarrolla el reto de la familia. Se trata de la implicación en la educación de
los hijos, con la escala de valores bien establecida y la constancia necesaria
para no tirar la toalla. Por supuesto, la familia no puede cumplir este reto
sola. Necesita el apoyo de una distribución más racional de los horarios
laborales y de unos medios de comunicación y unos mensajes que colaboren en
positivo con ella. Necesita modelos éticos, tiempo y espacio, así que su reto
no es únicamente personal sino social también.
En el tercer círculo, ya cerca
del interior de la diana, nos encontramos al centro educativo. El reto en este
caso es ético e inapelable. Un centro debe ser la unidad educativa por
excelencia; su claustro, un referente personal y profesional; su equipo
directivo, un catalizador de ideas. La respuesta a este reto colectivo, por su naturaleza
ética, está en todos los profesionales que lo constituyen.
En el centro de la diana habitan los pequeños que abren cada
mañana la puerta de mi clase; y habito yo, que soy – el concepto lo explica
todo- su maestra. Mantener a cada niño concreto en el corazón de ese camino que
es el proceso educativo constituye el gran reto de este curso y de siempre.
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