La coexistencia humana se ha
instaurado sobre fundamentos nuevos. Estos son decididamente post-humanísticos.¿Serán también post-filosóficos? ¿Para qué sirve hoy la filosofía?
En
nuestra sociedad, el conocimiento se organiza como un mosaico de enorme
extensión superficial, construido con delgadas teselas, sin profundidad. Disneyworld
ha devorado a un antiguo e ilustre modo de pensamiento, elitista, eso no
conviene olvidarlo. Ahora debemos convivir con una cultura sin culto, sin
sacerdocio, sin mandamientos, pero llena de normas: donde hubo teatros, museos,
Caminos de Santiago o catedrales, ahora hay parques
temáticos en los cuales compro los tickets, guardo las colas, respeto el
césped, bebo en las fuentes, giro la cabeza hacia donde me señala el guía,
almuerzo la comida típica, colecciono souvenirs,
regateo en el zoco…
¿Dónde
han quedado los filósofos? Hay que reconocer que si la muerte de Dios fue enormemente fértil para la filosofía, ya nunca
más ancilla theologiae, la muerte del
humanismo le ha puesto las cosas difíciles. Los humanistas eran
en su origen los alfabetizados, miembros del selecto club de portadores de
la racionalidad. El humanismo era un hogar cálido y acogedor para la filosofía.
Al fin y al cabo, un club selecto es el lugar natural de todo filósofo
consciente de su importancia. Quien ama la sabiduría cree que está fuera de la
grey, que es egregio. Aunque sea al modo pequeño burgués de la sociedad
literaria y científica, donde se trabaja con
devoción.
Y
ahora parece que no sólo se han retirado
los dioses. La cultura se ha desacralizado y se ha secularizado al artista
y al sabio. La palabra clave de cualquier fenómeno cultural ya no es conocer, sino divulgar. Se refiere pues a extender más y más esa cosa, en que se ha convertido la
sabiduría, tan fina ya que empieza a agujerearse. Se ha terminado la época de
los superlativos.
Además,
el club selecto se ha llenado últimamente de economistas, de banqueros y de
científicos. Capital y Ciencia, los más poderosos dioses del nuevo Olimpo, han arrinconado
a los pensadores. La traición es más dolorosa en el caso de Ciencia, antigua
compañera de viaje de la filosofía. Porque hay que reconocer que con Capital
nunca tuvieron los filósofos mucho que ver, como no fuera para estar en contra.
En
pleno desconcierto, cuando la sensación general es que son un objeto decorativo
completamente innecesario - una antigualla, vamos- los filósofos toman las
diversas sendas de una encrucijada. Los hay que quieren convertirse en
guardianes del antiguo culto, miembros de una secta que emplea un lenguaje cada
vez más ininteligible y se niega a reconocer que la síntesis social no es ya - ni siquiera aparentemente - cuestión de
libros y cartas;
los hay que se vuelven omnipresentes en
los mass media como promotores de lo que se denomina hoy autoayuda, y que no es sino la vieja
pretensión filosófica de dotarnos de herramientas para vivir mejor. Al fin y al
cabo, las preguntas primordiales – qué es el hombre, qué es la felicidad-
siguen sin respuesta. Por último, los hay que profundizan cada vez más en la
auténtica dimensión de ser hombre, todo hombre, cualquier hombre, no sólo los ciudadanos atenienses libres. Y que han
llenado de escalas las barandillas de su
incuestionable palco scenico
de minoría selecta, para que la gente suba, no para asomarse ellos desde arriba
a analizarla, porque, enfermos de su
época, saben que para hablar de suciedad hay que ensuciarse. Son los filósofos
que actúan.
Yo
reivindico este último camino para la filosofía de hoy. Al modo de los antiguos
cómicos de la legua, quiero filósofos que cuenten historias, que abran ventanas
y que representen mundos y épocas en teatrillos de pequeños pueblos, que hagan
soñar, imaginar, que muestren las cosas como son y como podrían ser, que den
testimonio crítico y con los que te identifiques. Quiero filósofos actores.
En
primer lugar, porque el matrimonio entre la filosofía y la ciencia es ya
irrecuperable. Pienso con Unamuno que el
cultivo de una ciencia cualquiera, de la química, de la física, de la
geometría, de la filología, puede ser, y aun esto muy restringidamente y dentro
de muy estrechos límites, obra de especialización diferenciada; pero la
filosofía, como la poesía, o es obra de integración, de concinación, o no es
sino filosofería, erudición pseudofilosófica.
La
filosofía se ha encontrado durante años en la permanente necesidad de
justificar su existencia junto a las ciencias, y -aunque no existe tabla alguna
que adjudique los grados de cientificidad de las reflexiones humanas- por ese
flanco ha derrochado mucha sangre y fuerzas. Pero ha perdido la batalla. En
cuanto principio rector de la sociedad, hoy es a la Ciencia a quien se invoca;
la incansable proveedora de respuestas, la que posee la llave de todos los
misterios y de todas las posibilidades. Tal vez sea el momento de que la
filosofía reconozca humildemente que no
es más que un arte, una manifestación del lenguaje, una vía de conocimiento de
la realidad llena de imaginación, cercana a la poesía, a la novela y al teatro.
Como ellas, quiere obtener una respuesta, provocar una reacción… No es sólo un discurso sobre el amor por la
sabiduría; también quiere mover a otros a ese amor. Mientras dure el
drama, claro. Como en una tarde de
teatro, en la que se pone una semilla pequeña en cada alma del público para que
brote y crezca, siempre distinta, cuando, uno por uno, ya estén solos en su
casa.
¿No es esa la pretensión más noble y
antigua de la filosofía? ¿No representan el papel
de su vida Sócrates en su escenográfica despedida, con parlamento funerario
incluido, Diógenes en su barril, el austero y solitario profesor Kant de
Königsberg, el Sartre abogado de todas las causas perdidas rodeado de su joven
y bella Corte? Cuando les conozco, quiero ser como Sartre, como Agustín, como
Sócrates, como Pedro Crespo, el alcalde de Zalamea… Novela es el vivir y todo el que vive hace su novela o su drama.
¿Por
qué va a ser filosofía escribir la nada en cuanto
negatividad de la negación en la esencia del ser, y no va a serlo morir es dormir y tal vez soñar? ¿Qué es
el parque humano sino una metáfora? Filosofía
y ciencia se separaron porque eran una pareja imposible desde el principio.
Nunca se han separado filosofía y literatura. ¡Si ambas nacieron como una charla durante un
paseo! Mientras el decir permanezca puro
en el elemento de la verdad del ser… La filosofía recluta a sus adeptos
hablando del amor y de la amistad, dice Heidegger. Como la poesía y el teatro;
no como la ciencia. El ser propio de una obra de arte consiste en que puede
modificar al que la experimenta. Y, mal que nos pese, nunca pudo ser verificada
ni falsada una hipótesis filosófica. Pensar
significa adueñarse de la esencia del ser, y adueñarse de una cosa es quererla,
amarla…, tenerla en la boca, hablar de ella… El actor con la palabra, en el principio
existía la palabra, te doy mi palabra, pido la palabra, y la palabra era Dios…
Sólo
que hoy la filosofía tiene la obligación de hacerse entender por la gente, actuando
como permanente conciencia crítica. Más allá de sistemas y escuelas, siendo
espejo de aumento de la sociedad, reflejo sublimado o deformado, como es el
teatro. Ha perdido sentido el reducto sacro donde sólo podía emplearse un
lenguaje iniciático. No existe ya. La cultura ya no es una norma imperativa a
la que nuestra existencia tiene que amoldarse. El pensamiento filosófico tiene
que volver a su origen, al ágora, a la pedagogía, al diálogo abierto, a la
escena… Pero no es fácil. Tal vez recuperaríamos algo del terreno perdido si pudiésemos
infiltrar un filósofo entre los guionistas de cada teleserie. No es tan descabellado. Si lo observamos bien, ya hay
siempre en ellas, al menos, un ideólogo. Desde luego, pido un filósofo actuando en cada debate de televisión, en
las columnas de los periódicos gratuitos, en cada lanzamiento publicitario, en
cada campaña electoral, en cada escuela, en cada mercado, en cada
macroconcierto, en cada telediario, en las pancartas de las manifestaciones, en
los debates parlamentarios; cuestionando, siempre crítico, nunca complaciente,
poniendo enfrente de cada uno a cada uno, como un actor en el teatro. Sin responder
a nada. Que respondan religión y ciencia según el interés de cada cual. El
filósofo, preguntando; preguntando y actuando. Creo, como Sartre, que sólo a
través de la cooperación en la acción puede un hombre reconocer el proyecto de
otro.
Porque
actuar no es producir un efecto. Actuar
es llevar a cabo. Pensar lleva a cabo
la relación del ser con la esencia. Convierte la potencial esencia en actual esencia, en un actúo luego existo. Y esa transformación se lleva a cabo por medio del
lenguaje. Afortunadamente, no ha perdido aún la filosofía esa herramienta única
-en el sentido de que nunca ha tenido otra-. Si el vocabulario enumera lo que cabe
en el propio mundo, los filósofos habrán de actuar sobre el lenguaje, no menos
que los publicistas y los políticos.
El lenguaje es la casa
del ser, en su morada habita el hombre. Los pensadores y los poetas son los
guardianes de esa morada. Entonces, ¿no serán filósofos los actores, que hablan con palabras de otros
seres, que otorgan existencia a esencias que no existen más que cuando ellos
hablan? ¿Y qué es filosofar sino fabular? Así pues, sin miedo, playing, a por el lenguaje de hoy, a emplearlo para abrir el parque
humano. Para mostrar, en una
representación, cómo viviríamos fuera de las jaulas. Tal vez nos entren
ganas de salir, como entran ganas de amar después de ver Romeo y Julieta. Porque interpretar algo lo convierte en realidad.
Lo que era antes ya no es ahora, pero esto que es ahora es lo verdadero. Una
alianza secreta entre filosofía y arte para funcionar como conciencia crítica
del mundo, para colocar en su verdadero nivel a los augustos Capital y Ciencia,
consejeros áulicos del poder.
Soy
lo que pienso y lo que imagino, y lo que sueño. ¿Qué puedo hacer con esta desmesura en un mundo tan lleno de medidas? dice
una poeta. Liberarse de la interpretación
técnica del pensar, exige Heidegger frente a Wittgenstein y a una vieja
tradición germánica. Es posible, y
tal vez es ya inevitable en nuestra sociedad de la comunicación universal y
heterogénea. Todos los lectores de la Rayuela
de Cortázar hemos sentido lo mismo ante aquel famoso capítulo de la novela: apenas se entreplumaban, algo como un
ulucordio los encrestoriaba, los extrayutaba y paramovía, de pronto era el
clinón…Palabras absurdas, pero siempre entendidas en el mismo sentido,
interpretadas por todos igual, a partir de un código sin técnica. Eso es
liberar al lenguaje de la gramática para ganar un orden esencial más
originario, que Heidegger reserva al pensar y al poetizar. Pero también al
imaginar, al proyectar… Nuestros cauces actuales están llenos de estas
posibilidades. Y ese filón todavía es de la filosofía. Los filósofos han de
avanzar sin ningún miedo por los lenguajes de hoy, y por los medios que
emplean, porque, de todos modos, hablan de las preocupaciones de siempre.
El
camino de la filosofía dramatizada ya lo exploró Sartre. Lo exploró Shakespeare
también. Y las tragedias de Sófocles
encierran en su decir el éthos de modo más inicial que las lecciones sobre
ética de Aristóteles. Vuelvo a decirlo: quiero que los filósofos del siglo XXI
actúen como si fueran animales
del parque humano que hubieran
conseguido escapar de sus jaulas. Y que les veamos actuar así en la televisión,
en la radio, en la red, en la música, en el teatro. Porque el asunto del pensar no se alcanza poniendo en circulación un montón de
chácharas sobre la verdad del ser y la historia del ser. Lo único que importa
es que la verdad del ser llegue al lenguaje y que el pensar alcance dicho
lenguaje.
Estoy
de acuerdo con Sloterdijk cuando afirma que Nietzsche acota un gigantesco
territorio en el cual habrá de llevarse a cabo la determinación del hombre del
futuro. No puede ser casualidad que su obra tenga un aura dramática,
profundamente teatral. Tomo pues prestadas de Nietzsche las características del
filósofo que actúa. Quiero para él
una fortaleza que se exprese: en el aumento y exultación de los impulsos de
vida; en la apasionada frialdad para rechazar lo que el rebaño acata; en la
capacidad para tolerar las mayores dosis de verdad y la soledad que ésta
comporta y exige; en la fidelidad al sentido de la tierra; en el alejamiento
del ídolo del Estado; en la aceptación del olvido y la impersonalidad de la
fiesta; en decir sí a la diversidad, sí al contraste, sí a la mezcla de
sinrazón y lucidez que llamamos sabiduría; sí al claroscuro Dionisos.
Sólo puede entenderse el
humanismo antiguo si también se lo comprende como la toma de partido en un
conflicto de medios, es decir, como la resistencia del libro frente al
anfiteatro.
Yo planteo como reto
la resistencia del teatro frente al reality
show.
Mi retrato del filósofo de hoy parece, es,
un arquetipo literario. Pues que el Verbo se haga carne.
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