El sistema
social establecido, tal como lo hemos conocido hasta ahora quienes nacimos
después de la Segunda Guerra Mundial, se está desmoronando estruendosamente. El
Estado del bienestar, que creímos nuestra gran conquista del periodo entre
siglos, ha caído también y nos salpica las manos y la cara como el flujo de una
gigantesca cloaca.
Me parece cada vez más fácil dejarse llevar
por el pesimismo y tal vez por la desesperanza. No son la misma cosa: el
pesimista espera que sucedan cosas malas, el desesperanzado ha perdido el
interés por lo que pueda suceder. Ninguna de las dos actitudes es propia de la
educación, que es, por definición, optimismo y esperanza.
Así que me agarro hoy, como si fuera una viga
del alma, a una muchacha de veinte años, brillante y joven, que ha terminado
una licenciatura de Humanidades y quiere ser profesora. Por eso desecho todo
análisis de la actualidad y escribo esta reflexión para ella. Va por ti, que
tienes la vida por delante.
Escribe Galdós que la docencia es la
pasión por compartir el conocimiento y que necesita una buena dosis de amor
propio. Siempre acierta este gran maestro. Podríamos usar su definición a la
manera moderna como si fueran etiquetas de Internet y ya no haría falta
explicar nada más sobre la vocación docente: pasión, compartir, conocimiento, amor, propio.
La vocación docente no comienza para
todos con tu privilegiada certeza.
También se desvela a lo largo de la formación, como un descubrimiento
que va transformando el interés genérico por la infancia en pasión por la
relación educativa. Pero ambas vías
comparten un sustrato esencial: las características personales y los valores de
quien se acerca voluntariamente a la docencia. Y además confluyen en una manera
determinada de ser, porque el magisterio imprime carácter. Es esta una expresión
de la ética clásica en la cual “carácter” se dice êthos y tiene la connotación de una meta que se alcanza a lo largo
del viaje de la vida.
Hay una primera certeza en la
vocación docente que es el amor a los niños y jóvenes. Solamente puede darse en
personas que estén interesadas por las personas. Y que, de entre todo el
panorama de lo humano, sepan apreciar la profunda belleza de quien se está
abriendo al mundo.
Pero hay también una segunda clave en
la dosis justa de amor propio. Educar es comprender y hacerse comprender,
respetar y hacerse respetar. Y sentirse depositario de autoridad. De hecho, la
vocación docente implica no tener miedo a la certeza de que uno va a tener
autoridad sobre alguien y estará obligado a hacer buen uso de ella.
La autoridad es una cualidad personal, que
se adquiere con un notable esfuerzo y convierte a quien la posee en un
referente. Para un profesor, está basada en la confianza, el respeto y la
credibilidad; implica ganársela con decisiones justas y ejercerla con razones.
Por eso la vocación docente solo puede darse en personas con una determinada
manera de ser, de trabajar y de tratar a los demás.
Pero la autoridad es también un elemento básico del proceso educativo.
No tengas miedo a la autoridad del profesor porque
lo es. La educación
no es simplemente espontánea, pone una barrera entre el pensamiento y la
acción, necesaria para vivir entre los demás. El maestro fuerza la naturaleza
del niño para perfeccionarla porque transmite el modo de empleo de la vida. Por eso quien tenga vocación docente no podrá
ser una persona banal sino seria. Alegre y seria.
Una tercera clave habla de compartir. La primera impresión puede
hacernos creer que lo que un maestro comparte con sus alumnos es el
conocimiento, pero no es tan sencillo. El
escenario profundo de la relación educativa
no está basado simplemente en añadir al sustrato original de un niño un
elemento trascendente como la cultura. Hay un diálogo durante el cual el
maestro comparte con el alumno sus conocimientos – claro está- pero también sus
convicciones, sus expectativas, su certeza de que el destino está en sus manos,
su voluntad, su percepción de la sociedad en actualidad y en proyecto, su
visión del mundo y del papel que el ser humano juega en él. En realidad,
comparte sus valores, por eso el diálogo se desenvuelve en la más compleja
riqueza de lo humano.
Ambos comparten también un camino. El ser de un niño y su proyecto
son lo mismo; el ser de un maestro y su ética son lo mismo. La prescripción
escondida en el destino de ambos es la búsqueda, y los dos buscan mientras
avanzan.
Por si todo esto fuera poco, quien tenga
vocación docente debe ser optimista y, por tanto, poseer bastante apertura de
miras y algo de sentido del humor, que es el primer garante de la serenidad en
los seres humanos. Dicen que un optimista no ve el mundo tal como es sino tal
como debería ser. Buena definición para la palabra “educar”, sin duda.
Vas a acercarte a una profesión
esencial. Serás profesora y esto es mucho más que trabajar en la enseñanza.
Mucha suerte. Gracias por devolverme
la esperanza.
Este artículo está publicado en el periódico Escuela.
gracias por este post carmen, de verdad que motiva.
ResponderEliminarSoy esa chica que te mandó un coreo después de conocerte este pasado verano de 2013 en la UFV. Escribes y hablas con verdadera pasión y vocación acerca de ser profesora, y eso motiva mucho. Cada día estoy más convencida de que quiero ser profesora. Gracias
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