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sábado, 30 de septiembre de 2017

DIÁLOGO




El rostro del ser humano es único y particular, pero a la vez refleja todo el mundo. Cuando pasa el tiempo por él, cuando la luz rosada de la infancia amarillea en el anciano, cuando el amor lo arrebola y el dolor lo contrae, cuando la razón y la bondad brillan en su frente e incluso cuando la cerrazón lo oscurece como una sombra, el rostro refleja la indisoluble relación de la vida del hombre con todo lo que le rodea.

Los artistas y los enamorados supieron desde el principio de los tiempos que el alma se asoma siempre por el rostro. No es un asunto de armonía ni de proporciones, de cánones de belleza o de cirugías artificiales; es la expresión de la naturaleza humana cuando prescinde de los elementos culturales adquiridos y se muestra desvalida e intensa, desnuda en su alegría y su dolor. Un aliento interno que exuda, se evapora, en la mirada, la sonrisa, el gesto de cada persona.


Ese rostro común a todos en su estructura de especie y único en su personificación está ahí para abanderar la necesidad de diálogo con los otros. Frente al sentimiento artificial de la masa, frente a la máscara entendida como ficción congelada,  cada rostro humano que mira de frente a nuestro propio rostro nos recuerda que debemos recobrar el personalismo. Ya es hora de comprender que  no existe otra manera de construir una comunidad libre y justa más que a través del encuentro entre personas. El diálogo cara a cara, que justifica la posición erguida del hombre frente a las otras especies, requiere de tolerancia y respeto. Para este diálogo está diseñado nuestro rostro. No deberíamos olvidarlo ni en el hogar, ni en la escuela, ni en la sociedad, ni en la política.

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