Estos días en que hemos tenido el
alma en Barcelona y Cambrils, me han preguntado qué puede hacer la escuela para
prevenir la violencia terrorista. Sinceramente, me parece que la escuela
pública trabaja ya muy en serio por la integración, con todas sus fuerzas. Es
más, hay integración real, en sus aulas se pone verdaderamente en práctica el
laboratorio de una sociedad mejor. El mosaico de colores en las aulas públicas
es tan complejo que la única manera posible de avanzar es la convivencia.
Y sin embargo, llegan estos
golpes. Un terrorista esconde, con frecuencia bajo el amparo de un supuesto
credo religioso o político, una "mirada alienante", que cosifica a
las personas, las convierte en una masa informe y las priva de su singularidad.
Orson Welles la describió muy bien en la tremenda escena de la noria de la
película El tercer hombre: “¿Ves
aquellos puntitos de allá abajo? ¿Qué pasaría si yo suprimiera a uno? Nada en
absoluto.”
No es fácil saber cómo se llega,
antes de los veinte años, a conseguir ese tipo de mirada. A lo largo de la
historia ha sido frecuente y ha convertido a muchos jóvenes en ejecutores de
intereses espurios, o tal vez del mismo interés con diferentes disfraces.
Creo adivinar que esa mirada
parte de una personalidad irreflexiva, poco empática e intolerante a la
frustración. Es posible que sufra una crisis de identidad personal junto a una
necesidad de afirmación y a la vez de difusa venganza contra un mundo a veces
maltratador e injusto, más áspero cuando se ha llegado de fuera con la
expectativa de una vida mejor, porque el contraste con la realidad obliga a
idealizar aquello que se dejó atrás y ya se ha perdido para siempre. A ello se añade
la necesidad de absolutos, consustancial a la juventud. Hay quien los encuentra
en la pertenencia a un grupo, se diluye en él y acepta los retos y pruebas
iniciáticas que ese grupo exija. Y hay quien crece en entornos – sociales y
religiosos- en los cuales la vida de los otros no es sagrada. Tal vez la suma
de estos factores podría hacer un terrorista. Lo seguro es que detrás de cada
uno de ellos hay una persona que elige su camino.
Comienza el curso y en el ánimo
de todos está arrimar el hombro para que el dolor de Barcelona no vuelva a
suceder. ¿Qué más puede hacer la escuela? Seguir profundizando en la buena
convivencia. Para ello necesita cada vez más apoyo y recursos de profesionales
externos: mediadores, trabajadores sociales, orientadores, profesores de
educación compensatoria, aulas de enlace… Los recortes en estos profesionales
fueron un gravísimo error que seguimos pagando. Y dicho esto, son los
responsables políticos quienes deben corresponder con honestidad, quienes deben
esforzarse por evitar guetos, quienes deben favorecer- como urgencia social- el
empleo y la inserción de la gente joven.
La escuela integra en la sociedad,
el trabajo digno integra en la sociedad, el comportamiento íntegro de los gobernantes
integra, cohesiona, a la sociedad. El buen juicio de los medios de comunicación,
y la disminución de los estímulos de violencia en la infancia, contribuyen a la
integración. Y una vez dicho esto, la solución concreta – cuando la violencia se
disfraza bajo un credo o una idea- solo puede provenir de ese mismo credo. Y
mientras esto no suceda, la sociedad debe garantizar el derecho a la protección
y la seguridad de los ciudadanos con todos los medios lícitos a su alcance.
No tenemos miedo es, en principio, un buen mensaje pero puede
conducir a dejarlo todo como está, y hay mucho que hacer; debemos, por el
contrario, tener preocupación y compromiso. El pacifismo es una especie
delicada y frágil en el espectro de la conducta humana y solo puede crecer
donde todo se pone en marcha para que crezca.
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