“-Cuando yo uso
una palabra – insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso-
quiere decir lo que yo quiero que diga: ni más ni menos.
-La cuestión-
insistió Alicia- es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas
distintas.
-La cuestión-
zanjó Humpty Dumpty- es saber quién es el que manda. Eso es todo.”
Lewis Carroll, Alicia a través del
espejo.
Desde hace
algunos años los docentes vivimos y trabajamos sumergidos en un torrente de
palabras que significan muchas cosas distintas. No tengo la certeza de que
alguna vez hayan poseído un significado único, pero sí sé que desde el comienzo
de mi carrera como docente, hace más de treinta años, han cobrado sentidos y
dimensiones muy distintas.
Una de estas
palabras sujeta a los vaivenes es “profesionalidad”. El Diccionario de la Real
Academia, con su proverbial laconismo, nos ofrece dos definiciones:”Cualidad de
la persona que ejerce su actividad con capacidad y aplicación relevantes” y “Actividad que se ejerce como una
profesión”. Pues bien, cuesta encontrar
artículos de opinión, testimonios, noticias o comentarios que den por hecho que
los maestros y profesores españoles desempeñamos nuestra actividad con
capacidad y aplicación relevantes. Como afirma el profesor portugués Antonio Reis
Monteiro: “La profesión docente sufre una curiosa paradoja: es una gran profesión
a la que cuesta reconocer una gran profesionalidad.”
Efectivamente, esta gran paradoja
condensa muchos de los problemas que aquejan a los docentes de hoy. Nadie
duda, en términos generales, que los profesores desempeñamos un papel relevante
para la sociedad, pero el valor personal y público del servicio que prestamos-
la educación- no disfruta hoy de un estatus comparable al de otras profesiones
de relevancia social análoga. La sociedad actual hace elogio de la educación y
desprecio de los educadores. Los profesores vemos cada día cuestionada
nuestra capacidad para tomar decisiones pedagógicas y académicas, para mantener
el orden y la convivencia y para ejercer una labor educativa complementaria a
la de la familia. A veces parece que no estamos incluidos en el derecho a la educación, que para
nosotros es sencillamente el derecho a enseñar, como para los alumnos es el
derecho a aprender. Es frecuente la asimilación de la tarea docente con la
figura mitológica de Sísifo, que cada día debía levantar de nuevo lo que por la
noche le desmoronaban.
Me pregunto por
qué nos sucede esto, cuando en mi experiencia cotidiana convivo y he conocido
claustros enteros con capacidad y aplicación excelentes, que realizan una tarea
de calidad mucho mayor que la mera relevancia. Tal vez haya llegado el momento
de que los propios centros, sobre todo en la enseñanza pública, salgamos a
contar todo lo que hacemos bien, y accedamos a la cultura de la comunicación,
en vez de sacar a la luz solamente nuestras necesidades o carencias.
La paradoja
entre valoración de la importancia de una profesión y descrédito de su
profesionalidad se ha demostrado, por ejemplo, en el último debate sobre los
deberes escolares. La opinión pública ha escuchado testimonios de padres
contrarios a ellos, de padres a favor, de expertos del ámbito universitario,
tertulianos y comentaristas. Ninguno de ellos ha hablado de que un profesor
sabe lo que hace cuando pone deberes a sus alumnos, porque eso forma parte de
su tarea profesional. Y de que siempre está abierto al diálogo con las familias
y con el resto de sus compañeros.
Para quienes
desempeñamos una tarea de tan inmensa responsabilidad como es la enseñanza- que
conlleva un compromiso ético profundo y una absorbente implicación personal-
resulta muy duro que a los
destinatarios de nuestra tarea – alumnos, familias y sociedad- les resulte difícil valorar en una medida justa
nuestro trabajo.
Sobre
educación,
todos opinan, todos
saben, todos cuestionan, menos los políticos, que guardan silencio o exponen
lugares comunes. La verdad es que si a la sociedad le preocupa aquello de lo
que hablan los políticos, entonces la situación del profesorado no puede
preocuparles. Pero de ahí a que la docencia se convierta en recurso para la
caricatura de trazo grueso o para la crítica de barniz sociológico hay un mundo.
Los profesores no podemos estar definidos, en el imaginario colectivo, por la
duración de nuestras vacaciones de verano. La valoración del trabajo que lleva
a cabo un docente en el aula no es simplemente una cuestión de salario sino de
“salario emocional” y está pendiente para la política y la sociedad.
La única posibilidad de invertir
esta tendencia está en la posición que ocupe la educación en las políticas de
Estado. Los informes internacionales nos muestran que en aquellos países que
consideran a la educación como actuación prioritaria, el profesorado goza
instantáneamente de mayor respeto y consideración por parte de todos.
Cuánta razón
llevaba Lewis Carroll: “La cuestión es saber quién es el que manda.
Eso es todo.”
ResponderEliminarHola
como estas ?? si tiene problemas para liquidar sus deudas y hacer un proyecto de la pobreza póngase en contacto con:
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