Se llama Xue Shengli y es un hombre feliz.
Siempre tuvo buenas ideas para los pequeños
inventos, pero esta de poner letras occidentales al tradicional juego del mah-jong y que sirva así para aprender
inglés es una idea estupenda.
Sin embargo, no es un hombre presuntuoso.
Cuando el fotógrafo ha congelado su imagen sonriente formando con las fichas la
palabra “feliz”, Shengli no estaba describiéndose a sí mismo. Estaba formando
una expresión más generosa: feliz año
nuevo, feliz cumpleaños, feliz día… Nos estaba deseando felicidad. Y esa es
la clave de su sonrisa.
Hoy nos cuesta mucho reconocer la felicidad. Creemos
que significa ausencia de problemas, que lo material nos la puede proporcionar
y que se fundamenta en la inteligencia. Buscamos una felicidad contenida en
nuestros límites, corta y estrecha, y no
la encontramos, claro está. Por eso algunas veces la confundimos con la euforia,
con la indiferencia o con simulacros que se puedan comprar.
Pero la felicidad no nos llega como un premio
de la Lotería, no está separada de los dolores del camino humano ni se puede reducir
a las medidas escasas de nuestra razón. Está relacionada con los vínculos que
poseemos, con las actividades que modifican la vida de los demás aunque sea a
pequeña escala, con lo que trasciende lo inmediato y permanece.
Xue Shengli la conoce. Él es feliz como el
maestro que enseña, como el vecino que ayuda, el caminante que tiende la mano o
la madre que cuida. Es feliz como quien, cuando mira un grupo de individuos, ve
una hermandad de personas y se pregunta: ¿Para qué sirvo? Y al minuto de
responder ya está allí arremangado, sirviendo.
Porque la felicidad es una cosa muy seria. Estriba en que lo que hacemos y vivimos tenga
sentido.
He publicado este artículo en la revista 21RS
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