Cuenta Stefan Zweig que los compañeros de Vasco Núñez de
Balboa, cuando llegaron por primera vez al océano Pacífico, bebieron de sus
aguas para probar si tenían sabor salado.
Nosotros estamos ante un panorama tan nuevo como aquellos descubridores
y también tenemos que encontrar las referencias.
Nunca fue más cierto que ahora el aforismo de que educa la
tribu entera. Tenemos que convencernos de que la educación implica a todos -
familias, escuela, intelectuales, medios de comunicación - porque esta no es
una recesión lineal, sino que tiene forma de matrioskas. ¿Recuerdan a esas muñecas rusas? Nosotros nos parecemos
hoy a ellas. Escondemos dentro de la
crisis económica, la crisis política; dentro de esta, la social y, en el
núcleo, una grave crisis moral. Para
remontar, nos espera un viaje difícil, de sacrificio y esfuerzo, del que no
saldremos exactamente iguales que entramos y que debemos llevar a cabo de
dentro a afuera.
No podremos atravesar el desierto para llegar de nuevo al
aparente oasis del que partimos, con todos sus espejismos. Nuestro destino
deberá ser una sociedad más madura y más justa. Donde fuimos atolondrados, nos
tocará ser reflexivos; donde fuimos manirrotos, austeros; donde pasivos,
participativos; donde individualistas, solidarios. Hemos despertado del sueño
de que vivíamos en el mejor de los mundos posibles, y la madrugada será dura
pero puede ser liberadora. Para conseguirlo, debemos convertirnos en una
sociedad educativa.
Entre los muchos espejismos del pasado se encuentra una
actitud que ya es intolerable: la que ha confundido la política con la
politización y, entre otros desmanes, ha contaminado a la educación con
eslóganes de campaña y la ha arrojado al ring de la confrontación partidista.
Es verdad que la educación tiene un componente político muy importante porque
configura a la sociedad, pero la nuestra ya está configurada en sus líneas
maestras: la Declaración de los Derechos Humanos, la Constitución... Vivimos en una democracia y la tarea es
mejorarla. Lo que tenemos que decidir es si vamos o no a formar a la gente
joven en las competencias que necesitan para ser ciudadanos de pleno derecho. Y
después, establecer lo que tiene que hacer cada estamento para conseguirlo, en
el ámbito del conocimiento, de la cultura, de la sociabilidad y de los valores.
Por eso hacen falta acuerdos.
Y es que las cosas han cambiado tanto que ya no se trata de
decidir si la escuela va a resignarse ante la oscuridad del futuro o va a
preparar a los alumnos para el futuro “tal como debería ser”, según la
cosmovisión particular de cada opción política. A los autores de este tremendo
presente, ¿quién nos autoriza a diseñar el futuro? La tarea de la educación de
hoy es armar a la gente joven con sentido crítico, valores empoderantes,
conocimientos profundos sobre el presente y el pasado, y apertura mental para
que ellos mismos, en medio de cambios vertiginosos, puedan diseñar el futuro
que quieran. Para que entren sin miedo pero con referencias en el océano y así
se atrevan a probarlo, a descubrirlo, a darle nombre.
Estamos a punto de ver por primera vez un océano desconocido
e inmenso y lo que nos jugamos aparece ya en los titulares del telediario. Es
hora de que nos importe a todos la educación.
Buenas noches Carmen, verdaderamente estamos atravesando un momento histórico crucial, y de cómo lo abordemos se derivará la vida del mañana, coincido contigo en que la educación requiere una reflexión profunda que nos lleve a tomar decisiones acertadas ya que es un pilar básico si queremos abordar el futuro con garantías, espero y confío en que el optimismo reemplace la corriente negativa que nos invade. Que tengas un buen día. Un abrazo
ResponderEliminarPrimitivo