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lunes, 16 de noviembre de 2020

Vientos y vendavales

 



Una vez tuve la oportunidad de asistir en Valencia a un congreso internacional sobre el papel de los gobiernos y los agentes sociales. Cuando todavía faltaban años para que llegara la Covid, los expertos de aquel foro describieron para el literal “mañana” un vendaval de dimensiones colosales que afectaría, más aún que a la economía, al papel de los estados y de la sociedad. Él nos zarandea hoy. 

Esta es una crisis sanitaria en su origen, en sus consecuencias lo es de civilización y de modos de vida; de las instituciones políticas y su ética; del acuerdo tácito por el cual los gobiernos protegían a los muy ricos si contribuían a cambio al bienestar social; de los logros conseguidos en derechos humanos. Incluso es una crisis de la familia. Pequeños y asustados, los occidentales de clase profesional, que vivíamos hasta ahora en el “barrio pijo” del mundo, comenzamos a atisbar cómo es la cotidianeidad de la mayor parte de la humanidad: frágil, insegura, consciente de que la muerte habita en nuestra propia sombra y nos acompaña al caminar.

Sopla cada vez más fuerte el viento de la importancia de cada persona. Hay nuevas formas de interacción con lo que nos rodea, cada vez más posibilidades de emprender acciones personales, de opinar, de comunicarse. Y por otra parte, hay cada vez más uniformidad en las tendencias, menos reflexión en la opinión. Por eso es importante, más que nunca, la manera de ser. La relación entre las personas está basada en el cordón umbilical que se tiende entre nosotros: un hilo que nutre y mantiene vivo, cuyas células son los valores. Nos estamos dando cuenta de la necesidad vital de la cooperación, aunque sea en la forma sencilla de un rectángulo de tela sobre los labios.

Y mientras el mundo se configura de esta nueva manera, cada uno de vosotros ve a sus alumnos afrontar su futuro en un mundo frío, desalmado, con pocas referencias. No se pueden prever los sufrimientos que les deparará el futuro. Sin embargo, la salida de esta crisis está en las personas que ellos son. Es el momento de la escuela que comprende su valor como epicentro del aprendizaje en relaciones personales.

Me parece que el confinamiento y sus consecuencias han desvelado a la sociedad entera algo oculto bajo las generalizaciones de las leyes, pero que los maestros ya sabían: los alumnos son personas rabiosamente individuales. Así que habéis abierto ventanas tecnológicas y habéis viajado también hacia el interior, hacia la propia esencia. Me parece que cada escuela de hoy comienza a comprender que está en un lugar y un momento concretos, rodeada de otras que también son únicas e insustituibles. Y que los enfrentamientos, a veces cortinas de humo para ocultar intereses espurios, nos debilitan a todas.

El viento del cambio sopla de la escuela hacia afuera. Cuando parece que no hay esperanza, la hay a raudales. Cuando asoma una nueva ley de educación sin diálogo ni consenso, maestros y alumnos dialogan.

 

 

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