El pasado 14 de noviembre tuve el honor de dirigirme a los
dos mil profesores asistentes al congreso de Escuelas Católicas. Me presenté
ante ellos como lo que soy - una maestra católica que ha dedicado toda su vida a
la enseñanza pública- para hablar de los desafíos que
nos plantea este cambio de era histórica, y de la necesidad de mantener vigente
la identidad y la esencia de nuestra profesión humanizadora. Compartí la
ponencia con Pedro Huerta, superior de los Trinitarios, un pensador de primer
orden y un verdadero maestro. Y para mí
fue un honor pasar la jornada allí compartiendo experiencias.
Hubo polémica, sí. Pero la educación se enfrenta hoy a desafíos que trascienden la
actuación de los políticos sobre ella. Ni la escuela pública ni la concertada
van a desaparecer porque configuran el mapa escolar en nuestro país y entre ambas se escolariza el 95% de los niños y
jóvenes. Y los maestros de las dos redes afrontamos los nuevos retos con vocación, con pasión y con preocupación compartidas.
La escuela pública no es propiedad del gobierno, ni la
concertada de las familias: ambas sirven a la sociedad. Los verdaderos
problemas de la educación, los que realmente hay que abordar, están hoy fuera
de los despachos. Pedro Huerta decía que debemos romper los invernaderos en que vegeta lo autoreferencial y educar a nuestros alumnos para vivir a la intemperie.
Pues bien, mientras los políticos de todo signo discuten sobre el grosor de la espuma, así es como estamos todos los maestros: a la intemperie.
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