Como miles de personas, estoy asombrada por la posibilidad de
que desaparezcan los centros de educación especial. Me asombra que se hable de
ella como “otro sistema educativo”, cuando en realidad es “otra modalidad de
escolarización”, tal útil y digna como pueda serlo un “bachillerato de
excelencia”.
Los centros de educación especial escolarizan a chicos y
chicas que precisan de medios, apoyos y profesores muy especializados. Allí logran
una considerable autonomía y unos avances espectaculares que facilitan su
capacidad de integración social.
¿De qué hablamos cuando decimos que escolarizarlos en centros
ordinarios facilitará esa integración? Pues de aulas masificadas, tanto en la
enseñanza pública como en la concertada, donde ya se escolarizan cientos de
alumnos con necesidades educativas especiales que tampoco cuentan con los
apoyos suficientes. Hablamos de una estructura que ni siquiera considera que la
dislexia precise de atención específica, y ahí es donde queremos "integrar" a
chicos y chicas que precisan de profesionales muy especializados. Como si la integración fuera un paso previo, cuando es el resultado de un proceso, como todos los profesores sabemos.
La ocurrencia ha llegado hasta la ONU a través de una organización sectorial, y allí, en un despacho
de Nueva York, alguien nos ha recomendado que desaparezcan estos centros. ¿En
serio? ¿Las familias, los alumnos, los docentes, nunca vamos a tener
nada que decir?
Cerrar los centros de educación especial es, en el fondo,
favorecer la privatización de servicios de atención a este alumnado. A lo mejor
se trata de eso.
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