Os propongo un juego: vamos a imaginar que no existe el
deporte de competición. Para los efectos prácticos, podemos permitir el fútbol.
Solo vamos a imaginarnos que nunca hemos conocido a Rafa Nadal, a Mireia
Belmonte, a Carolina Marín, a Enhamed, el nadador paralímpico… ¿Los habéis borrado
de la memoria? Perfecto. En la segunda parte del juego, os propongo buscar
diez modelos de conducta positivos para nuestros hijos y alumnos. La condición es que
sean muy famosos y mediáticos, personas moralmente ejemplares que todo el mundo
conozca. Sin Rafa y Carolina es más difícil, ¿verdad? Bueno,
rebajemos las condiciones: que no sean diez sino cinco, o dos.
En el marasmo de la política, de los tiras y aflojas, de los
retos y los desplantes, de las conductas que coquetean con lo inmoral, nos
convendría buscar un pequeño remanso para escoger los modelos que presentamos a
la gente joven porque ellos nos están mirando.
En la educación de un niño inciden tres influencias
fundamentales: la primera, por supuesto, es la familia, que pone los cimientos
de la ética individual; la segunda, la escuela, donde se inicia la convivencia
social; pero la tercera es la sociedad misma, con los modelos que propone sobre
lo que es admirable, lo que tiene éxito, lo que conviene emular. Y esta
dimensión educadora incide directamente en la formación moral de los niños y
niñas, es decir en el mañana.
El juego termina con siete palabras sencillas: si no hay
ética, no hay futuro.
Cualquier jugador de rugby profesional. Con dar una alienación de los All blacks sería suficiente para completar tu reto.
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