Solo sé que no se nada. En el
término medio está la virtud. Pienso luego existo. No trates a nadie como un
medio sino como un fin. Yo soy yo y mis circunstancias.
A la mayor parte de los españoles
estas frases les suenan a refranes o a sabiduría popular. Evidentemente, son
pensamientos de grandes filósofos: Sócrates, Aristóteles, Descartes, Kant,
Ortega y Gasset. Seres cuyo legado ha hecho avanzar a la humanidad, gigantes
sobre cuyos hombros andamos hoy cuando discurrimos por un camino recto.
Hace apenas unas semanas, el Congreso de los Diputados
votó por unanimidad que la Filosofía vuelva a ser obligatoria en 4º de
secundaria y en 1º y 2º de bachillerato, como ocurría antes de la ley de 2013. De
momento, no hay más que esto pero no es poco: un consenso relacionado con la
educación, por fin: el primero en décadas. Por supuesto tardará en
materializarse como cambio real del currículo, si es que lo hace. Con un poco
más de esfuerzo por hacer las cosas bien, debería enmarcarse en un bachillerato
de tres años que prepare no solo para la prueba de acceso a la universidad – como
hace ahora - sino para las exigencias de la enseñanza superior. La
Filosofía da el primer paso para retornar al lugar del que nunca debió salir
pero qué tristeza por el tiempo perdido, por los jóvenes para quienes ha estado
ausente, por los profesores desplazados
a menesteres diversos cuando son titulares de una materia tan apelativa y
vocacional. Tal vez se arreglen las cosas pero, desde luego, sufriremos estrés
post- traumático.
La verdad es que si nos preguntaran
sobre la educación en España tendríamos que describir uno de esos grabados
hipnóticos de Escher, con sus escaleras que no van a ninguna parte. Un camino de vueltas y revueltas. Un
laberinto en el cual se perdió la Filosofía, como se perdieron la Literatura y
el Arte. Por cierto, ellas no regresan. Y el caso es que si olvidamos las
Humanidades, podemos pensar que lo humano es nuestro lado animal. Y no: humano
es lo que nos levanta del suelo. Nadie más humano que quien se hace preguntas
sobre la vida, es decir, el filósofo.
En esta sociedad de la respuesta
inmediata y la banalidad efímera en las redes sociales, necesitamos
perentoriamente la presencia sólida de los verdaderos intelectuales. A día de
hoy continúa vigente la paradoja que denunció Jean Paul Sartre hace sesenta
años: solo se escucha a un intelectual cuando deja de ser él mismo, cuando se
convierte en una institución o un lema. Hoy podríamos añadir: en un influencer. Nos hacen falta escritores,
filósofos, científicos, artistas, profesores, periodistas y poetas que asuman
una responsabilidad ante su propia conciencia cívica y ante la sociedad. Y esto
es algo mucho más profundo que participar en tertulias, adornar las entregas de
premios o conmemorar centenarios.
Las personas que van a asumir en la
próxima década la responsabilidad de opinar sobre lo que acontece y defender la
libertad, desde la preparación y el estudio, están hoy en las aulas. Decían
antiguamente que una persona era tal como hubieran sido su madre y su bachillerato.
Este de la Filosofía ha sido el primer
consenso educativo en treinta años. Y ahí se queda. Ay esta España nuestra por
la que otro filósofo, Antonio Machado, veía pasar “la errante sombra de Caín”.
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