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martes, 30 de octubre de 2018

FILOSOFÍA




Solo sé que no se nada. En el término medio está la virtud. Pienso luego existo. No trates a nadie como un medio sino como un fin. Yo soy yo y mis circunstancias.
A la mayor parte de los españoles estas frases les suenan a refranes o a sabiduría popular. Evidentemente, son pensamientos de grandes filósofos: Sócrates, Aristóteles, Descartes, Kant, Ortega y Gasset. Seres cuyo legado ha hecho avanzar a la humanidad, gigantes sobre cuyos hombros andamos hoy cuando discurrimos por un camino recto.

Hace apenas unas semanas, el Congreso de los Diputados votó por unanimidad que la Filosofía vuelva a ser obligatoria en 4º de secundaria y en 1º y 2º de bachillerato, como ocurría antes de la ley de 2013. De momento, no hay más que esto pero no es poco: un consenso relacionado con la educación, por fin: el primero en décadas. Por supuesto tardará en materializarse como cambio real del currículo, si es que lo hace. Con un poco más de esfuerzo por hacer las cosas bien, debería enmarcarse en un bachillerato de tres años que prepare no solo para la prueba de acceso a la universidad – como hace ahora - sino para las exigencias de la enseñanza superior. La Filosofía da el primer paso para retornar al lugar del que nunca debió salir pero qué tristeza por el tiempo perdido, por los jóvenes para quienes ha estado ausente,  por los profesores desplazados a menesteres diversos cuando son titulares de una materia tan apelativa y vocacional. Tal vez se arreglen las cosas pero, desde luego, sufriremos estrés post- traumático.

La verdad es que si nos preguntaran sobre la educación en España tendríamos que describir uno de esos grabados hipnóticos de Escher, con sus escaleras que no van a ninguna parte.  Un camino de vueltas y revueltas. Un laberinto en el cual se perdió la Filosofía, como se perdieron la Literatura y el Arte. Por cierto, ellas no regresan. Y el caso es que si olvidamos las Humanidades, podemos pensar que lo humano es nuestro lado animal. Y no: humano es lo que nos levanta del suelo. Nadie más humano que quien se hace preguntas sobre la vida, es decir, el filósofo.

En esta sociedad de la respuesta inmediata y la banalidad efímera en las redes sociales, necesitamos perentoriamente la presencia sólida de los verdaderos intelectuales. A día de hoy continúa vigente la paradoja que denunció Jean Paul Sartre hace sesenta años: solo se escucha a un intelectual cuando deja de ser él mismo, cuando se convierte en una institución o un lema. Hoy podríamos añadir: en un influencer. Nos hacen falta escritores, filósofos, científicos, artistas, profesores, periodistas y poetas que asuman una responsabilidad ante su propia conciencia cívica y ante la sociedad. Y esto es algo mucho más profundo que participar en tertulias, adornar las entregas de premios o conmemorar centenarios.

Las personas que van a asumir en la próxima década la responsabilidad de opinar sobre lo que acontece y defender la libertad, desde la preparación y el estudio, están hoy en las aulas. Decían antiguamente que una persona era tal como hubieran sido su madre y su bachillerato.

Este de la Filosofía ha sido el primer consenso educativo en treinta años. Y ahí se queda. Ay esta España nuestra por la que otro filósofo, Antonio Machado, veía pasar “la errante sombra de Caín”.

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