El informe
«Effective Teacher Policies: Insights from PISA» recién presentado evalúa la
situación del profesorado y su papel en las escuelas que escolarizan alumnos en
riesgo de exclusión social. Y llega a una conclusión que todos conocíamos de
antemano: los profesores que trabajan en los entornos más desfavorecidos deben
ser iconos de la excelencia.
Cuando hablamos de “excelencia
del profesor” en los entornos desfavorecidos queremos decir que deben ser
personas con vocación y aptitud, resilientes - es decir capaces de soportar mil
inclemencias en pie y con una sonrisa-, que no se agoten al trabajar en
solitario, con escasísimos apoyos, con los PTSC y orientadores compartidos con
otros centros, con el mismo sueldo que todos los demás, sin reconocimiento
alguno de su mérito profesional; personas en constante mejora de su formación,
comprensivas, comprometidas socialmente; que acepten una atribución inmensa: la
responsabilidad en solitario ante el futuro empleo de sus alumnos, sus
ingresos, su salud, su fuga del umbral de la pobreza, su rol en la
sociedad…
Hace ya unas cuantas
décadas, los profesores aceptamos todas las responsabilidades que no se
supieron adjudicar, desde poner en práctica los fundamentos de la democracia
hasta cuidar la salud bucodental. Hoy sufrimos la falta de valoración social
pero agachamos la cabeza. El hecho es que nuestra mayor fuente de desmotivación
como docentes es el desequilibrio entre las expectativas de omnipotencia,
nuestros esfuerzos- dispersos en la amplitud de objetivos- y los logros del alumnado.
Ha llegado el momento
de decir que la educación escolar en los entornos desfavorecidos no es
omnipotente. Hay una función para ella, otra para la familia, otra para la
política educativa y muchas para la sociedad (medios de comunicación, modelos
de comportamiento, gestores de los horarios laborales, cuidado de los
colectivos en riesgo, facilidad de acceso a la cultura y el arte, inversión en
mejoras sociales…)
Así que, a la vez que
buscamos profesores excelentes para los centros educativos más complejos, debemos
establecer con seriedad qué es una escuela, qué son los profesores, cuál es su
función y qué se espera realmente de ellos. Porque el profesor excelente, que
desea llevar a cabo su tarea en la avanzadilla de las dificultades sociales,
necesita que en su entorno se desarrollen seriamente políticas de igualdad, de
protección social, de empleo digno. Necesita una llamada de atención a los
medios de masas, una puesta en valor de la cultura, que facilite el acceso de
todos. Necesita que en los grandes titulares veamos por fin a personas que
puedan servirnos a todos de modelo ético.
Por
supuesto, ya hay algún periódico que ha aprovechado el tumulto de PISA para
destacar: “En las escuelas más difíciles no es cuestión de número de profesores
sino de que sean geniales.” ¿Quién aceptará tal reto?
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