En una entrevista reciente, preguntaron a Antonio López
si el Arte había progresado. Él contestó:
-
El Arte no ha
progresado porque el hombre tampoco ha progresado. El hombre del siglo XXI en
esencia no es mejor al de la Grecia de Sócrates o al de los egipcios. Lo que ha
hecho el hombre es ampliarse.
El gran maestro hace una profunda apelación a la
construcción ética del ser humano, que parece estancada a lo largo de la
historia aunque se amplíen los horizontes del conocimiento, pero también hace
un retrato de nuestra situación actual. Y es que los españoles vivimos en un país
ampliado, tal vez hasta el extremo grotesco de los espejos de feria, en el que
hemos confundido con progreso lo que no era más que una sobredimensión de
medidas.
La muestra más
clara es el último informe de UNICEF, Estado de la infancia en España 2012, del
que ya se hizo eco Escuela. Es tan impactante que no puede pasar como uno más
entre tantos. Es necesario que hablemos de él y que sus datos se consideren una
vergüenza pública.
UNICEF nos dice
que el 26% de los niños españoles – ¡la
cuarta parte!- son pobres. Los responsables del informe nos recuerdan qué
significa ser un niño pobre: comer
poco y mal, estar expuesto a enfermedades y falta de higiene, pasar frío, sufrir
el deterioro de la convivencia familiar, dormir hacinado, aprender en la calle.
Pobreza significa que no hay para gastar en libros, ni en ocio ni en cultura.
Que el niño puede ser desalojado de su vivienda, cambiar de ciudad y de país,
estar abocado a la desestructuración familiar, a la degradación de su entorno.
Y esto le sucede
a 26 de cada cien niños en España. Para corroborar la teoría de la ampliación
frente al verdadero progreso, UNICEF nos dice que 17 de cada cien viven en la
pobreza crónica, ante nuestra indiferencia, en un país que asiste muy ufano a
las reuniones del G-20.
Pero aún hay más. Si cada españolito que venía al mundo
hace unos decenios traía la marca indeleble del pecado original, ahora trae una
deuda de 15.570 euros, contraída a base de que entre
todos paguemos embajadas autonómicas, aeropuertos de pega y retiros
millonarios. Además, la inequidad, medida
según el número de veces que los ingresos medios del 20% de la población más
rica supera a los del 20% de la población más pobre, ha aumentado en España al 6,9. Tal vez este aumento de la desigualdad
social sea el dato más preocupante, porque sobre él inciden directamente los
recortes en educación.
La propia UE dice que
"los recortes en los presupuestos de educación amenazan con socavar el
potencial de crecimiento de la economía y la competitividad". Cuanta menos
educación, más pobreza, en suma. Sin embargo, este ha sido el curso de
los recortes hasta niveles inimaginables. Ha sido también el curso en que la
desmoralización ha sobrevolado las aulas aunque los profesores no hayan
olvidado que la esencia de su trabajo permanece viva en la relación con sus
alumnos. Por eso precisamente, estos han progresado.
Nuestro país no necesita más ampliación sino un verdadero
progreso que afecte, como dice Antonio López, a la esencia, a la construcción
ética personal y social. Y en este progreso, la enseñanza pública cobra su
pleno sentido porque garantiza la igualdad de oportunidades, cumple el derecho
constitucional a la educación y mantiene viva la esperanza de la equidad. La
apuesta por ella es la única posibilidad de verdadero progreso.
Los niños pobres. Son solamente
tres palabras, pero al pronunciarlas parece que viajamos al tiempo de Galdós y
acompañamos a Fortunata a hacer caridad por las corralas, ¿verdad? Duele
reconocer que no hayamos progresado apenas nada desde entonces.
Es posible que cuando
acabe la crisis hayamos ampliado de nuevo nuestras dimensiones sin avanzar
hacia el futuro. Nos merecemos salir de este túnel, pero no podremos hacerlo
por donde entramos. Tendremos que encontrar otra salida más digna, más humana,
en la que unas cifras tan sobrecogedoras como los indicadores de pobreza del
informe UNICEF actúen como revulsivo para los ciudadanos, los poderes
económicos y los gestores políticos.
Mientras encontramos esa salida, gracias a todos los
docentes porque en este curso tan convulso han mantenido activa y en progreso
la ética esencial de esta profesión digna, la más progresista de todas.
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